A partir de la posguerra y hasta finales del siglo XX, New York era la ciudad de los monstruos. El circo de esperpentos más grande del mundo encerrado principalmente en la isla de Manhattan. Diane Arbus (New York, 1923), quien en 1971 se suicidara en el baño de su domicilio cortándose las venas e ingiriendo barbitúricos, dejó un amplio registro fotográfico de todo lo que entendemos como anormal en una sociedad donde todo es anomia. La muerte de Arbus coincide con la decadencia del circo de fenómenos y curiosidades, una maravillosa fuente de diversión en desuso, en parte debido a campañas de desprestigio de las buenas conciencias asustadas por lo que se mostraba en el escenario.
Diane Arbus, un extravagante fenómeno fotográfico en sí misma, desnudó con precisión de perito forense su interior a través de retratos de personajes que reflejaban su personalidad retorcida y llena de obsesiones mórbidas.
A decir de Nil Selkirk, ex alumno de Arbus y curador de algunas de las exposiciones más importantes con obra de la fotógrafa, Arbus consiguió un notable avance técnico al cambiar la cámara Nikkon 35 mm a la Rolerflex; Arbus era una persona reflexiva, de ideas complejas y muy meticulosa en su trabajo, a la que le gustaba charlar a veces durante horas, con sus objetos a retratar. Existe el rumor de que Diane Arbus tomó fotos de sí misma mientras languidecía en la bañera luego de cortarse las venas y tomar pastillas para dormir. Fue encontrada días después en estado de descomposición. El selfie como obituario del suicida.
Como una especie de alter ego de Fellini, entablaba conversación con prostitutas, travestis, enanos, deformes, discapacitados, enfermos mentales y toda clase de personajes pesadillescos o tristes; les explica su pasión por la fotografía y luego los convence de dejarse retratar. Desaseada y promiscua, se especula que llegó a tener sexo con algunos de sus retratados con tal de tomarles una foto. Aun cuando fotografió celebridades como James Brown o Norman Mailer, mantiene a veces una atmósfera grotesca y de turbio onirismo. Sus fotografías son el testimonio de una época que aún no era castigada por la corrección política. Los personajes capturados por Arbus serían imposibles de fotografiar hoy en día sin despertar protestas y rechazos de los fiscales de la sanidad mental.
¿Cuales serían los referentes inmediatos e ineludibles en la fotografía de Arbus? Weegee, el mítico fotógrafo de crímenes, incendios y celebridades del New York de las décadas de 1940 y 50, el espectáculo del freak show y la película Freaks de Tod Browning. Producto de su tiempo, Arbus no es ajena a las luchas por las libertades civiles, la discriminación racial y los escándalos en el sistema de salud mental sobre las condiciones de los internos en los hospitales siquiátricos, sobre todo del sexo femenino. Muestras de una realidad triste, las fotografías de Arbus nos abren una ventana a su personalidad depresiva y un mundo interior agobiado por la desazón existencial. No hay una sola fotografía donde Arbus no pose ella misma a través de los objetos de su lente. Sus personajes reflejan personalidades afligidas y quizá verbalmente abusadas por las múltiples voces interiores en su cerebro.
Como caleidoscopio de asombros y horrores, es difícil identificarse con su concepto de belleza. Pero Arbus, siendo una artista consumada y consumida por sus obsesiones y manías, nos comparte su amor por una ciudad y sus personajes más retorcidos y en ciertos casos, marginales.
Los monstruos fotográficos de Arbus coinciden con la explosión de la contracultura pop de la década de los sesenta del siglo XX: el rock, el cine y el comic underground a la Robert Crumb. Sus fotografías dialogan con el lado oscuro de la psique de una época donde el humor negro, lo grotesco y la exhibición impúdica de la intimidad influyen en la cultura popular.
Atracción y rechazo al mismo tiempo, los personajes fotográficos de Arbus toman su lugar en el mundo de hoy como deidades de la posmodernidad, amuletos y agoreros del fracaso civilizatorio; en cierto modo siguen alimentando las supersticiones y prejuicios contemporáneos alimentados por nuestra fascinación por lo “diferente”. Patologías y desórdenes mentales como alimento del artista, el universo de Arbus apuesta por provocar en el espectador “temor y vergüenza”.
Aunque la televisión y la prensa sensacionalista nos han curado de espanto ante cualquier atrocidad o fenómeno humano, Diane Arbus tiene un contacto profundo con seriales televisivos como Carnivale y la temporada IV de American Horror Story. El freak show sublimado en el menage a trois del espectáculo, el arte y el testimonio de época.
Sus fotografías son una crítica mordaz a los monstruos bellos, es decir a las modelos y socialités del mundo de la moda y la publicidad. Digamos que si Don Draper, el perturbador publicista de Mad Men, se viera al espejo con la honestidad de la que carece, su reflejo sería digno de una fotografía de Arbus. El universo literario de Truman Capote, cronista de la farándula desde el descaro y el desparpajo, encuentran su contraparte en los registros visuales de Arbus.
Quien mejor ha explorado la obra de Arbus es Susan Sontang. En su imprescindible libro Sobre la fotografía (Edhasa, 1996), realiza un perfil implacable acerca de la fotógrafa. En las reflexiones de Sontang se percibe cierta crueldad, pero no exenta de razón en cuanto a los motivos de la fotografía y su interpretación del mundo: “las imágenes que idealizan (como casi todas las fotografías de moda o animales) no son menos agresivas que las que hacen una virtud de la fealdad (como las fotografías de barrios bajos, las naturalezas muertas y los retratos de criminales). Todo uso de la cámara implica una agresión.”
Arbus posee sexualmente a sus objetos y los persuade de participar en una orgía sin siquiera tocarlos, sólo los mira. Cumple así con una fantasía voyerista que la regresa al interior de sí misma. Arbus, afirma Sontang, atomiza el horror. “Fotografiado por Arbus, cualquiera es monstruoso”.
Sin embargo, Selkirk ha recalcado que Arbus no era en absoluto una persona atormentada: “Era muy seductora, en el sentido amplio, se interesaba en ti. Era lo contrario de morbosa y sentía una gran alegría por su trabajo. El suicidio arrojó una luz oscura sobre su obra. Hay que separar sus fotos de eso”.
Arbus merodeaba a sus víctimas hasta que les pareciera familiar su presencia. Alguna vez declaró: “He aprendido a mentir como fotógrafa. Ha habido ocasiones en las que he ido a trabajar con ciertos disfraces, simulando ser más pobre de lo que soy…, actuando, pareciendo pobre”.
Era una carroñera y no se esforzaba en disimularlo.
¿Acaso hay un artista contemporáneo que no lo sea?
Es narrador, periodista y editor de publicaciones periféricas. Su libro más reciente es Del duro oficio de vivir, beber y escribir en el caos.