No lo quise escribir de otra manera: con la muerte de Eddie Van Halen se va, también, una parte ruidosa y feliz de mi adolescencia. A mis 14 años, en 1978, cuando apareció su álbum debut, me hice tan fan del grupo de hard rock californiano que pedí a su club, por correo, dos jerseys con el logo de la V y la H metálicas y aladas. Fueron mi uniforme consuetudinario en la preparatoria. Al sumarles jeans, tenis y un desfachatado mullet, yo era algo así como Wayne Campbell o Garth Algar, los personajes de Wayne’s World, segmento de Saturday Night Live que luego fue una película. Billie Eilish y muchos milennials no sabrán de lo que estoy hablando.
Así que este martes 6 de octubre del fatídico 2020, con el deceso por cáncer de garganta de Van Halen, a los 65 años, murió una parte de mí que hizo mucha air guitar, puro molino y aspaviento. El guitarrista prodigio fue uno de los que mejor me inoculó el virus del metal, de lo pesado en el rock.
A fines de los 70, el panorama sonoro se empezaba a teñir de new wave y disco. Con sus entallados mallones de animal print, Rod Stewart preguntaba si creíamos que era sexy y Mick Jagger gimoteaba “Miss You”. El rock coqueteaba descaradamente con la música disco. En ese 1978 del debut de Van Halen, mi círculo de cuates se maravillaban con Billy Joel o Dire Straits, unos, y otros con Devo o The Police.
En esa Tierra cayó Eddie Van Halen con sus briosos riffs y su personalísima técnica. Para mí, su música vino a apuntalar un sitio para el rock más duro, aunque luego se suavizaran, ya entrados los 80.
Revolucionario, innovador y virtuoso son adjetivos que salpican las notas acerca de la muerte del guitarrista holandés avecindado en California. Desde hace tiempo, colegas suyos, que van de Slash y Steve Stevens a Zakk Wylde, mencionan a Van Halen en relación con el gran parteaguas, Jimi Hendrix. “Desde Hendrix no había un impacto así en la manera de tocar la guitarra”, dijo el Guns’n’Roses. “Los guitarristas de la generación anterior se preguntaban ‘¿en dónde estabas la primera vez que escuchaste a Hendrix?’ Los de mi generación, ‘¿en dónde estabas la primera vez que escuchaste a Van Halen?’”, comparó el sideman de Billy Idol. Para Wylde, uno de los émulos de Van Halen más notorios, la historia es tan parcial y sencilla como “tienes a Hendrix y tienes a Eddie”.
Hay santos patronos de la guitarra inamovibles en las alturas de los rankings, como el propio Hendrix, Eric Clapton, Jimmy Page, Jeff Beck, Tony Iommi, Ritchie Blackmore y Carlos Santana. Entre ellos tiene su nicho, sin duda, Eddie Van Halen. Rolling Stone lo ubicó en el octavo sitio de su lista de mejores guitarristas; Guitar World en el primero. Pero ya se sabe que las listas son territorio fértil para disputar y controvertir.
Habrá quien le endilgue a Van Halen la culpa por la proliferación, desde finales de los 70 y principios de los 80, de tanto guitarrista aparatoso, engreído, priápico, onanista y abusivo entre las agrupaciones del así llamado hair metal. Algún día se escribirá la historia definitiva de los años 80 y no solo se hablará de la revolución conservadora de Ronald Reagan y Margaret Thatcher; también del spandex, el crepé, el abuso de sustancias y decibeles y el exceso de extensos y estridentes solos de guitarra.
En Van Halen. A visual history: 1978-1984, libro del fotógrafo Neil Zlozower, dos luminarias como Jimmy Page y Jeff Beck ubican a Van Halen en su justa dimensión. Para el primero, “jugó un papel vital en mantener a los chavos interesados en tocar la guitarra”. Para el segundo, “puso el tapping en primera fila y fue uno de los guitarristas con más gusto haciéndolo. No fue su culpa que toda esa gente horrenda tratara de emularlo”.
En efecto, el mentado tapping se asociará por siempre a Van Halen. Esta técnica, también conocida como fingertapping o tap picking, se ejecuta utilizando los dedos para presionar las cuerdas sobre el mástil de la guitarra, haciendo sonar las notas. Aunque algunos le adjudican a Van Halen, los conocedores saben que Niccolò Paganini ya hacía algo similar con su violín hace tres siglos, y en épocas más recientes, en el campo popular del rock, Steve Hackett y Harvey Mandel la usaban. El propio Van Halen siempre reconoció la influencia en esta práctica tanto de Jimmy Page como de Allan Holdsworth (de Soft Machine, UK y una larga carrera de solista), también fallecido, a quien ojalá se revisite más tras la muerte del estadounidense.
La muerte de Van Halen me dio el pretexto para preguntar a un par de guitarristas mexicanos su opinión sobre esta técnica. Alex Otaola me compartió: “La cuestión con el tapping es que permite que la guitarra haga fraseos que son más ergonómicos en otros instrumentos, por ejemplo, el violín o el sax. Entonces, la suma del efecto sonoro que causa, con el impacto visual que implica, lo hace tanto expresivo como ‘farol’, y desgraciadamente a la mayoría de los imitadores de Van Halen solo les sale bien la segunda mitad de la ecuación.”
Icar Smith, quien fuera guitarrista de Cristal y Acero, me confió: “Yo vengo de una generación en la que aprendimos de gente como Ritchie Blackmore, Jimmy Page o Al DiMeola. El tapping era como hacer fuegos artificiales, como brincarte algunas reglas. A nosotros nos decían, lo que tocas con la izquierda lo tienes que tocar con la derecha, no puede haber un hammering y mucho menos un tapping. Haz lo mismo, pero con la plumilla. Con el tiempo el tapping se convirtió en una técnica impresionante y la empezamos a adoptar, y más cuando se hacía con armonía y a varios dedos. No es que no nos gustara; se oía padre, pero era como manejar un coche con los pies en el volante. Pirotecnia. Un acto circense. Miren lo que puedo hacer.”
Abundarán por estos días, y qué bueno, las listas de las mejores canciones de Eddie Van Halen, sus riffs memorables, sus grandes solos. El mainstream seguirá prendiéndole veladoras al que concibió, ascendente y explosivo, para “Beat it”, de Michael Jackson, y a la ochentera y aeróbica “Jump”, del gran vendedor 1984. Yo, que soy de la vieja escuela y asisto al funeral de un trozo de mi pubertad, me quedaré siempre con la pasmosa convulsión de “Eruption”, seguida del feroz riff que da inicio a “You really got me”, himno de The Kinks, y también con ese divertimento de nombre “Spanish Fly”, un delicioso y sutil revoloteo que acaso habrá hecho sonreír a Paco de Lucía, John McLaughlin y Al DiMeola.
Ernesto Flores Vega (Huichapan, Hgo., 1964) es un melómano ecléctico. Ha ejercido el periodismo y la comunicación corporativa.