Cerca de 190 edificios colapsaron parcial o totalmente en la capital del país el 19 de septiembre de 1985. Al menos 6,000 personas murieron. Todo se vino abajo, sin claridad hacia el futuro. Las telecomunicaciones cayeron, la información surgía lentamente mientras la muerte colmaba el espacio de los sobrevivientes. Una conciencia colectiva se construía rápidamente, a pesar de todo, cuando miles salían a las calles ante lo innombrable. De los escombros y sin saberlo, algo estaba por nacer en México.
No fue, sin embargo, la primera vez que la ciudad sucumbía ante las sacudidas de un terremoto. Veintiocho años antes, en 1957, ocurrió un gran sismo al sureste de Acapulco. Ese terremoto llevó al piso varios inmuebles en la capital, como la Escuela Superior de Comercio y Administración, y edificios habitacionales en la colonia Roma. Otras edificaciones tuvieron que ser demolidas tras la sacudida que, emblemáticamente, recordamos por haber derribado al Ángel de la Independencia. Pero no todo fue destrucción. En palabras del ingeniero civil Luis Esteva, ese sismo representó el nacimiento de la ingeniería sísmica en México; oficio dedicado a la caracterización de las sacudidas sísmicas y cuya escuela mexicana goza del más alto reconocimiento internacional. Con los escasos datos que existían, se comenzaron a trazar directivas de construcción sismo resistente. Así llegó el terremoto de 1979, esta vez al noroeste de Acapulco, que abatiría por completo uno de los edificios de la antigua sede de la Universidad Iberoamericana. Poco se sabía aún de lo implacable que podía ser un terremoto en la Ciudad de México.
El conocimiento sismológico con fines preventivos era insignificante en 1985. Contados sismómetros operaban en la capital. Nadie podía saber, en su justa dimensión, lo que supone edificar una ciudad sobre los sedimentos de antiguos lagos. Esa mañana de septiembre, la realidad se impuso incontestable desde las costas de Michoacán y la mirada de todos los sismólogos del mundo se posó en lo acontecido. Parecía inconcebible que un sismo tan lejano provocara tal destrucción en la Ciudad de México. Varias iniciativas surgieron inmediatamente con el fin de prevenir futuras desgracias.
En mayo de 1986, el gobierno federal crea el Sistema Nacional de Protección Civil bajo la supervisión de la Comisión Nacional de Reconstrucción. Mientras tanto, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el gobierno de Japón coadyubaban con el gobierno de México para la creación del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), inaugurado en septiembre de 1988. Hoy día, el Cenapred crea, gestiona y promueve políticas públicas en materia de prevención y reducción de riesgos a través de la investigación, el monitoreo, la capacitación y la difusión del conocimiento. Todo esto en el marco del Sistema Nacional de Protección Civil.
Un año después, en 1989, nace en la Ciudad de México el primer sistema de alertamiento temprano por terremoto en el mundo. El Centro de Instrumentación y Registro Sísmico (Cires), creado en 1986 por expertos emanados de la UNAM bajo el cobijo de la Fundación Javier Barros Sierra, establece una red de sismómetros en la brecha sísmica de Guerrero para alertar a la población capitalina antes del embate de un nuevo terremoto. Dicha red abarcaría la mayoría de los estados costeros del Pacífico a partir de 2012 para consolidar el Sistema de Alerta Sísmica Mexicano (Sasmex), con unos 100 sensores sísmicos operando de manera autónoma y en tiempo real. Este sistema alerta a la población de grandes ciudades segundos antes de que lleguen las sacudidas producidas por grandes terremotos, dando así la oportunidad de tomar medidas preventivas inmediatas. Auspiciado por el gobierno de la ciudad, el Cires comienza en 1987 el desarrollo de una amplia red de acelerómetros en la capital del país. Una red que permitiría, junto con las del Instituto de Ingeniería de la UNAM y del Cenapred, la caracterización paulatina de la respuesta sísmica del suelo de la Ciudad de México y la estimación del peligro.
Paralelamente al avance científico y tecnológico, se forjaba en México la profesionalización en materia de protección civil y gestión integral del riesgo. En 2010 fue inaugurada la Escuela Nacional de Protección Civil y, en años posteriores, consolidada la Red Nacional de Escuelas e Instituciones de Protección Civil y Gestión Integral de Riesgos. Junto con los simulacros nacionales y locales, toda esta voluntad política y administrativa ha creado una oferta educativa amplia y especializada para la formación de nuevas generaciones de profesionales certificados. Esfuerzos que buscan garantizar la reducción del riesgo a través de prácticas sistemáticas y sustentadas en el conocimiento; un andamiaje institucional que ha hecho posible la articulación de comunidades más seguras, resilientes y mejor preparadas ante el embate de terremotos y otros fenómenos perturbadores.
En mayo de 2012 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el Acuerdo que establece la creación del Sistema Nacional de Alerta de Tsunamis, para dar lugar al Centro de Alerta de Tsunamis auspiciado por la Secretaría de Marina. Ambas entidades tienen por objeto alertar oportunamente a la población en caso de que algún terremoto o fenómeno geológico produzca un tsunami que amenace las costas del territorio nacional.
Gracias al apoyo de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación capitalina, en 2020 se unificaron las cuatro redes sismológicas de la capital, desarrolladas por el Cires, la UNAM, el Cenapred y la UAM. Con dicha unificación se constituyó la Red Sísmica de la Ciudad de México, con más de 169 estaciones sismológicas con transmisión de datos al Servicio Sismológico Nacional (SSN), al Cires y al Instituto de Ingeniería de la UNAM, para el monitoreo y caracterización de la sismicidad cotidiana. En 2015, el SSN inaugura nuevas instalaciones con infraestructura de avanzada, para pasar de un puñado de estaciones sísmicas en 1985, a 112 observatorios sismogeodésicos distribuidos en toda la república gracias el apoyo de la Coordinación Nacional de Protección Civil a través del Fondo de Prevención de Desastres, entre otros. Toda esta infraestructura permite monitorizar la actividad sísmica del país y notificar a diversas autoridades en caso de un evento mayor.
El desarrollo de la instrumentación sismológica a partir del terremoto de 1985 ha contribuido sustantivamente al entendimiento de los sismos y a la prevención de desastres en México. Uno de los avances más significativos ha sido la estimación del peligro sísmico en la capital del país con un detalle sin precedente. Los miles de sismos registrados en los últimos 35 años y la caracterización geotécnica del suelo de la ciudad han llevado a una microzonación sísmica del Valle de México. Hoy es posible conocer la intensidad de las sacudidas en toda la ciudad minutos después de un sismo significativo. Esta información es expedida a las autoridades de protección civil para estimar posibles daños y canalizar ayuda donde haga falta.
A diferencia de los años ochenta, hoy sabemos cómo se amplifican las ondas sísmicas en la urbe. Amplificaciones sin parangón mundial que, por el tipo de suelo en el Valle de México, pueden suponer sacudidas 200 a 500 veces mayores en las colonias asentadas sobre sedimentos lacustres. Todo esto se ha traducido en normas obligatorias de construcción sismo resistente. Normas que dependen del lugar preciso en el que se edifique una nueva estructura. El reglamento de construcción de la Ciudad de México fue reformado en 1987, poco después del sismo de 1985. Desde entonces ha sido revisado y actualizado de manera sistemática, con reformas sustantivas en 2004, 2017 y 2023. Puede decirse hoy que dicho reglamento es uno de los más fundamentados y confiables del mundo.
Otros hallazgos se han hecho desde entonces. A finales de los años noventa se descubrieron los sismos lentos en México. Desde entonces, la concepción del ciclo sísmico se vio revolucionada. Hoy sabemos que los sismos lentos son un fenómeno preponderante en la deformación continental que provoca los grandes terremotos. Estos eventos son imperceptibles y pueden durar meses. En México, como en otras partes del mundo, la ocurrencia de sismos lentos puede provocar la ruptura de grandes terremotos. Incluso a escala local en la Ciudad de México, los sismos lentos juegan un rol preponderante. La microsismicidad que tanto ha preocupado a la población, resulta estar ligada a la ocurrencia de estos eventos en fallas superficiales que se deslizan esporádicamente bajo las edificaciones urbanas. Todo este conocimiento está permitiendo a los sismólogos construir un marco conceptual que abona a la prevención de desastres y, probablemente, al pronóstico de grandes terremotos en el futuro.
Si bien el conocimiento y la prevención actuales son muy superiores a los que existían hace cuarenta años, la realidad en la Ciudad de México no deja de ser incierta. Futuras sacudidas podrían comprometer la estabilidad de cientos de edificaciones antiguas, cansadas por las sucesivas sacudidas y construidas bajo normas de construcción obsoletas que se creyeron adecuadas en su tiempo. El colapso de estructuras recientes durante el sismo del 19 de septiembre de 2017 puso en evidencia que, por desacato a la reglamentación, hay edificaciones que incumplen cabalmente con lo estipulado por las normas de construcción vigentes.
Existen también sistemas comerciales y aplicaciones móviles de alertamiento temprano por terremoto que subsisten al margen de la ley y que, ignorando los estándares científicos internacionales, inducen confusión en la población, demeritan el sistema oficial Sasmex desarrollado por Cires en los últimos 35 años y podrían inducir riegos mayores en la población.
Por otro lado, no podemos soslayar la posibilidad de que algo sin precedente ocurra en el futuro, como pasó en 1985, cuando se pensaba que las normas constructivas eran adecuadas. Es decir que, aunque poco probable, se produzca un evento sísmico (local o regional) que rebase las normas y estándares vigentes. Todo esto debe ocuparnos y hacernos conscientes de la importancia que tiene asumir la responsabilidad de nuestra propia salvaguarda. Sólo si esa conciencia trasciende al ámbito cotidiano, acatando las directivas de los expertos y las autoridades, podremos vivir tranquilos en un país donde las sacudidas violentas seguirán presentes por el resto del tiempo. ~
Agradecimientos
Agradezco la lectura y apoyo de Enrique Guevara Ortiz, Eduardo Reinoso Angulo, Alejandro Cruz Atienza y Arturo Iglesias Mendoza.