Un 12 de marzo por la mañana, Alexander Ortega salió de su edificio dentro de una cápsula de aislamiento como las que se usan para trasladar a pacientes con covid-19. Él es médico y labora en el área de urgencias de un hospital privado de la colonia Roma, en la Ciudad de México. Pocos días antes había dado positivo al coronavirus.
Varios de sus vecinos se asomaron mientras los paramédicos lo subían a una ambulancia, para internarlo en el hospital donde trabaja. La cápsula es transparente, todo mundo pudo verlo. Ortega tiene 29 años, no fuma ni bebe, y se considera saludable.
“Tuve fiebre alta, mucho cansancio, vómitos y tos desde seis días atrás. Me reporté enfermo en el hospital, con altas posibilidades de tener coronavirus, y desestimaron mi caso. Los médicos ahorita escaseamos y no les conviene tenerte descansando. Decidí confinarme en casa y, como no quisieron hacerme la prueba, yo tuve que pagar por ella en un laboratorio”, asegura.
Cuando sus síntomas se tornaron mucho más graves, solicitó su traslado. Pero asegura que el trato que le dio el hospital fue excepcional, debido a la zona donde vive y a que se trata de una unidad de salud privada.
“Estuve ocho días internado y fue horrible, porque la enfermedad por sí misma es horrible. La razón por la que me enfermé tuvo que ver directamente con desatenciones previas en el hospital. Desde que todo empezó nos dimos cuenta que estaban ocultando casos de coronavirus. Tampoco nos dieron a tiempo información sobre los protocolos que debíamos seguir, ni instrumentos de protección adecuados. Se tomaron el tema muy a la ligera”, afirma Ortega.
Mientras tanto, su hermano, con quien comparte departamento, se daba cuenta de que los vecinos estaban inquietos por el caso de covid-19 que se había reportado en el edificio. No fueron groseros, pero estuvieron mirando de cerca todo lo que hacía. Cuando el doctor Ortega por fin pudo volver a su casa, permaneció encerrado y en convalecencia varios días más. Los vecinos se portaron bien con él; incluso le llevaban de comer, dice.
Pero una vez más, fue una excepción. “Tuve suerte. Este tipo de cosas quizá sólo pasen aquí, en la Roma Norte, porque en lugares como Ecatepec, por ejemplo, sí puedes experimentar un México más real”, asegura.
En la fase 3 de la epidemia en México, el trato que se le da a muchas personas que trabajan en el sector salud está lejos de ser uniforme, es más bien lo contrario. Uno de los casos más sonados fue el de una enfermera de Sinaloa que, al salir de su trabajo, fue atacada por un hombre que le lanzó cloro en la cara y el cuerpo, porque pensaba que estaba infectada con el virus.
“Los invitamos a respetarnos”
Una enfermera llora frente a decenas de cámaras de medios de comunicación, durante el informe vespertino sobre covid-19 en México, el pasado 20 de abril. Es Fabiana Zepeda, titular de la División de Programas de Enfermería del IMSS. La mujer pide que cesen las agresiones en contra de personal de salud en el país.
Para entonces ya se habían reportado casos de violencia y discriminación hacia estos trabajadores en varios estados, provocados por la idea errónea de que, por el hecho de atender a personas enfermas o no por el virus eran un foco de contagio.
De acuerdo con datos proporcionados por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), entre el 19 de marzo y el 4 de mayo[MOU1] se presentaron 19 quejas oficiales por insultos, burlas, amenazas o maltratos contra el personal de salud. Son los casos de quienes acudieron ante las autoridades y levantaron una denuncia, pero existen muchísimos más que no han dicho nada al respecto y han experimentado estas manifestaciones en su contra más de una vez.
“Les aseguro que estas agresiones han golpeado fuerte al gremio. Los invitamos a respetarnos. Este uniforme lo porto desde hace 27 años y lo porto con mucho orgullo, igual que los médicos y las médicas y todos los profesionales que portan el uniforme dignamente. Y hoy nos lo hemos quitado, no lo vemos en la calle para que no nos agredan”, dijo frente a las cámaras, y con un hilo de voz, Fabiana Zepeda.
Silvia N. (quien ha pedido resguardar su identidad) es enfermera y atiende a pacientes con covid-19 en un centro de salud de Juchitán, Oaxaca, y considera que la cadena de discriminación comienza por el gobierno.
“Como personal de la salud, no nos dieron indicaciones ni capacitación a tiempo. Las autoridades tampoco salieron a perifonear la información sobre la pandemia –como es costumbre en dicha región– por las calles de la ciudad. La gente tiene mucha desinformación y por eso es que nos rechazan y vejan cuando nos ven”, asegura Silvia.
La mujer cuenta que le han negado el paso en tiendas de autoservicio, tiendas de abarrotes y que hasta los conductores de mototaxis, que la transportaban diariamente a su centro de trabajo, ahora buscan excusas para no llevarla. Cuando ha ido a comprar víveres le han dicho textualmente que “mejor mande a otra persona a comprar, porque no quieren que les dé coronavirus.” Silvia dice que sus vecinos de toda la vida también le han cerrado la puerta en la cara cuando ha necesitado favores.
“No deja de ser una agresión psicológica. Somos seres humanos con sentimientos y no merecemos humillaciones. Esto ameritaría dejarlo todo y tirar la toalla, pero no podemos porque es nuestro trabajo, y también porque estamos comprometidos y queremos hacer todo lo que esté en nuestras manos para salvar vidas”, asegura.
El clima del istmo de Oaxaca agrava aun más las condiciones de quienes se dedican al cuidado de la salud: la temperatura promedio anual de la zona es de cerca de 35 grados centígrados, pero en esta época del año fácilmente puede sobrepasar los 40.
“Son cosas que la gente no toma en cuenta. Para atender pacientes con covid-19 usamos uniformes de tres capas de polipropileno, la careta que se adhiere herméticamente a la piel, un gorro y botas. También está prohibido prender el sistema de clima, porque se considera un aerosol. ¿Te imaginas el calor que se siente? Como casi no podemos ir al baño, algunos de nuestros compañeros se deshidratan y se descompensan. No se vale que no valoren nuestro trabajo”, afirma Silvia.
En puntos del país con altas tasas de contagio, se busca disminuir las agresiones contra el personal de salud mediante un servicio gratuito de transportación que los lleva de sus casas a las unidades donde trabajan. También hay una iniciativa que les permite alojarse, sin costo alguno, en diferentes hoteles y moteles privados, así como habitaciones inscritas en la aplicación Airbnb, con las que las autoridades tienen alianzas. En la Ciudad de México son 196 los hoteles que prestan este servicio, al que recurren trabajadores que no quieren contagiar a sus familiares ni permitir que las agresiones que sufren en la calle eventualmente lleguen hasta sus hogares. El 4 de mayo también se dio a conocer que Los Pinos abrirá sus puertas para alojar a 58 médicos de tres hospitales ubicados en la capital mexicana.
“Esto es muy real”
A pesar de todo, hay quienes aún no creen que el coronavirus exista. “Eso es una gran irresponsabilidad”, asegura Aldo N. (también pidió reservar su identidad), quien trabaja en el área de terapia intensiva del Hospital General de Zona 30, del IMSS, en Iztacalco, y al momento de dar la entrevista va en auto rumbo a las oficinas sindicales del nosocomio, junto con un compañero de medicina interna y otro de urgencias.
“Iremos a entregar unos oficios para pedirles que nos provean de material de protección adecuado, así como de refuerzos de personal durante la contingencia, porque hay médicos de cirugía general y traumatología del hospital que ya buscaron una forma legal de ampararse para no atender a pacientes infectados de covid-19. En nuestro caso, un colega cercano acaba de fallecer a causa del virus y, además del pesar, cada día nos sentimos más rebasados: las autoridades del hospital tienen covid y no podemos negociar con ellas, y los enfermos no paran de llegar”, asegura Aldo.
Por eso, según el médico, le resulta “absurdo e ingrato” que haya personas que piensen que esto no está pasando.
“En nuestro hospital hay muchos contagiados, incluido el personal interno; varias de estas personas están graves. Hemos pedido equipo de protección para los que seguimos al pie del cañón y nos han dado, por ejemplo, cubrebocas chinos y sin certificación que se nos han abierto por la mitad apenas nos los colocamos. Ya no sabemos cómo concientizar a la gente acerca de que esto es muy real”, dice Aldo.
Alexander Ortega, el médico que sobrevivió al coronavirus luego de estar internado en un hospital de la colonia Roma, piensa que la incredulidad de la población se debe a la ignorancia. “Antes de que me enfermara, me daba risa cuando alguien decía que la pandemia era mentira; pero luego de todo lo que pasó, siento mucho coraje cuando lo vuelvo a escuchar. No es posible que haya personas que, viendo que hay gente que se muere o que entierra a sus familias completas, siga pensando que algo que es mortal no existe. Al mismo tiempo, entiendes que la ignorancia no viene de la nada. Se debe a un sistema educativo que no sirve, a políticos que no sirven. Es consecuencia de muchas cosas. Pero los muertos están ahí”, afirma Ortega.
El gobierno de la Ciudad de México y la asociación civil AVE anunciaron, el pasado 4 de mayo, que lanzarán una campaña para concientizar a las personas que hasta ahora no creen en la veracidad del coronavirus. Constará de mensajes fuertes y directos sobre las consecuencias de la enfermedad en la vida de cualquier persona, y pronto se desplegará por medio de anuncios y espectaculares, principalmente en el centro del país.
Silvia N., la enfermera de Juchitán, dice que ella mantiene la esperanza de que “todo va a caer por su propio peso, y una vez que superemos la pandemia de coronavirus, nuestra labor, que de por sí es mal pagada, al menos va a ser mucho más apreciada en México. Si el personal de salud lo da todo por la población, lo mínimo que merece es que lo volteen a ver y también den todo por él.”
es periodista.