“No hace falta entenderlo todo”, dice la bióloga y filósofa Donna Haraway (Denver, 1944). Con esta premisa ha combatido preceptos e ideas que se cuelan en el debate público en las últimas cuatro décadas. Haraway no habla desde la construcción lógica del sujeto y el predicado y articula su pensamiento alrededor de las metáforas, que son la clave de todo nuestro lenguaje. “Hay que pensar muy bien cómo elaborar las abstracciones”, ratifica.
No es sencillo comprenderla, pero a día de hoy, muchos años después de su famoso Manifiesto cyborg, en el que con una perspectiva feminista ponía el énfasis en la simbiosis entre el ser humano y la máquina –mucho antes de que los teléfonos móviles fueran una continuación de nuestros brazos– sigue siendo una de las filósofas culturales más influyentes. Y ha vuelto con Seguir con el problema, publicado originalmente en 2017 y ahora en español por la editorial Consonni. Porque el problema, cómo seguir habitando en esta tierra que se nos destruye, cómo seguir conviviendo todos, los seres humanos, las diferentes especies y las máquinas, persiste.
“Importa qué historias contamos para contar otras historias”, admite también Haraway. Se ha detenido esta vez en el concepto Antropoceno, que según los científicos define la época geológica actual, en la que las actividades del ser humano han modificado la Tierra. Y de ahí todo el debate reciente sobre el cambio climático, calentamiento global y demás emergencias climáticas, muy relacionadas también con la energía. La filósofa, siempre radical en sus planteamientos, no está de acuerdo ni con el término ni con cómo se están combatiendo estos problemas. Propone llamarlo capitaloceno, ya que tiene una visión en la que el hombre vuelve a ser el centro y mira hacia arriba.
Su traductora y buena conocedora de sus ideas, Helen Torres, comenta que según Haraway, “las ciencias modernas ya no sirven para explicar lo que está pasando. Igual que la política no responde a las necesidades. Sobre el cambio climático hay propuestas que llevan a buscar soluciones en la tecnología, como que esta nos va a salvar si la usamos bien. Pero esa no es la solución. No hay soluciones fáciles a problemas complejos. No es: nos vamos a vivir a Marte y eso soluciona todo. Hay muchas cosas que podemos hacer cada persona desde distintos lugares”.
Simbiosis y mundo multiespecies
Lo que la filósofa propone, para empezar, es cambiar la denominación a Chthuluceno y después “generar parentesco”. Haraway halló el nombre en la raíz Chthulu, que hace referencia a los dioses telúricos griegos, aquellos que vivían debajo de la tierra, como la diosa Gaia o Medusa. “Se trata de, en vez de mirar hacia arriba, mirar hacia abajo. Y de lo que se trata es de generar comunidad con otras especies. Es la idea de lo tentacular, de las multiespecies y de la simbiosis, que también estableció la bióloga Lynn Margulis, porque no existe ningún ser que no viva en simbiosis, nadie puede vivir solo. Pero cuando surgió el término Antropoceno esta idea se apartó y se puso al humano en el centro otra vez”, explica Torres, que añade que “ahora tenemos un pensamiento ecologista pero siempre desde nuestro lugar, del sujeto sobre el objeto. Ese es el relato que tenemos que cambiar”. Son líneas de pensamiento que también transitaron escritores, pensadores y científicos como Isabelle Stengers, Bruno Latour, Thom van Dooren, Anna Tsing, Marilyn Strathern, Hannah Arendt y Ursula K. Le Guin.
Un posicionamiento radical de Haraway en este sentido fue el experimento que hizo con su perra, que ya era mayor. Durante la menopausia de la filósofa ambas tomaron estrógenos –esa idea de la simbiosis–. La perra tomó los estrógenos para tratar una incontinencia urinaria que tenía a raíz de la edad (los estrógenos estaban extraídos de orina equina). A partir de ahí, Haraway establece una crítica al capitalismo y reflexiona sobre la investigación veterinaria, la grandes farmacéuticas, la crianza de caballos para estimular estrógenos, los zoos, y las acciones interrelacionadas entre derechos de los animales y salud de las mujeres. “Es una propuesta radical porque a veces nos quedamos cortos. No somos amigos de los animales, no podemos tratarlos como si fueran otros humanos, sino que nos ayudan a abrir otros caminos. Y en este caso era establecer de dónde venían las hormonas que tomamos”.
Crítica al feminismo de la identidad
Esta idea enlaza con una cuestión feminista que rompe con algunos planteamientos actuales. Ella ya criticó cierto feminismo en los ochenta al señalar que “no hay nada acerca de ser hembra que una naturalmente a las mujeres. Ni siquiera existe tal estado como el de ser hembra, que de por sí es una categoría altamente compleja construida en discursos científicos sexuales debatidos y otras prácticas sociales” (extraído del Manifiesto cyborg). Y añadía que, en contra del esencialismo, “las mujeres deberían considerar crear coaliciones basadas en ‘afinidad’ en vez de identidad” y esta afinidad “resulta de la otredad, diferencia y especificidad”.
Así, cuando exalta la idea de “generar parentescos” se detiene en el asunto de la reproducción. “Ahí hace una crítica al feminismo por toda esta idea que hay ahora de la maternidad. Qué pasa con las feministas, que nos cuesta hablar de limitar la reproducción humana: en 2100 seremos 11.000 millones de personas sobre la Tierra y no hay recursos”, comenta Torres, que reconoce que Haraway “nos está hablando a las feministas blancas, que son las que la estamos leyendo y que estamos en una posición de privilegio. Pero es a nosotras a las que nos indica cómo ejercer la maternidad y cómo sería si en vez de cada persona reproduciéndose hubiera tres madres por criatura. Nos tenemos que olvidar del concepto de familia nuclear y crear otras familias”.
Con todas estas ideas, lo que parece es que Haraway amplía lo que ya contó en el Manifiesto cyborg, donde indicaba que la tecnología no está separada de lo orgánico. Ella ha sobrepasado ya al cyborg y habla de los holobiontes, una entidad en la que todos estos campos, lo orgánico, lo tecnológico, están articulados de tal manera que no podemos separarlos. Vivimos en un ensamblaje.
“Cyborg es una palabra que nos sedujo más, pero ahora utiliza un imaginario que nos ata mucho más a la Tierra. El cyborg hablaba de Blade runner, pero ahora es un concepto más biológico. Lo que nos está diciendo es que así vimos los organismos vivos. Es un regreso a la Tierra, pero a esa Gaia, un monstruo que no nos necesita, pero nosotros sí, y por eso tenemos que luchar”, explica Torres.
Todas estas propuestas no son sencillas, pero como insiste su traductora, sí son muy concretas. “De lo que nos habla es de generar otro tipo de parentescos y de cómo se está haciendo desde algunos proyectos de ‘activismo-arte-ciencia’. Son pequeños proyectos, pero marcan una diferencia”. Propuestas de la vigente radicalidad de Haraway.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.