El intento de interpretar toda la realidad y las obras de la imaginación a partir de una sola causa o preocupación política, por noble que sea, tiene numerosas contraindicaciones. Tergiversa y empobrece: su ignorancia voluntaria del contexto es una fábrica de malentendidos, su entusiasmo es un blindaje frente a la autocrítica, su énfasis reduce la experiencia humana a una sola cuestión y rechaza la ironía, que a menudo se basa en la distancia entre nuestras aspiraciones y la realidad, en la constatación de que los bienes no son compatibles. Esa mirada dogmática y unívoca es antigua y a la vez se renueva con disfraces distintos: en el análisis del pasado, en los llamamientos sobre nuestras posiciones, en las ideas sobre el lenguaje o la literatura.