Ulises criollo, de José Vasconcelos

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Relectura de un clásico
      
     José Vasconcelos, Ulises criollo, edición crítica coordinada por Claude Fell,
      
     La gestación de uno de los últimos títulos publicados de la colección Archivos ha sido larguísima. Como ocurre con los buenos licores, el añejamiento ha venido mejorando su calidad, y cuando el lector tiene un ejemplar en sus manos entiende las dificultades a las que debieron de enfrentarse los editores. Con más de mil páginas, este libro aprovecha el feliz hallazgo del manuscrito original de las Memorias de Vasconcelos, que se daba por perdido, y pretende abarcar todo lo mejor que se ha escrito sobre el primer tomo de éstas, el famosísimo Ulises criollo, cuyo texto queda así definitivamente establecido de manera rigurosa.
     Salvo unas cuantas minucias que veremos más abajo, nada mengua el placer que siente uno frente a esta magnífica edición del primer volumen (probablemente el más célebre) de las memorias de aquel

extraordinario mexicano, que siempre quiso estar lo más cerca posible del sol hasta correr el riesgo de quemarse, "que al querer salvarlo todo se pierde por entero", como lo recalca Sergio Pitol en su "Liminar". Y, de hecho, Vasconcelos se quemó, se frustró, se equivocó, pero, a pesar de todo, o quizá por esto, su grandeza queda en pie, y esta es la opinión de los expertos en la materia: Octavio Paz, por ejemplo, pudo juzgarlo como "el mexicano mayor del siglo XX".1 Una rápida hojeada a este libro confirma ampliamente la concordancia de las opiniones en este sentido; incluso los más recalcitrantes no pueden dejar de considerarlo como el mejor escritor de la primera mitad del siglo. Sobre todo, hay coincidencia en el sentido de que si la veracidad histórica es a veces seriamente maltratada por Vasconcelos ello no impide que sus memorias sean una de las mejores novelas de su tiempo, y de que si Vasconcelos consideraba su obra filosófica como su máximo logro, hace tiempo que la crítica colocó a sus memorias en este pedestal en detrimento de aquélla. Grande, enorme, por su obra "novelística" cuya prosa ha subyugado a más de uno, Vasconcelos lo es también por su obra educadora, que no tiene equivalente en la

historia del México independiente. Su grandeza descansa en un arrojo único, en una vocación poderosísima y, en última instancia, en una mística avasalladora, que no tienen parangón en sus contemporáneos y quizá en ningún otro mexicano. Magnífico e insufrible: ¿quién más hubiera escrito tranquilamente, refiriéndose a sus años mozos: "antes que la lujuria conocí la soberbia"?
     Sin menospreciar el valor de los es-tudios que rodean y enriquecen este

bellísimo texto, casi podríamos decir, exagerando, que otro gigante en el mundo de las letras de la primera mitad del siglo lo entendió todo de inmediato —en 1935, recién salida la novela de las prensas— y supo ir lúcidamente hasta el fondo de la compleja personalidad de Vasconcelos. Después de juzgar acertadamente, de entrada, que se trata de "uno de los libros más importantes de la literatura mexicana contemporánea" y no por su valor histórico, "que es muy discutible", Jorge Cuesta apunta que la de Vasconcelos "es la vida de un místico […] que busca el contacto de la divinidad a través de las pasiones sensuales". Todo en él es contradicción, y Cuesta contrapone su vida a su pensamiento señalando desde aquel entonces la equivocación: "este hombre no ha tenido sino ideas que viven: ideas que aman, que sienten, que odian y se embriagan".
     ¡Y cómo viven y nos embriagan, no tanto sus ideas, sino su extraordinario arte y el esplendor de su prosa! Éstos dejan traslucir toda su volcánica energía, toda su fabulosa vitalidad capaz de pasar sin transición del amor sensual a la disqui-

sición filosófica (no importa aquí cuán malograda esté), de la actividad revolucionaria a la vida mundana, o de llevar a cabo al mismo tiempo actividades divergentes: el proselitismo político durante su campaña del 29 aprovechando cada momento que podía para escribir su Tratado de metafísica, o la redacción de su Estética entrecortada por la del Ulises, como "descanso de [sus] actividades serias" (p. XLI).
     Rodolfo Usigli, que conoció de cerca a Vasconcelos, apuntó por su parte que "el grado más alto de su mexicanidad reside en el contraste, que fue su elemento natural; en la contradicción, que fue su atmósfera propia" (p. 895). Y si la sensualidad fue uno de sus grandes "pecados", su relación con las mujeres tuvo también realizaciones de largo alcance, como lo apunta el mismo Usigli: "Las mujeres […] lo seguirían denodadamente en la increíble aventura de 1929, y considero que

trabajando a su lado cobraron o perfeccionaron la conciencia de la lucha por sus derechos cívicos" (p. 884). Si nada más fuera por eso, ¿quién podría dudar de la relevancia del papel de Vasconcelos en nuestro siglo?
     Este tomo es un verdadero tesoro. Atinó el coordinador Claude Fell, gran especialista de Vasconcelos,2 cuando tuvo la idea de completarlo con tantos excelentes artículos exhumados de las hemerotecas y bibliotecas para conformar el "Dossier". No resistimos el placer de citar a Antonio Castro Leal, quien en 1940 decretaba que Vasconcelos escribía mal pero que lo salvaba la emoción, antes de decir hermosamente: "es un escritor inspirado, y su prosa, como los grandes árboles, necesita para cantar el viento que sacude" (p. 862).
     La falta de espacio de una modesta reseña nos impide hablar de los ensayos contemporáneos, preparados por una decena de estudiosas y estudiosos para este libro y divididos en dos bloques: "Historia del texto" y "Lecturas del texto". Baste decir que, en conjunto, este tomo reúne todo lo que cuenta como comentarios en torno a esta obra cumbre de Vasconcelos. Quisiéramos terminar señalando que el rigor que caracteriza la edición peca a veces de excesivo. Inútiles pueden parecer, en efecto, muchas de las variantes indicadas en el amplio margen derecho del "texto",3 ya que en su mayoría son intrascendentes: ¿a quién le puede importar la diferencia entre tal o cual edición en cuanto a mayúsculas o minúsculas (gerente o Gerente, naturaleza o Naturaleza), la presencia o no de una coma, o unas comillas, y otros detalles ínfimos de esta índole que —salvo excepción— no aportan nada importante? Esas variantes nimias podían haberse indicado de manera genérica en la "Nota filológica preliminar" del coordinador, sin insistir ya más. El hecho es que llegan en algunos casos a ser incomprensibles por tan minúsculas o,

de plano, inexistentes. Leemos en el texto (p. 498): "Unas cinco leguas habríamos avanzado", cuando la variante al calce reza así: "FCE:4 leguas habríamos avanzado". Por más que buscamos, no percibimos la diferencia. Cierto, lo más probable es que el malicioso duende de las erratas hizo aquí de las suyas —a pesar de la cuidadosa pulcritud de la edición— y colocó una /r/ donde no debía aparecer: o sea, "habíamos" en lugar de "habríamos". Di-

ficultades y limitaciones de la edición

crítica, riesgos del exceso de detallismo…
     Encontramos otra pequeña insuficiencia en la recensión de las sucesivas ediciones, señalando las divergencias, las censuras, etc. Se proporcionan las referencias de página en aquellas ediciones, lo que está muy bien, pero sin indicar a qué página corresponde, concretamente, en esta edición crítica que está consultando el lector. Lástima, hubiera permitido a éste remitirse directamente al texto incriminado por "los censores" o por los errores u omisiones, y así contextualizar fácilmente éstos. Por otra parte, si bien el coordinador escribe puntualmente en su nota que se señalan al margen "todos los cortes operados en el texto" (p. LXXXI), no siempre es así, como se puede ver en el ejemplo que da dos líneas después: en el capítulo "El Jockey Club" (p. 248) no aparece la mención de los párrafos eliminados en la edición expurgada de Jus.
     Por otra parte, en el "Dossier" resulta arbitrario no agrupar los artículos de la prensa mexicana entre 1935 y 1937 dentro del apartado "Recepción crítica", ya que forman parte íntegra de él. Hubiera sido más exacto llamar así a todo el "Dossier" y dividirlo en dos (o más) partes según las fechas (del 35 al 37, y del 40 al 97 para los textos y ensayos posteriores a la primerísima recepción).
     En fin, unos cuantos reparos menores y marginales, que no rebajan esta monumental edición crítica. No cabe duda de que llega con toda oportunidad en este último cierre del siglo para culminar la reivindicación pública de aquel maestro de América, escritor fascinante y gran novelista de su propia vida —reivindicación iniciada en 1982 con la celebración de su centenario y, poco antes y después, con las primeras reediciones corregidas de sus memorias. Asimismo, es preciso saludar un tomo más de esa espléndida aventura editorial que es la colección Archivos, imprescindible para todos los amantes de las letras latinoamericanas. –
      
      
      

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