Los bonobos, los simios de África Central conocidos por su comportamiento sexual libertino, han seguido a rajatabla los consejos de Madeleine Albright. “Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no se ayudan entre ellas”, ha dicho a menudo la exsecretaria de Estado, y más notoriamente en un mitin de Hillary Clinton en febrero, lo que provocó una gran desaprobación pública de las seguidoras de Bernie Sanders. Si tiene razón, las bonobas se han ganado una buena parcela del cielo: suelen aliarse para poner a los machos agresivos en su lugar, y llegan tan lejos que incluso muerden sus penes o dedos si es necesario, todo en nombre de la fraternidad femenina.
Un reciente artículo en The New York Times enumera todos los comportamientos de los bonobos que los humanos deberíamos imitar, y que hacen que las clases de defensa personal para mujeres parezcan fiestas del té de los osos amorosos. En el que posiblemente sea el mejor ladillo de la historia del Times, cuatro bonobos macho “exhiben sus erecciones”, excitados por el “excepcionalmente rosa y hinchado” culo de una hembra fértil, mientras la piropean y agitan las ramas de su árbol. Tres hembras mayores y más maduras bajan hacia los machos lujuriosos; entre las cuatro logran capturar a uno de ellos. “Era sano, musculoso y pesaba unos nueve kilos más que sus captores”, narra el Times. “Pero es igual. Las hembras lo muerden mientras él aúlla e intenta escapar.” Finalmente escapa, pero no vuelve a la comunidad de bonobos en semanas. Cuando regresa, lo hace sin la punta de uno de sus dedos, y evita a sus compañeros.
Si dejamos de lado lo de morder los dedos (quizá), así es exactamente cómo las mujeres deberían enfrentarse a los violadores, abusadores y acosadores sexuales en serie: asustarlos y espantarlos como sea, expulsarlos de la seguridad que les proporciona un sistema social favorable, y condenarlos al ostracismo hasta que demuestren ser humildes feministas. Las hembras de bonobo son todavía más exigentes con el comportamiento masculino aceptable que nosotras. Se unen para luchar contra los machos que compiten con una hembra por comida, le gritan amenazas o se dedican a “hostigarla continuamente”.
Lo triste es que los bonobos son parientes igual de cercanos a los humanos que los chimpancés, pero buscamos en estos últimos muchas más claves de los orígenes de nuestra especie. Los bonobos están a años luz por delante de los chimpancés en su evolución sexual. Como afirma el Times, se besan con la lengua, se proporcionan placer oral, tienen sexo cara a cara, y usan sus pulgares oponibles para lo que nuestro creador los concibió: como juguetes sexuales. Los chimpancés simplemente hurgan con viejos palos en montículos de termitas. También tienen vínculos más fuertes entre machos que entre hembras (al contrario que los bonobos), matan a sus bebés con relativa frecuencia (los bonobos no lo hacen nunca), y permiten que las hembras se emparejen con cualquier macho disponible (al contrario que los bonobos, que practican una versión simiesca del consentimiento).
Entonces, ¿por qué hemos elegido a los chimpancés como nuestro pariente genético más cercano y querido? Parecen las maquinaciones de una cultura de la violación, patriarcal, infanticida y sexualmente negativa. Por supuesto, los bonobos permiten que los adultos tengan sexo con crías de bonobo, un comportamiento que los humanos han desalentado. Pero los chimpancés son asesinos agresores. Ninguna especie es perfecta.
Una primatóloga californiana comentó al Times que los bonobos “deberían dar esperanza al movimiento feminista humano”. Yo añadiría que la actual tendencia hacia una misandria irónica en el feminismo pop moderno indica que estamos a medio camino de la bonobomía. Imagina qué emoción le produciría a una bonobo de alto rango tomar su ración diaria de larvas de insecto en una taza en la que pusiera “lágrimas de hombre”.
Publicado previamente en Slate.
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