Para un determinado tipo de lector, es difícil que una novela de Álvaro Pombo no ofrezca algún elemento de interés que provoque o propicie la reflexión, sin olvidar el atractivo que emana de la propia escritura, debido al peculiar tratamiento del lenguaje que suele encontrarse en las obras de este autor.
La previa muerte del lugarteniente Aloof arranca, precisamente, con el análisis estilístico de un manuscrito –dos cuadernos que vienen a ser unas memorias de juventud del teniente Aloof– que llegó a manos del narrador cuando éste adquirió un lote de libros en una librería de lance. Este narrador –figura en la que Pombo vierte unos cuantos datos autobiográficos, a veces teñidos de humor, y también de melancolía– es un profesor universitario, jubilado, autor de algunos libros y un centenar de artículos de narratología, cuya vida “carece en cierto modo de exterior”. Y así, la novela arranca con la transcripción de las dos primeras frases del manuscrito –“La lluvia era todo lo que había. Y también los de abajo, que no eran del todo”–, seguidas de un minucioso análisis de las mismas: si la gracia de la primera frase está en que “inunda la totalidad del pasado de imprecisión, de emoción y de lluvia”, la segunda, que arrastra cierto poderío de la primera mediante la conjunción y el adverbio de modo, “selecciona brevísimamente a los de abajo para de inmediato negarles la existencia en parte, convirtiéndolos así en entes de ficción –aunque nunca lo fueron”.
Al principio, la transcripción del relato del teniente Aloof –una especie de mote o pseudónimo que él mismo adopta para sí, y que viene a significar el que se mantiene apartado de una persona o cosa– alterna con el análisis del mismo por parte del narrador y transcriptor y lector avisado, que progresivamente se ve atraído por la parte poética de estas memorias, más que por las aventuras bélicas, dado que el hallazgo del manuscrito le parece “una gracia inmerecida, una añadidura a una vida a la que no hay nada que añadir”.
La novela va así adentrándose en ese ámbito tan característico del mundo de Álvaro Pombo como lo es el del análisis psicológico y la exploración de las causas o móviles de una conducta, a la luz de los sentimientos y emociones que también la explican. Después, ante el desconcierto que siente, el narrador lleva a cabo una serie de pesquisas para intentar averiguar la identidad real del teniente Aloof, abriendo así otra brecha interesante en la novela, sobre todo cuando da con la viuda del protagonista y descubre la distancia que media entre el personaje –el joven militar que en las memorias evoca un momento culminante de su vida– y el hombre real que escribe desde la decrepitud.
Aparecen así una serie de meditaciones sobre la juventud, la esperanza, el amor, la amargura o –tema recurrente en Pombo– la percepturitio de Leibniz, o ese “deseo de nuevas percepciones, que está ligado a tu afán aventurero y al mío y a la insaciabilidad que nos lleva de un lado a otro, de una vida a otra, alegremente”.
Sin duda, hay páginas brillantes en esta novela de Álvaro Pombo, casi todas concentradas en la parte dedicada a narrar la excepcional aventura de Aloof –cuyos hilos no conviene concretar–, incluyendo el marco o escenario en que esta transcurre. Pero el lector tiene la sensación de que, al igual que en el manuscrito del teniente, faltan algunas páginas en esta novela. Mejor dicho, bastantes. Al lector le queda la sensación de que Álvaro Pombo no ha desarrollado todo lo que aquí ha puesto sobre el tapete, dejando demasiados cabos sueltos. No en lo que se refiere a la peripecia o intriga, sino a los elementos exteriores con los que arropa el relato de Aloof, en sí mismo un excelente relato breve. ~