La producción artística tras la sangrienta dictadura militar argentina ha ayudado a vertebrar la reconstrucción democrática. La elaboración discursiva –sobre todo en el cine y la literatura– ha respondido a una memoria colectiva que pedía catarsis, duelo y reparación, y todavía se antoja como tema infinito. Desde la creación en los mismos años de plomo hasta hoy (ya sea en el exilio o en el país), el corpus responde a un flujo incesante por el que vemos transitar la literatura testimonial, el relato del sobreviviente, la pretensión de olvido vs. el boom de memoria, y una nueva etapa que ha roto con el canon político establecido, ha permitido la afluencia de nuevos autores y un espacio fresco para reconocidos como Alan Pauls o Martín Kohan.
Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) publica Historia del pelo, segunda parte de la trilogía que conforman Historia del llanto (2007) y una próxima Historia del dinero; un proyecto sobre la década de los setenta en Argentina donde recurre a elementos aparentemente secundarios, desde una óptica de insignificantes para contar esos años llenos de significados. Pauls no se plantea una historiografía política, y reniega de cualquier literatura testimonial: busca lo que sobrevive en ella. Después de las 500 páginas de El pasado (2003), la magnífica novela con la que ganó el premio Herralde, regresa a la idea del menos es más, pero ahora menos escritura, menos páginas, incluso menos que contar. En Historia del llanto, libro que nace de un pequeño y delicioso ensayo titulado La vida descalzo (2006), el protagonista es un joven progre comprometido con una revolución que no hará jamás y que es capaz de vomitar ante un cantante de protesta. Pauls se mofa de la militancia de la época, pero en Historia del pelo da un paso más: la ignora. Si bien algunos personajes tienen algo que ver (pero nada que hacer) con cierta lucha o cierta militancia, todos viven en la periferia de los sucesos. La novela gira alrededor de un hombre obsesionado con su pelo; pero no es un tipo que se corta el pelo en cualquier lugar ni en cualquier época, es alguien que busca el corte de pelo perfecto en el menos perfecto de los mundos: la Argentina a principios de los setenta, al borde del horror. Su manía lo lleva a encontrarse con Celso, un peluquero paraguayo, Monti, un amigo de la infancia que aparece y desaparece, y el Veterano de guerra, hijo de exiliados que sobrevive como dealer. Los cuatro se confunden constantemente en una ciudad alterada por la locura, y buscan una salida que no existe. Y a todo esto: ¿hay mayor locura que poner tu cabeza en alguien con tijeras?
Para contextualizar el lugar que ocupa un libro como este hagamos un breve repaso por las etapas del discurso sobre la dictadura: la primera corresponde a lo escrito cuando aún mandaban los militares, tal es el caso de obras emblemáticas como Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia, Nadie nunca nada (1980) de Juan José Saer y Cuarteles de invierno (1982) de Osvaldo Soriano, tres libros profundos y valientes que apelan a la elipsis y el desplazamiento como estrategia de producción, circulación y sobrevivencia. En la siguiente etapa, ya en democracia, predomina una literatura testimonial, de víctimas y sobrevivientes, que dio lugar al libro Nunca más, un informe más periodístico que literario que realizó un grupo de destacados (bajo el liderazgo de Ernesto Sábato) en el que se detallan los horrores de los campos de concentración. Por más de una década la literatura testimonial estuvo en auge hasta que en los años noventa –gobernados por el menemismo– la amnesia y el olvido fueron política de Estado. Como respuesta, a partir de 2000 hubo un boom de la memoria, desde donde se pretende realzar la lucha de los años setenta y ensalzar a la generación que finalmente llegó al poder. A esto debemos sumarle una nueva etapa en la que el relato deja de ser sobre la dictadura, y se convierte en un derivado. La definiremos con el término de posmemoria, según lo entiende Marianne Hirsch, citada por Beatriz Sarlo en Tiempo pasado, cultura de la memoria y giro subjetivo (2005). La posmemoria para Hirsch es “recordar lo no vivido, recordar por la vivencia de los demás o por un canon de memoria”. Sarlo agrega que la posmemoria “sería la ‘memoria’ de los hijos sobre la memoria de los padres, una memoria de segunda generación, allí donde hubo fracturas importantes”.
Historia del pelo corresponde a esta etapa, aunque ella ya le pertenezca a la generación de jóvenes como el escritor Félix Bruzzone (76, 2007; Los topos, 2008) y la cineasta Albertina Carri, directora del documental Los rubios, ambos treintañeros hijos de desaparecidos que se han alejado del canon y que han planteado, más que una manera nueva de hacer literatura o cine, una nueva manera de hacer memoria.
Historia del pelo está muy lejos de estas propuestas. Lo de Pauls es a todas luces una frivolidad; crítica imposible porque él mismo ha dicho que esa era su intención. Su apuesta por colocar lo pequeño y lo íntimo frente a la Historia podría haber llegado a buen puerto, pero la excesiva digresión sobre el tema principal acaba en tedio y el regodeo sobre sí mismo es insoportable. Sin embargo, en la jugada de Pauls se respira una libertad por el riesgo, que siempre vale la pena celebrar. ~