Los cangrejos y las langostas la pasan mal a manos de los humanos. En la mayoría de los países, no están protegidos por la legislación en contra de la crueldad con los animales, de tal manera que cualquier cosa que les hagamos es legal. Sucede entonces que los tratamos de modos que serían claramente interpretados como crueles si lo hiciéramos con cualquier vertebrado. Esto puede deberse en parte a que nos resulten tan extraños. Es difícil imaginar la vida interior de una criatura de diez patas, sin rostro, con un sistema nervioso distribuido a lo largo de todo su cuerpo. Peor aún, los crustáceos carecen de la inteligencia carismática que tienen los pulpos. Las 100,000 neuronas que componen el sistema nervioso, comparado con las 500 millones de los pulpos hacen de los cangrejos y las langostas candidatos improbables a iluminar el mar con sus proezas cognitivas. Son fáciles de pasar por alto y es difícil sentir empatía por ellos.
Aún así, si a usted le importa el bienestar de los animales, debería importarle lo que sucede con los cangrejos y las langostas. Consideremos el hervirlos vivos. El animal tarda varios minutos en morir, minutos durante los cuales se retuerce y pierde las extremidades. Es posible matar a un crustáceo en segundo con un cuchillo, pero la mayoría de las personas no especialistas no conocen la técnica adecuada. Electrocutarlos con un aditamento especial toma diez segundos y probablemente sea la muerte más humana posible, pero el costo de este aparato lo pone muy por encima del precio de una herramienta de cocina usual. Algunas plantas de procesamiento los utilizan (y algunos supermercados en Gran Bretaña, por lo menos, exigen que sus proveedores los empleen), pero la mayoría no lo hacen y no hay tampoco ningún requisito legal que mande su uso. Incluso los cangrejos, según un estudio reciente, son “procesados en estado vivo”. “Procesado” en este caso es un eufemismo para “cortarlos vivos”.
¿Esto tiene alguna importancia ética? Para muchos, la pregunta central es si estos animales son capaces de sentir algo –si son sensibles. Si no sienten nada mientras hierven o mientras los cortan vivos, entonces los escrúpulos éticos acerca de este tipo de prácticas están tan fuera de lugar como si se tratara de vegetales. Pero si sí sienten algo –si son sensibles– entonces son prácticas crueles e inhumanas. Entonces, ¿cuál es la realidad? ¿Son sensibles las langostas y los cangrejos? ¿La ciencia puede responder a esta pregunta? Antes de adentrarnos en eso, ayudará ser mucho más claro acerca de lo que estamos buscando. Me enfocaré aquí específicamente en el fenómeno del dolor. Hay mucho más a la experiencia subjetiva que un animal tiene del mundo y de su cuerpo que solo el dolor –pero el dolor es el aspecto de la vida sensible que tiene las consecuencias éticas más evidentes.
Los científicos del bienestar animal definen el dolor como una “sensación aversiva asociada con el daño real o potencial a los tejidos”. Cuando hablan de dolor, se refieren al dolor en su sentido más elemental y evolutivamente primitivo –una sensación que puede tener algunos pero no todos las características del dolor humano. En particular, para sentir dolor en este sentido básico, no es necesario tener autoconsciencia –estar consciente de uno mismo como un ser que siente dolor.
Los crustáceos, ¿sienten dolor en este sentido básico? A lo largo de los últimos años, una serie de experimentos realizados por el biólogo Robert Elwood y sus colegas en la Queen’s University en Belfast, han demostrado comportamientos sorprendentemente complejos en los cangrejos. Este es un ejemplo. Los cangrejos ermitaños viven en conchas que abandonan otros animales. Prefiere unas sobre otras y con frecuencia cambiarán de una menos adecuada a una más adecuada en la naturaleza. Elwood perforó estas conchas e insertó electrodos para ver cómo reaccionarían ante unos leves choques eléctricos –un procedimiento desagradable, claro, pero necesario para entender mejor sus respuestas.
No sorprenderá a nadie que los cangrejos abandonaban la concha, incluso una adecuada, si el choque era suficientemente severo. Lo que sí sorprende es que los cangrejos intercambiaban la calidad de la concha contra la intensidad del choque que recibían. Para cierta intensidad de choque, vacilaban más antes de abandonar una concha de alta calidad y no lo hacían tanto con una de baja calidad. Esto se conoce como una compensación de motivos. Los cangrejos equilibran su necesidad de evitar los choques contra sus otras necesidades.
En otro experimento, Elwood y sus colegas descubrieron que cangrejos de playa aprenden rápidamente a evitar los sitios que asocian con experiencias nocivas. Los investigadores ofrecían a los cangrejos dos refugios oscuros: en uno recibían choques eléctricos, en el otro no. En general, los cangrejos prefieren volver a refugios que ya han ocupado en ocasiones previas. Pero después de recibir en repetidas ocasiones choques eléctricos en uno de ellos, era mucho más probable que los cangrejos volvieran a este –un fenómeno conocido como condicionamiento de evitación de lugar.
La compensación de motivos y el condicionamiento de evitación son lo que llamo indicadores creíbles de dolor –creíbles porque no pueden explicarse como simples reflejos, y porque se vinculan con una teoría razonable acerca de cómo opera el dolor en los animales que lo sienten. La idea de fondo es que el dolor es una especie de guía para tomar decisiones. Para tomar decisiones suficientemente flexibles, los animales deben ser capaces de sopesar la seriedad del daño que enfrentan contra las demás necesidades que tienen. Algunas veces huir es lo adecuado; otras continuar haciendo lo que siempre es lo correcto; algunas veces cuidar las heridas –depende de la situación. El dolor es la moneda de cambio con la que la necesidad de pararse, o huir se dirime. Cuando nos encontramos ante un animal que integra información sobre heridas pasadas o presentes junto con información sobre sus necesidades para tomar decisiones flexibles, entonces estamos ante un indicador creíble de la sensación de dolor.
¿Podemos suponer que la compensación de motivos y el condicionamiento de evitación estén presentes aún en la ausencia del dolor? Claro que sí, pero nadie está sugiriendo que el dolor quede concluyentemente demostrado solo con estos experimentos. De lo que hablamos es de indicadores creíbles, no de pruebas incontrovertibles. Si exigimos pruebas incontrovertibles, entonces jamás llegaremos a saberlo –ni en el caso de los animales, tampoco en el caso de los seres humanos.
¿Qué hacer entonces ante este panorama de incertidumbre? Sugiero utilizar el sentido común: aplicar una variante del principio de precaución. El principio de precaución surgió originalmente como parte de una política medioambiental. Dice, a saber, que cuando uno no tenga certeza acerca del vínculo entre los actos humanos y un efecto potencialmente nocivo, no debemos dejar que la incertidumbre impida que tomemos acciones preventivas. El principio se ha aplicado para amenazas ambientales tan diversas como el cambio climático y los neonicotinoides, los pesticidas vinculados con el colapso de las colonias de abejas.
También debería aplicarse en el tema de la sensibilidad animal. Hace no mucho tiempo propuse el “principio de precaución de la sensibilidad animal”: Cuando haya amenazas graves, serias y negativas al bienestar animal, la ausencia de certeza científica absoluta en cuanto a la sensibilidad de los animales en cuestión no debería ser usada como razón para posponer la implementación de medidas rentables para prevenir esos resultados. En pocas palabras: cuando la evidencia es sugerente, pero no es concluyente, hay que darle al animal el beneficio de la duda.
La frase “certeza científica absoluta” sale de la Declaración de Rio sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de 1992, es, lo entiendo, bastante vaga. No especifica el estándar de evidencia con el que hay que cumplir. Por eso es que también propongo un estándar práctico y específico: debemos mitigar las amenazas al bienestar animal cuando hay por lo menos un indicador creíble de sensibilidad en por lo menos una especie del orden del animal en cuestión. Los crustáceos decápodos cumplen con este estándar. Es posible incluso argumentar con más solidez a favor de los pulpos, los calamares y las jibias, que ya reciben alguna protección en la Unión Europea.
La frase “medidas rentables” también es vaga. Así que esta es mi propuesta pragmática y específica: cuando se cumpla con el estándar de evidencia, entonces hay que incluir a ese orden de animales dentro del ámbito de la legislación sobre el bienestar animal de un modo que atienda sus necesidades de bienestar particulares. En el caso de los crustáceos, esto significa prohibir los métodos que implican un riesgo importante de provocar dolor, como cortarlos vivos o hervirlos vivos.
Para que quede claro, el principio de precaución es una guía para las políticas públicas, no para la acción individual. En vista de la evidencia acerca del dolor y los crustáceos usted puede considerar que lo apropiado es dejar de consumirlos. Se trataría de una reacción razonable, pero no es lo que exige mi propuesta, que está enfocada en la ley, más que el comportamiento individual. Lo que mi propuesta sí dice es que los crustáceos decápodos merecen un nivel básico de protección legal.
Una opción sería esperar a que se acumule la evidencia, exigir más indicadores creíbles en más especies mientras que los decápodos siguen siendo “procesados” vivos en todo el mundo. Pero existe una alta probabilidad de que nos arrepentiremos de nuestra falta de acción, así como ahora nos arrepentimos de nuestra falta de acción frente al cambio climático y los neonicotinoides. Podríamos, en cambio, tomar las precauciones necesarias ahora. Frente al cambio climático y los neonicotinoides, el sentido común nos dice que debemos actuar ahora para mitigar el riesgo de un desastre ambiental. Así mismo, debemos actuar ahora para proteger a los decápodos, para minimizar el riesgo de un sostenido desastre en el bienestar animal.
es profesor de filosofía en la London School of Economics y miembro del Forum for European Philosophy.