“La imaginación, como algunos animales salvajes, no puede criarse en cautividad”. Con estas palabras del ensayo “La destrucción de la literatura”, que Orwell publicó originalmente en 1946 en la revista Polemic, abrió la escritora y periodista ruso-estadounidense Masha Gessen, destacada opositora del régimen de Vladímir Putin, la conferencia que pronunció en Barcelona la semana pasada con ocasión del Día Orwell, que celebra anualmente en la capital catalana la figura del autor de Homenaje a Cataluña.
“Creo que ciertos ensayos son cartas dirigidas al futuro, y ‘La destrucción de la literatura’ es uno de estos ensayos. Hoy me gustaría contestarle desde 2018.”
En su texto, Orwell argumentaba que el totalitarismo hace imposible la literatura, entendida como “un intento de influir en las opiniones de nuestros contemporáneos mediante el registro de ciertas vivencias” que incluye toda la prosa que va desde la ficción imaginativa al periodismo político.
Orwell no pensaba únicamente en los regímenes totalitarios como la Unión Soviética de Stalin, sino también en “grupos de personas que han adoptado la perspectiva totalitaria”, y se centró en dos rasgos principales que caracterizan las “atmósferas totalitarias”: las mentiras y lo que él llama “esquizofrenia”, la incapacidad para aceptar el registro fiel de los hechos.
“La mentira sistemática practicada por los estados totalitarios no es, como se afirma a veces, un recurso transitorio de la misma naturaleza que un movimiento de distracción militar, sino que forma parte integral del totalitarismo, y seguiría haciéndolo aunque los campos de concentración y la policía secreta hubiesen dejado de ser necesarios.”
Entonces Orwell se dirigía a los escritores y periodistas británicos que se negaban a afrontar la siniestra realidad soviética: “El periodista no es libre ‘y es consciente de esa falta de libertad’ cuando se le obliga a escribir mentiras o a silenciar lo que le parece una noticia de importancia; el escritor imaginativo no es libre cuando tiene que falsificar unos sentimientos subjetivos, que, desde su punto de vista, son hechos”.
Hoy, dice Gessen, este uso de la mentira que no busca convencer a nadie de su verdad, sino que es mera reafirmación del poder de quien la profiere es también uno de los aspectos totalitarios del comportamiento de Putin, también de Trump, y de lo sucedido durante el referéndum del Brexit: “Vivimos en una época en la que las mentiras intencionadas, sistemáticas y desestabilizadoras –mentiras totalitarias, mentiras que son una manera de reafirmar el poder político, o de hacerse con él– se han convertido en el factor dominante en la vida pública de Rusia, Estados Unidos, Gran Bretaña y muchos otros países. Cuando reaccionamos a esas mentiras –y hacerlo es inevitable e incluso necesario–, renunciamos al uso de la imaginación. Pero la imaginación es donde vive la democracia: imaginamos el presente y el pasado, y a continuación imaginamos el futuro”.
Este clima de falsedades fuerza a escritores y periodistas a adoptar una posición defensiva: “Cuando los valores e instituciones y gran parte de lo que más apreciamos de la política es objetivo de ataques –algo que sin duda alguna está sucediendo– nos descubrimos luchando por preservar las cosas tal y como son. Lo cual es lo opuesto de la imaginación, lo opuesto de la literatura y, sospecho, lo opuesto de la democracia. La lucha por preservar las cosas como inevitablemente son se convierte en un combate por pensar y escribir sobre las cosas de determinadas maneras, ya sea a la defensiva o de forma preventiva. Al intentar salvaguardar el significado de las palabras en relación con el presente, impedimos que las palabras y los conceptos evolucionen. Las palabras rescatadas enseguida se secan y se cuartean. Y entonces nos fallan: afrontamos el futuro faltos de palabras; enmudecemos frente al futuro”.
En esa tesitura se encuentra la propia Gessen, que, tras escribir varios libros de éxito sobre Rusia (como El hombre sin rostro, una implacable biografía de Putin, o El futuro es historia, recién aparecido en español y por el que recibió el año pasado el National Book Award), lleva meses investigando de cara al siguiente que, si las cosas no se tuercen, versará sobre “proyectos políticos imaginativos” en distintos lugares del mundo: “Orwell escribió que para el escritor de ficción los sentimientos subjetivos eran hechos; verse obligado a falsificar esos sentimientos en una ‘atmósfera totalitaria’ equivalía a la ‘destrucción de la literatura’. Las percepciones de Orwell sobre el totalitarismo formaron la base de sus novelas, que a su vez conformaron en gran medida nuestra comprensión actual del totalitarismo. Propongo que las esperanzas subjetivas también son, a los efectos de la escritura, hechos. Estos son los hechos que están en peligro debido al miedo y la desesperación predominantes en la política actual. Si uno insiste en escribir la verdad de esas esperanzas, o mejor dicho, si muchos escritores lo hacen, el resultado puede no ser una gran literatura, que siempre es un milagro, pero sí será un ejercicio de imaginación. Si es bueno, o lo suficientemente bueno, alimentará la conversación. Y puede que sea la mitad de profético que 1984”.
Marcos Pérez Sánchez es editor y traductor.