Foto: tomada de Facebook

Hacktivismo mexicano: una brevísima historia

Las expresiones actuales de activismo digital en nuestro país obligan a considerar con seriedad la pregunta ¿se puede viralizar la protesta?
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“Digital witnesses, what’s the point of even sleeping?

If I can’t show it, if you can’t see me

What’s the point of doing anything?”

St Vincent – Digital Witness

 

 

 

Un comercial de Pepsi protagonizado por Kendall Jenner, miembro del clan televisivo de los Kardashian, trivializa el sentido de la protesta social: la modelo le ofrece una lata de refresco de cola en lata a un policía para evitar la confrontación con los manifestantes, quienes no parecen indignados, sino  en una burbuja gracias al slogan “La rutina está para romperse”. Internet nos hace repensar conductas humanas como el activismo. En la era de la sobreinformación, el slacktivismo o activismo de sofá, tiene como regla básica el esfuerzo mínimo. Se requiere de tan sólo un clic para compartir cierto contenido que consideramos vital con la esperanza de lograr el mayor impacto posible en nuestra lista de contactos. Las redes sociales dictan esta dinámica basada en incesantes retuiteos y likeos (o transmisiones en vivo y fotos que desaparecen después de ser vistas en el caso de Instagram, Periscope o Snapchat). El alcance de estas acciones es discutible en un país como México, donde únicamente el 20% por ciento de los habitantes de los estados más pobres –Guerrero, Oaxaca y Chiapas– tienen acceso a Internet en contraste con la ciudad de México (donde aproximadamente 60% de los hogares cuentan con conexión).

El hacktivismo, definido por la investigadora Alexandra Samuel como “el matrimonio entre el activismo político y el hacking de computadoras”, va un paso más allá. El hacktivismo insiste en reformular la participación política en una era donde proliferan las herramientas digitales. Si bien existe una ética de utilización no-violenta de estas herramientas en el hacktivismo, éste enfrenta un serio cuestionamiento: ¿es altruismo o mera propaganda? Su propósito suele ser tergiversado e incluso confundido con el ciberespionaje llevado a cabo por empresas. The New Hacker’s Dictionary define, en sentido general, a un hacker como “un experto o entusiasta de cualquier tipo”. En este caso, es alguien que cuenta con un talento para resolver problemas relacionados con la informática. Cuando existe una intención de “malicia”, este diccionario describe que el concepto correcto es cracker (“alguien que hackea una contraseña o una red”).

Desde finales de la década de los noventa, hay ejemplos en México de un hacktivismo con propósito sociopolítico y cuyo objetivo primario ha sido la visibilidad de una causa concreta, como el zapatismo digital. Pioneros del hacktivismo como X-Ploit, enfocado a la transparencia de la información, y Raza Mexicana, críticos acérrimos de Teléfonos de México, se introducían en sitios web gubernamentales. Ejercicios similares recientes son el colapso de la página web de la Secretaría de Defensa Nacional en 2013 y la operación #OPICARIUS contra portales bancarios en manos de Anonymous México.

En el cruce de arte y tecnología, se encuentran los Astrovandalistas que se autodefinen como un “colectivo translocal enfocado en el desarrollo de proyectos bajo la lógica del hacking urbano y la divulgación libre del conocimiento generado.” Se inspiran en las filosofías DIY (Hazlo/Hágalo Usted Mismo) y DIWO (Hagámoslo/Hágalo con otros) y su estrategia es “generar tecnologías de bajo costo que puedan ser replicadas fácilmente por la gente”. Fundado en 2010 en Tijuana, sus miembros trabajan a distancia desde diferentes latitudes del continente americano. Además de México, han presentado su obra en Alemania, Brasil, Chile y España.  Desde su primera pieza, el grafiti sonoro “Sin título 1”, hasta “Imaginario Inverso – Narrativas hacia el Futuro”, su propuesta más reciente, los Astrovandalistas han involucrado a la comunidad en el proceso creativo. Sus manifestaciones artísticas se realizan en el espacio público y reflexionan sobre la percepción ciudadana como una expresión de poder.  Una de sus piezas más relevantes en este sentido es el Arma Sonora Telemática, la cual fue una intervención a una estructura metálica en las afueras de Campo Marte que se activaba cada vez que un usuario de Twitter escribía un hashtag determinado (#BANGCampoMarte). El resultado es una protesta en un espacio físico determinado (el campo ecuestre en el que también se organizan eventos militares) desde una red social.

 

 

“Imaginario Inverso – Narrativas hacia el Futuro” fue un proyecto dual implementado en Ciudad Juárez y El Paso descrito por Leslie García como “una pieza de futurismo arqueológico”. Esta pieza parte de una investigación sobre la geopolítica del desarrollo tecnológico y, mediante una serie de talleres, reinterpreta el uso, la apropiación y la narrativa de algunas tecnologías en el futuro. El resultado es una instalación expandida con mensajes decodificados sobre rocas (glifos posibles dentro de cien años).

Este lento pero existente proceso de conformación de acciones cívicas mediante el hacktivismo hace que nos replanteemos lo siguiente en un país como el nuestro: ¿es posible viralizar una protesta? La Primavera Árabe y su relación con Twitter nos hace creer que sí. Es cierto que, en Egipto, la plataforma de micro-blogging alentó la conversación global y, sobre todo, perpetuó la percepción pública negativa del líder en turno, Hosni Mubarak, para posteriormente derrocarlo. Sin embargo, una red social que fomenta el activismo de bajo riesgo no suele tener un papel decisivo si actúa de manera independiente e incluso puede complicar el proceso de toma de decisiones. La tecnopolítica y el ciberactivismo son limitados cuando existe una alta disparidad en el acceso y uso de las nuevas tecnologías. México es un país con baja penetración de las TIC y la brecha digital es uno de los grandes retos a enfrentar en los años por venir. Volvemos al punto de partida: la Encuesta Nacional Sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares 2015 señala que 4 de cada 10 hogares cuentan con Internet. El estudio del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) revela un fenómeno prácticamente urbano (las cifras de disponibilidad de bienes TIC son contrastantes: por ejemplo, seis  de  cada  diez hogares  dispone de una computadora en el Distrito Federal o Nuevo León en tanto que la tasa disminuye a un hogar de cada cuatro en Guerrero, Oaxaca y Chiapas). Mucho por hacer, menos por hacer clic.

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es escritora. Con su libro Teoría de cuerdas obtuvo el Premio Nacional de Literatura "Gilberto Owen" 2018. En su página web POETronica (poetronica.net) dialoga con poesía y multimedia.


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