En su más reciente novela, Jorge Volpi busca contar el problema de la convivencia y el descubrimiento mutuo de dos civilizaciones opuestas en un mismo país. Partes de guerra junta a los habitantes de un pueblo olvidado al sur de México con un equipo de investigadores en neurociencia al que le interesan los casos de violencia inusitada. Tristemente, lo que parece un ensayo novelado de comprensión sobre el otro termina siendo una anécdota donde abundan lugares comunes acerca de los hombres, el mundo académico y, en mayor extensión, sobre el mundo rural y su manejo de la violencia y las nuevas tecnologías. En el México contemporáneo nada es miel sobre hojuelas, bien se sabe, pero a esta narración le falta imaginación y le sobran personajes delineados por una brocha gorda, figurantes marcados por historias que rozan la compasión o la infamia, condenados de entrada al juicio moral del lector.
Ciudad de México y Frontera Corozal. En la capital, un grupo de investigación neurocientífica, liderado por el brillante y carismático profesor Luis Roth, decide investigar un asesinato ocurrido en el pequeño pueblo a orillas del río Usumacinta, justo en la frontera entre Chiapas y Guatemala. Allí, aguas abajo, dos emigrantes encontraron el cuerpo descosido a navajazos de la joven Dayana. Las investigaciones de rigor dan con los culpables. Jacinto y Saraí, ella prima de Dayana, urdieron un plan de homicidio y atacaron a quien era el tercer elemento de un triángulo amoroso más bien improbable, que comienza con escarceos sexuales y termina en fogonazos de pasión fragorosa más plausibles en gente de mayor edad y no en tiernos adolescentes despertando a su madurez sexual.
La novela se parte en dos al momento en que el autor decide matar al protagonista: Roth muere accidentado en uno de los desplazamientos por la zona. El grupo de investigadores se sacude: tambalea el Centro de Estudios en Neurociencias Aplicadas. Aun así, la investigación continúa en manos del equipo de Roth, del que es parte Lucía Spinosi. Ella se encarga de narrar e interpelar la memoria del muerto mediante un uso acertado de la segunda persona del singular, así como de descubrir sus vidas paralelas con diferentes amantes en el mundo.
Por otro lado, una buena parte de las páginas de Partes de guerra corresponde a la vida íntima de Spinosi. Formada por Roth en las aulas de la unam, la joven investigadora carga consigo los recuerdos de una infancia sin madre y un padre alcohólico y violento. Quizá por esta razón, una cierta empatía entre mujeres que han sufrido de violencia, es que Spinosi se acerca a Saraí y traba amistad con ella. Lo mismo le sucede con Fabienne, la exesposa de Roth y parte del cuerpo de investigadores que trabaja en Chiapas. La viuda la hace cómplice de las numerosas amantes que Roth tuvo en vida, y Lucía la asiste con el trabajo del duelo y la sorpresa de haber encontrado un manojo de mentiras en la vida de su pareja de décadas.
Como si no fuese suficiente con el problema de la violencia de las periferias, la estela que deja el muerto no es su legado científico y académico, sino su secreta vida amorosa, que escandaliza a la narradora y condena al antes virtuoso investigador al repudio. Si el libro inicia con una terminología muy precisa –a veces sofocante– sobre los campos de estudio de lo neurológico y, en consecuencia, la plausibilidad de las hipótesis académicas de comprensión de un asesinato, la potencia y verosimilitud de Roth como personaje terminan disolviéndose por el énfasis y la explícita condena a sus costumbres de cama. Parecería al final que el lúcido profesor es relevado por una suerte de villano irredimible con causas judiciales que quedaron impunes.
Si bien Partes de guerra resulta un texto fallido en que la organización literaria sufre de una suerte de buenismo antropológico donde los personajes son juzgados dependiendo de su cercanía con la vida contemporánea y urbana, la novela también abre la discusión sobre el propósito final de la literatura y la efectividad de caracteres esbozados como anzuelos de discursos en boga. Jacinto, el culpable de haber asesinado a Dayana, resulta parcialmente redimido después de que en un análisis médico es diagnosticado con patologías mentales. El mal parece no existir en Frontera Corozal, de no ser por causa de la contaminación por parte de Occidente o por pertenecer al país que le tocó en suerte. La civilización, aquella que trae consigo el equipo de investigación en neurociencia, no halla redención posible si su cabeza misma está corrompida por la poligamia. Fabienne termina por ser un bosquejo apresurado de la brillante investigadora que es. Más rinde su representación como viuda humillada. Lo que por momentos sufre por los golpes de efecto más propios de una telenovela que de un trabajo literario sobre la inefabilidad de la violencia –las dos noticias que relata Spinosi al final de la novela son innecesarias argumentalmente y pecan de efectismo–, también lo hace por la predictibilidad de los personajes, o su tendencia a funcionar únicamente como ventrílocuos que amplifican el suspenso.
Aunque el esquematismo y la falta de profundidad al imaginar argumento y personas lastren el ejercicio interpretativo, quizá la obra de Volpi pueda leerse como si de un “antimanual” literario se tratara, en el que el género de la novela defienda la complejidad a veces desconcertante de los seres humanos versus las intenciones de construir un muralismo sofocante por causa de una trama obligada a cerrarse o a proveer un mensaje explícito. La novela como género hace algo más que contar o referir, dígase estimular el espíritu crítico o dialogar con una determinada tradición literaria, y Partes de guerra tiene el mérito de traer a reflexión lo que es posible escribir, lo que es necesario callar, y lo que finalmente resulta mejor cuando es desmentido, negado o apenas sugerido. La literatura se diferencia de la antropología en las pretensiones que tenemos de aquella. A veces no saber, encontrar fisuras, proponer personajes contradictorios, escribir contra el buenismo de moda, se convierte en el mejor antídoto frente al texto que describe, con las mejores intenciones, las virtudes de los olvidados y cae inevitablemente en el maniqueísmo y la complacencia con la circunstancia coyuntural. ~
es crítico literario en Letras Libres e investigador posdoctoral.