El pasado viernes 1 de marzo, a las nueve de la noche, el presidente de Argentina, Javier Milei, abrió las sesiones ordinarias del Congreso en un horario y de una forma poco comunes para estas latitudes, amigas del calor diurno que suele acompañar los anuncios políticos. Fue una mise en scène “a la norteamericana”, el Capitolio como aspiracional escénico-discursivo cuando, desde un atril y ante las cámaras que le dedicaban un primerísimo primer plano, Milei celebró entre otras cosas el cierre del Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo). Acto seguido, lanzó: “En la misma línea vamos a cerrar la agencia Télam, que ha sido utilizada durante las últimas décadas como agencia de propaganda kirchnerista”.
Entre las miles de personas que seguían el discurso transmitido en cadena nacional a la hora de la cena, estaba Ana Clara Pérez Cotten. Como todos los viernes, Ana cocinaba con la tele de fondo cuando escuchó la frase y tuvo que apagar el fuego para rechequear lo que había oído. Es que Ana Clara es –todavía es, aún en el caos que envuelve todo el asunto– parte de los más de 700 trabajadores de la agencia estatal de noticias más grande de América Latina y la segunda en importancia en español, después de EFE.
Del dicho al hecho pasaron pocas horas. Era de madrugada cuando Ana Clara, que edita y escribe sobre temas culturales, chequeó su celular y leyó en el chat de editores que la web de la agencia ya había sido dada de baja y que la cablera (donde se cargan fotos y noticias) no estaba disponible. “No pude volver a dormirme –cuenta hoy, casi dos semanas después–. La manera ‘formal’ de anoticiarnos fue un mail que llegó en mitad de la noche a la casilla corporativa diciendo que nos ‘dispensaban’ de trabajar durante siete días. Después, nadie me dijo nada. A la agencia no pudimos volver a entrar porque desde entonces está vallada y con personal policial. La sensación es horrible: ahí quedaron mis notas, mi material de consulta, estaba preparando un artículo especial de Jon Fosse y tenía varios libros de él, los dibujos de mi hija. No poder tener la instancia de llevarte tus cosas es muy violento”, comparte Ana.
Las formas, en efecto, no son casuales. Hay algo de la violencia discursiva de esta era que corre en paralelo a las acciones de los funcionarios. “Saluden a Télam que se va”, escribía Manuel Adorni, el vocero presidencial, en la red social X, a solo minutos del anuncio. Si la plataforma elegida para la burla pública fue la misma que legitimó Ramiro Marra, legislador y ex jefe del bloque de La Libertad Avanza, al afirmar que “Twitter es más rápido”, es porque lo que está en juego es más una batalla cultural que una política de reducción de gastos. Ni siquiera se habla de eficiencia.
A grandes rasgos la situación es más o menos así: Adorni aduce en conferencia de prensa un gasto público de 20,000 mil millones de pesos (unos 24 millones de dólares al tipo de cambio oficial) mientras, desde Télam, difunden datos que hablan de una exportación de servicios de 117,420 millones de dólares al año. El gobierno no parece dispuesto a repensar nada; mucho menos, negociar. La llamada “política de la crueldad” despliega sus armas, los trabajadores chapotean en la angustia. La discusión empieza a correr: ¿es posible cambiar por completo el paradigma comunicacional de un país?
“Hay toda una línea gubernamental, aunque esta narrativa se encuentra a menudo en mucha gente, que desmerece la autoridad de los medios de comunicación profesionales y cree que ya no son necesarios porque hoy las barreras de publicación son las más bajas de la historia (cualquiera puede publicar una ‘información’ si quiere). Por supuesto que esa autoridad, como la de los expertos, está en crisis por muy diversos motivos y esa crisis constituye una de las características de esta época en relación al conocimiento. Pero creer que Twitter o ‘internet’ pueden reemplazar el periodismo profesional, que en términos normativos tiene procedimientos de chequeo de la información, asume responsabilidades al publicarla y acata lineamientos éticos de distinto tipo, es una mirada muy limitada, sesgada y falaz”, plantea Natalí Schejtman,profesora de la universidad Di Tella y autora del libro Pantalla partida, 70 años de política y televisión en Canal 7. “Está claro, además, que el hecho de que todo el mundo pueda publicar información no hace necesariamente que estemos mejor informados. Eso no quita que el periodismo profesional realmente existente no tenga que estar de manera cotidiana reafirmando su distintivo y su valor en esta ‘jungla digital’. Pero ese tipo de comentarios ignora o desconoce la gran proporción de gente que se informa por los medios de comunicación tradicionales, incluso aunque llegue a ellos por medio de las redes”.
No es la primera vez, por otra parte, que un gobierno intenta terminar con esta Agencia. Télam nació en 1945 bajo el nombre Telenoticiosa Americana y se creó con el objetivo de contrarrestar la hegemonía informativa de las agencias extranjeras en los inicios de la Guerra Fría, para romper el duopolio de las agencias estadounidenses. Como señala la periodista Irina Sternik en su newsletter Lado B news, siete veces, desde entonces, intentaron cerrarla, vaciarla o privatizada. “En 1955 la agencia fue intervenida en la Revolución libertadora; en1959, Arturo Frondizi la privatizó como ‘Télam Sociedad Anónima, Periodística, Radiofónica, Cinematográfica, Comercial, Inmobiliaria y Financiera’; en el 63 el presidente de facto José María Guido ordenó clausurar Télam por ‘difundir informaciones falsas y tendenciosas’; en 1984 las agencias privadas Noticias Argentinas y Diarios y Noticias solicitaron a Raúl Alfonsín el cierre de Télam por la competencia que significaba; en 1992 el presidente Carlos Menem dispuso la intervención de la empresa y dos años después su liquidación, y en el año 2000 Fernando de La Rúa reintentó cerrar Télam, aunque fracasó debido a la resistencia y la lucha de los trabajadores de la Agencia. Por último, en 2018, el gobierno de Mauricio Macri despidió a 357 trabajadores, vació de contenidos y producción su servicio, y destruyó parte de sus bienes materiales y edilicios”, resume Sternik.
Pese a todo, Télam siguió en pie. Pero, ¿cuál es la situación actual? En términos cuantitativos, y para clarificar su función como agencia estatal de noticias dentro del ecosistema periodísitico nacional (en un momento de pérdida de recursos a nivel general en los medios de comunicación argentinos), vale la pena citar algunas cifras que surgen desde la propia agencia. A saber: hasta octubre de 2023, contaba con 760 trabajadores y 803 medios suscriptos como clientes fijos. Solo en octubre, se emitieron un total de 20,261 piezas informativas, de las cuales 12,844 fueron cables, 6,030 fotos, 761 boletines, 402 videos, 153 audios y 72 infografías. El sistema verificó 450,005 descargas o visitas. En total, en octubre, ocurrieron 395,055 descargas de cables, 26,312 de boletines, 24,996 de fotos, 1,984 de audios, 1,449 de videos y 209 de infografías.
En este sentido, fue imposible encontrar, durante la escritura de este texto, un periodista en funciones que desacredite la utilidad de la Agencia, en especial en medios pequeños, de provincias alejadas de Buenos Aires o incluso en secciones de los diarios más grandes del país donde los recursos escasean y la velocidad es clave. “Para la sección Policiales, el trabajo de Télam es fundamental y valioso por varios motivos”, comenta Gabriel Di Nicola, periodista del diario La Nación, uno de los de mayor alcance de Argentina. “Destaco la calidad de los cables informativos que publican y la cobertura en todo el país, pero lo más importante es el servicio fotográfico de los casos policiales: cubren juicios, consultan fuentes y van a los lugares de los hechos, a los que a veces, por falta de recursos, nosotros no podemos llegar. Sabemos que podemos confiar en lo que hacen los periodistas de la Agencia. Sin ir más lejos, Télam tuvo un rol clave el año pasado, en la cobertura de uno de los juicios más importantes en materia de seguridad que hubo en Argentina, que fue el juicio por el homicidio de Fernando Báez Sosa, un joven asesinado por una patota de rugbiers en la ciudad balnearia de Villa Gesell. Nosotros teníamos un redactor, pero el fotógrafo fue solo para jornadas importantes: el inicio, los alegatos y el cierre del juicio. Télam, en cambio, cubrió todos los días con un redactor y un fotógrafo, con lo cual nosotros, al tener contratado el servicio, podíamos usar esas imágenes y hacer una cobertura completa. Es fundamental contar con algo así”.
“Télam es un medio con corresponsalías en el interior, algo que los medios comerciales han ido recortando, por lo que amplía geográficamente el universo noticiable de un país extenso como este. Los medios comerciales en Argentina se han ido achicando, hay un ecosistema de tamaños muy diferentes, y en ese sentido Télam cumple un rol importante. Por supuesto, a los medios estatales les cabe la misma reflexión que a los comerciales en cuanto al tsunami que viene viviendo la industria y que reconfigura procesos, formas de trabajo, velocidades, volúmenes, etcétera, pero con la diferencia de que los medios estatales pueden pensar su rol e incidencia más allá del mercado, aunque eso no significa obviamente que no tengan que pensar en cómo servir mejor a las audiencias o en aspectos de eficiencia e impacto”, agrega Schejtman. “A este gobierno no parece interesarle para nada trabajar en un mejor servicio público, sino más bien destruirlo despreciando las consecuencias”.
Télam es también fuente de consulta de historiadores y estudiantes. Su archivo periodístico contiene diversos formatos (cables escritos, fotografías en negativo-diapositiva-digitales, material audiovisual y archivo de radio) y existen 38,000 registros audiovisuales desde 2009 a la actualidad; más 2,990,000 documentos periodísticos de archivo, más de un millón y medio de negativos y más de 50,000 fotografías blanco y negro en papel. ¿Qué va a pasar con todo eso?, parece ser la pregunta del millón. “El archivo fotográfico de Télam, así como el archivo audiovisual y sonoro de otros medios públicos, es uno de los distintivos de los medios de administración estatal en Argentina, un país que no ha tenido grandes iniciativas estatales de conservación de ese tipo de material periodístico hasta hace 10 años. Cuidar ese acervo, catalogarlo, digitalizarlo, y administrar su disponibilidad es uno de los roles y las tareas de los medios de administración estatal”, opina Natalí Schejtman. Bernarda Llorente, expresidenta de Télam, aseguró por su parte que ese archivo fue puesto a resguardo en su debido momento. “Hicimos back up y entregamos copias para que estén atesoradas al Congreso de la Nación, a la Legislatura Porteña y a la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires”, dijo en una reciente entrevista radial del programa No dejes para mañana (Radio con vos).
Hasta el 12 de marzo, los trabajadores habían rechazado el plan de retiros voluntarios ofrecido por el gobierno, luego de que se anunciara la extensión de una semana más de dispensa laboral que se inició el 4 de marzo. Nuevamente a través de correos electrónicos (firmados por el interventor de medios públicos, Diego Chaher), el anuncio fue que se abre un plazo de 30 días para que los contratados o de planta permanente se adhieran al plan. Tras la negativa, los trabajadores siguen informando lo que ocurre desde la página Somos Télam. Muchas dudas y ninguna certeza. O sí, tal vez la más evidente: que el rol que ocupa en la sociedad una agencia pública de noticias es una discusión compleja que merece bastante más tiempo y reflexiones que un cierre furtivo de madrugada y el silencio gubernamental como única respuesta. ~
nació en Buenos Aires, Argentina. Es licenciada en Letras, escribe ficción (Los años que vive un gato, Sueños a 90 centavos, Desmadres) y trabaja como periodista. Ha colaborado en diversos medios (Radar, Rolling Stone, Anfibia) y actualmente se desempeña como editora en el diario La Nación.