Foto: Santiago Villa Chiappe

Mao en China: entre la disidencia y el deĆ­smo

Al lĆ­der de la revoluciĆ³n china se le invoca en la ConstituciĆ³n, se le alaba, se le alzan templos, pero no se le interpreta al pie de la letra. Sus leyes se hicieron para una sociedad que nadie pretende revivir mĆ”s que en piezas de propaganda sentimental.Ā 
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China es uno de los pocos lugares del mundo donde se encarcela a un intelectual maoĆ­sta por un delito de opiniĆ³n. En esta contradicciĆ³n puede resumirse un sistema que opera, en la prĆ”ctica, como el totalitarismo capitalista, pero es liderado por el Partido Comunista. 

La sombra de Mao Zedong cubre la perspectiva de Occidente sobre China, de manera similar a como lo hacen las deidades cĆ³smicas de Lovecraft sobre la especie humana. La prensa occidental parece a menudo temer que un culto compuesto por fanĆ”ticos de intenciones inescrutables ā€“el PCChā€“ haga posible su retorno. En el pasado reciente, por ejemplo, ha advertido sobre el peligro de una lĆ­nea dura intelectual maoĆ­sta, que celebra el conservadurismo del presidente Xi Jinping. Durante el Ćŗltimo Congreso del Partido, incluso, fueron redundantes los titulares comparando a Xi con Mao. Se hace seguimiento, con cierta alarma, de las nuevas efigies o referencias al maoĆ­smo promovidas por el gobierno. El fomento de sus mitos genera sospechas. 

Sin embargo, nada de esto supone la reencarnaciĆ³n del Camarada. Acaso lo contrario: la presencia iconogrĆ”fica y oficialista de Mao es una forma de domesticar su exorcismo. 

Mao en China es mĆ”s parecido al Dios del Pentateuco en un paĆ­s secular. Se le invoca en la ConstituciĆ³n, se le alaba, se le alzan templos, pero no se le interpreta al pie de la letra. Sus leyes, como las consignas del Libro Rojo, se hicieron para una sociedad que nadie pretende revivir mĆ”s que en piezas de propaganda sentimental. 

Y los que sĆ­ quieren revivir a Mao deben andarse con cuidado, porque se arriesgan a la persecuciĆ³n oficial. El 15 de noviembre de 2017, la policĆ­a interrumpiĆ³ la actividad de un grupo de lectura de textos maoĆ­stas, en la Universidad TecnolĆ³gica de Guangdong. ArrestĆ³ a dos de sus miembros, Zhang Yunfan y Ye Jiangke, por ā€œcongregar a multitudes para alterar el orden pĆŗblicoā€. Un par de semanas mĆ”s tarde, capturĆ³ a otros dos jĆ³venes que habĆ­an participado en el evento: Zheng Yongming y Su Tingting, esta Ćŗltima la Ćŗnica mujer en el grupo.

ā€œNunca en un millĆ³n de aƱos hubiera imaginado que enfrentarĆ­a prisiĆ³n por mis actividadesā€, escribiĆ³ Sun en un testimonio que fue difundido y rĆ”pidamente censurado en redes sociales chinas. ā€œQuiero que la policĆ­a reconozca que fui detenida durante mĆ”s de 20 dĆ­as sin ningĆŗn motivo, lo cual hizo que perdiera mi empleo, endeudĆ³ a mi familia para pagar unas cuotas legales de decenas de miles de yuanes, las condiciones de la prisiĆ³n quebraron mi cuerpo y se ha impreso el sello de la criminalidad en mi vida. En el futuro puede ser muy difĆ­cil para mĆ­ encontrar un empleo. Ā”Este incidente ha puesto un peso mĆ”s sobre mi humilde familia!ā€. 

El arresto molestĆ³ a la comunidad acadĆ©mica de China. Un grupo de mĆ”s de cien intelectuales de izquierda, algunos de la Universidad de PekĆ­n, de donde Zhang Yunfan se habĆ­a graduado de filosofĆ­a, firmaron en diciembre una peticiĆ³n para que se liberara a los jĆ³venes. Salieron de prisiĆ³n a principios de enero, pasaron dos semanas de retenciĆ³n domiciliaria y ahora se hallan libres bajo fianza. Sus procesos siguen abiertos. Cuatro sospechosos mĆ”s estĆ”n en la clandestinidad.

ā€œDurante la sesiĆ³n de lectura en la que fuimos arrestados, discutĆ­amos los cambios histĆ³ricos y los problemas sociales de las Ćŗltimas dĆ©cadas, incluyendo eventos importantes, derechos de los trabajadores, en finā€, escribiĆ³ Zhang en una declaraciĆ³n que tambiĆ©n circulĆ³ brevemente por redes sociales. ā€œAlgunos lectores deben tener curiosidad por saber si mis posturas son, en efecto, ā€˜extremistasā€™. Por supuesto, no son como lo que se ve en los periĆ³dicos o en la televisiĆ³n, o en los libros de texto. De acuerdo a esos estĆ”ndares, reconocer la existencia de algunos problemas en la sociedad ya es ā€˜extremismoā€™, y lo es incluso mĆ”s discutir sobre cĆ³mo solucionarlos. Yo por mi parte prefiero seguir al Mao que guiĆ³ a los trabajadores y campesinos hacia la autoemancipaciĆ³n, y no al Mao que estĆ” impreso en los billetesā€. 

ā€œMao es como Diosā€, me dijo un joven profesor de secundaria de Beijing. ā€œEs un personaje que todos adoran, aunque a mĆ­ personalmente no me gusta. A la gente educada, urbana o joven no suele gustarle Mao. Los viejos, los pobres o los campesinos son quienes lo admiran. Pero es el personaje mĆ”s importante de la historia de China. Ɖl creĆ³ a la China de hoyā€. 

PensĆ©, sin embargo, que su metĆ”fora era perfecta por un motivo involuntario: Dios en la sociedad contemporĆ”nea ocupa muchos espacios, pero es casi irrelevante. 

El mausoleo donde se encuentra la momia de Mao, en la plaza Tiananmen, parece la entrada a un teatro. Al igual que a los actores, a este muerto se le llevan flores. Amarillas, porque en China representa el color de las ceremonias fĆŗnebres. Cuestan tres yuanes la unidad y las venden a la entrada de esta construcciĆ³n hecha al estilo de la escuela arquitectĆ³nica socialista, con trozos que provienen de cada uno de los mil rincones de China y no logran armonĆ­a ni gracia. Una madre y su hija compran dos. Hace sol de invierno. Hay poca gente, por fortuna. Las filas pueden ser largas. 

Cruzamos un telĆ³n de terciopelo y en la recĆ”mara, tras una pared de vidrio, estĆ” una caja, tambiĆ©n de vidrio, que lo guarda. Su rostro es anaranjado. Sus facciones hinchadas. Mao es grotesco. EstĆ” cubierto por la bandera roja ā€“la cruz y la hozā€“ del socialismo, y enfundado un traje azul de trabajador. Nadie se puede detener a mirarlo. Hay un silencio estupefacto. Uno podrĆ­a reĆ­r. 

“Mis abuelos me llevaron a ver la momia de Mao cuando era pequeƱa. A mĆ­ me daba lĆ”stima verlo allĆ­. En nuestra cultura hay que enterrar a los muertos. De lo contrario no pueden descansar. No hay nada peor que dejar a un muerto asĆ­ā€, me dice mĆ”s tarde Wang Haijing, la directora de una startup de consultorĆ­as para empresas de China y AmĆ©rica Latina. Ella tiene unos 30 aƱos. Habla rĆ”pido y sonrĆ­e. Sacude la cabeza, consciente de la ironĆ­a, e insiste: ā€œMe daba mucho pesar con Mao. No lo dejan descansarā€. 

 

 

 

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(BogotƔ, 1981) es un periodista que escribe para medios hispanoamericanos. Ha estado radicado en SudƔfrica y en China, y actualmente reside en Colombia.


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