Vivimos otra gran transformación: una lectura de Karl Polanyi

Hay que volver a leer a Polanyi, hoy con el trasfondo de la precariedad laboral, la mercantilización de la tierra, el cambio climático y las manipulaciones monetarias de los bancos y las bolsas.
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La gran transformación de Karl Polanyi es uno de esos libros famosos cuyas ideas han sido tan absorbidas por las ciencias sociales que los propios libros han dejado de leerse. Esto sería, en este caso como en muchos otros, un error porque hay mucho más en el libro que el núcleo que todos conocemos.

Para los que sean nuevos en el tema, permítanme resumir las principales ideas de Polanyi. La economía de mercado, definida como una economía que depende totalmente de los precios de las mercancías, incluidos los precios determinados por el mercado de los factores de producción (lo que Polanyi llamaba “mercancías ficticias”) del trabajo, la tierra y el dinero, es una imposibilidad. Es imposible en la práctica porque esa economía aniquilaría la sociedad. Esto, escribe Polanyi, solo se comprendió imperfectamente cuando se intentó por primera vez, en la Revolución Industrial británica. “La Revolución Industrial no fue más que el comienzo de la revolución más extrema y radical que jamás inflamó las mentes de los sectarios, pero el nuevo credo era totalmente materialista y creía que todos los problemas humanos podían resolverse con una cantidad ilimitada de bienes materiales” (p. 40). La sociedad de mercado autorregulada daría lugar (y en Gran Bretaña lo hizo al principio) al pauperismo, el vagabundeo, el alcoholismo, condiciones de vida insalubres, “molinos satánicos”, jornadas de trabajo mucho más largas, vidas más cortas, falta de educación, todos los elementos bien conocidos de la historia económica y de las obras literarias.

Así, la “sociedad” (un término bastante amplio que Polanyi utiliza en exceso) tuvo que defenderse de una economía de mercado autorregulada. Al principio, se defendió mediante garantías de ingresos incluidas en las Poor Laws parroquiales, pero eso no impidió la catástrofe. El coste subvencionado del trabajo, es decir, lo que hoy se llamaría Renta Básica Universal, hacía que la gente se volviera perezosa, no quisiera trabajar o aceptara trabajar por un salario irrisorio sabiendo que el resto se cubriría con las arcas públicas. Esa defensa era insostenible. La verdadera defensa contra el mercado llegó con la exención de facto de la determinación del precio de mercado del trabajo (salarios), la tierra y el dinero. Los salarios están regulados (en la época en que escribió Polanyi, principios de la década de 1940 en Gran Bretaña) por la negociación entre sindicatos y empresarios; el uso de la tierra está sometido a un mayor control y supervisión públicos; el precio del dinero está regulado por el banco central. Así pues, sostiene Polanyi, la economía de mercado debe estar “imbricada” (famoso término: embedded) en la sociedad y los ingresos (precios de los factores de producción) deben estar exentos de la plena determinación del mercado.

De manera más sucinta, solo un Estado socialdemócrata es compatible con la economía de mercado. Todas las demás economías de mercado conducirán a la destrucción de la sociedad. Porque las sociedades humanas nunca se han organizado únicamente sobre la base de principios económicos.

Las partes del libro que describen la devastación causada por las revoluciones industriales y el mercado son probablemente las mejores. Además, la experiencia acumulada en los últimos ochenta años respalda a Polanyi en muchos aspectos (no en todos, como argumentaré más adelante). Cuando utiliza la destrucción social de las sociedades colonizadas (India y África), que sufrieron los embates de las nuevas formas de producir cosas, la competencia extranjera, la introducción del trabajo asalariado, la comercialización de la tierra (nada de lo cual, por supuesto, existía antes) como un proceso análogo a la destrucción similar desencadenada por la Revolución Industrial en la población británica, uno no puede dejar de observar que exactamente los mismos efectos se observaron durante la transición del comunismo a la economía de mercado, o más recientemente en las ciudades asoladas de Norteamérica o Europa Occidental.

         Pero, por otra parte, las opiniones de Polanyi no fueron corroboradas plenamente por la historia reciente: la importancia global de los mercados es hoy, en todo el mundo, mucho mayor que hace ochenta años. Aunque la descripción histórica de las “defensas” de las sociedades frente a las fuerzas del mercado es cierta, el mundo no se ha asentado en el equilibrio que Polanyi pensaba que era el único compatible con una estabilidad social duradera, es decir, en la socialdemocracia. Por el contrario, se podría argumentar fácilmente que el presente ha ido mucho más hacia el laissez-faire original del siglo XIX de lo que parecía probable o incluso factible para Polanyi en la década de 1940. Así que, aunque sus predicciones no se cumplieron, su mensaje principal de la dificultad, o casi imposibilidad, de sociedades totalmente mercantilizadas, sigue resonando. Javier Milei y los magnates de Silicon Valley también podrían aprender esa lección.

Hay dos puntos metodológicos en los que no estoy de acuerdo con Polanyi. El primero es su implacable crítica de la economía política clásica, desde Smith hasta Ricardo y Malthus. Ricardo es criticado por su visión del mundo determinada por el mercado, incluida su oposición a las Poor Laws. ¡Pero Polanyi dedica dos capítulos a la descripción del efecto desmoralizador de las leyes de mantenimiento de la renta de Speenhamland! Entonces, si eran tan perjudiciales como escribe para la moral de la clase trabajadora y de la nación (como coinciden tanto Polanyi como Ricardo), ¿por qué se critica a Ricardo por defender su derogación?

Polanyi también cree que la supuesta propensión humana de Smith al “intercambio y el trueque”, que está en el origen de la división del trabajo y el libre comercio, es una pura invención; está al nivel del “noble salvaje” de Rousseau: una fantasía sin ninguna base en la realidad. Solo Robert Owen vio la verdad: “la economía de mercado, si se la dejara evolucionar según sus propias leyes, crearía males grandes y permanentes” (p. 130).

La segunda cuestión es aún más extraña. Polanyi abre el capítulo 13 con una larga disquisición sobre cómo la historia económica no debe estudiarse ni entenderse utilizando el concepto de clase, ni centrándose solo en los intereses materiales de las clases, sino en el reconocimiento social. Sin citarlo, Polanyi discrepa del materialismo histórico de Marx, así como del enfoque metodológico contenido (de nuevo) en Smith, Ricardo e innumerables economistas desde entonces. Lo extraño, sin embargo, es que después de rechazarlo, Polanyi plantea todo su análisis, repasando cientos de ejemplos, precisamente en esos mismos términos de clase y utilizando incentivos materiales. A lo largo de todo el libro se analizan los acontecimientos políticos destacando qué clase se benefició de una determinada política y cuál perdió. Por supuesto, la estructura de clases utilizada por Polanyi es más amplia, es decir, no se limita a las tres clases principales como en Ricardo, pero esto ocurre en cualquier análisis histórico basado en las clases, incluido el de Marx. Cuando escribió sobre las revoluciones de 1848 y 1871, no utilizó solo dos o tres clases. El mundo real es siempre mucho más complejo, pero eso no resta importancia al análisis de clases. Incluso cuando las clases desempeñan un papel aparentemente contradictorio con su “misión histórica”, son las unidades de análisis clave –o quizá las únicas– de Polanyi y sus motivaciones son siempre el interés material propio. Así, para mí, su crítica al análisis de clases, e incluso un ataque oblicuo a Smith por haber creído que las decisiones económicas se basan en el interés propio, quedan espectacularmente desmentidos por los métodos utilizados por el propio Polanyi. De hecho, es un enigma por qué optó por ese discurso metodológico (realizado en un solo lugar del libro), tan en desacuerdo con su propia postura metodológica.

         Por último, diré unas palabras sobre la escritura. No es un libro bien escrito. Algunas partes son difíciles de leer, y no podría señalar exactamente cuál es el problema: las frases no son demasiado complicadas ni las ideas difíciles de transmitir. Hay muchas afirmaciones extraordinariamente poderosas y brillantes enterradas en párrafos de prosa histórica a veces impenetrable. Comparado, por ejemplo, con Eric Hobsbawm, que abarca muchos de los mismos episodios históricos, Polanyi es innecesariamente poco claro. A esto se puede responder diciendo que el libro de Polanyi no es estrictamente un libro de historia económica y, por tanto, la narración no puede ser la misma que en un libro de historia. Esto es cierto, pero sigue sin explicar por qué la escritura está plagada de alusiones históricas complejas y difíciles de entender o quizá de una pasión exagerada por las paradojas que solo se insinúan o se dejan sin explicar.

         Es una excelente decisión de Penguin reeditar el libro con una nueva introducción de Gareth Dale. Nuestro tiempo es, en efecto, un tiempo de malestar, provocado precisamente por las mismas fuerzas que los lectores de Polanyi reconocerían fácilmente: la creciente comercialización de muchas áreas que nunca estuvieron sujetas al mercado y, por tanto, la dislocación social y, en última instancia, el descontento político. Hay que volver a leer a Polanyi, hoy con el trasfondo de la precariedad laboral, la mercantilización de la tierra, el cambio climático (que está directamente relacionado con este último) y las manipulaciones monetarias de los bancos y las bolsas, las tres mercancías ficticias que determinan los ingresos y el sustento de las personas y que, según Polanyi, no pueden quedar sin regulación.   

NB. Creo que podría haber dos polanyismos: uno débil que acepte la economía de mercado para todas las mercancías excepto las tres ficticias, de modo que los ingresos no estén determinados por el mercado; y otro fuerte que represente un ataque a los fundamentos mismos de la economía política y que sostenga que la búsqueda ilimitada de beneficios, ingresos o ganancias no es “natural al hombre”.  

Publicado originalmente en el Substack del autor.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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