Cualquier persona que padezca una fobia a los gérmenes —condición que se conoce como “misofobia”— y que se precia de tal, sabe que los teléfonos celulares son dispositivos verdaderamente asquerosos. Se van cubriendo de una mugre microscópica que proviene del baño, de los aparatos del gimnasio, las tazas de la cafetería y de cualquier otra superficie con la que entran en contacto (¡no solo los teléfonos, también sus dueños!). Sin duda los médicos y enfermeros deben actuar con mucha más sensatez y tienen teléfonos celulares tan limpios como el parte médico oficial de Donald Trump.
Pero que no los engañe el uniforme: al igual que el resto de nosotros, los médicos también usan el teléfono para revisar Twitter en el baño. La diferencia es que sus teléfonos también están llenos de microbios provenientes del mundo de los servicios de salud. De hecho, hay estudios que demuestran que sus teléfonos son más asquerosos que los de quienes no trabajan en esa industria.
Así que si usted es hipocondríaca, considere esta advertencia.
Más de la mitad del personal clínico afirma que usa su teléfono o su tablet en su lugar de trabajo; uso, por lo demás, justificado. El teléfono celular es una herramienta útil –esencial, para algunos– para realizar ciertas tareas médicas, como calcular dosis de medicamentos, repasar lineamientos básicos antes de una operación, mirar videos instructivos, realizar pruebas de visión y responder consultas sobre la marcha. El problema es que el 90 % del personal médico nunca limpia sus dispositivos. En el transcurso de un día de trabajo, el teléfono de un médico o enfermero puede recibir salpicaduras o manchas de sangre, sustancias del drenaje de heridas o de quién sabe qué otro tipo de fluido desagradable del cuerpo humano. Luego, al manipular esos dispositivos pueden trasladar esas bacterias a las orejas, las fosas nasales y las manos. Ni qué decir de las bacterias que se alojan en la pantalla de un Galaxy S9 o en una funda protectora de iPhone de My Little Pony, que pueden vivir allí por meses. Si los gérmenes tienen suerte, contaminarán cualquier otra cosa con la que el dueño del dispositivo entre en contacto más tarde: una agradable incisión recién abierta, un acogedor catéter o un cálido tubo de ventilación, por ejemplo. El resultado: una infección relacionada con el tratamiento médico. Por ejemplo, en Estados Unidos, el 3 % de los pacientes de hospitales desarrolla una infección hospitalaria, causa de muerte de casi 72,000 pacientes al año. Y los dispositivos móviles son una fuente conocida de proliferación de los agentes que causan ese tipo de infecciones.
Un estudio tras otro sostienen que es necesario establecer lineamientos de uso para teléfonos celulares en entornos de atención sanitaria con el fin de controlar las infecciones. Sin embargo, sigue habiendo un vacío regulatorio. En vez de ofrecer consejos sobre cómo usar adecuadamente los dispositivos móviles, muchas organizaciones de salud pública recomiendan adoptar procedimientos para la higienización adecuada de manos como principal método para controlar las infecciones. No obstante, el nivel de cumplimiento de esos procedimientos está por debajo del 40 %.
No hay que dejar de lado que la contaminación se produce en ambas direcciones. Los profesionales de la salud entran en contacto con agentes patógenos —principalmente bacterias, pero también partículas virales y esporas micóticas— al brindar atención directa a los pacientes o a través de los barandales de las camas, los estetoscopios, los gafetes de identificación y otras superficies de alto contacto. Luego, con las manos o los guantes de examinación contaminados, trasladan bacterias u otros agentes patógenos a teléfonos y fundas protectoras, o a las tablets que se usan en el punto de atención para registrar la administración de medicamentos y otras actividades de rutina. Además, los dispositivos móviles tienen una temperatura cálida que fomenta la incubación de gérmenes en una mezcla de grasa, células de la piel y restos de comida. Las bacterias proliferan en este rico lodo, denominado “carga microbiana”.
Cabe destacar que no todos esos agentes patógenos son una amenaza. En un estudio reciente que analizó 491 muestras recogidas de teléfonos celulares usados en unidades de terapia intensiva, se logró aislar 107 especies de bacterias peligrosas. Ese y otros estudios similares demuestran que las enterobacterias y los estafilococos –bacterias de muy mala fama– son los microbios que se encuentran con más frecuencia en los teléfonos de los profesionales de la salud. Las enterobacterias pueden causar cualquiera de las cuatro infecciones relacionadas con la atención sanitaria: infección del sitio quirúrgico, neumonía asociada a ventilación mecánica, infección del tracto urinario asociada a sonda vesical (que puede derivar en una falla renal) o sepsis (una infección sistémica conocida también como “envenenamiento de la sangre”). Las infecciones estafilocócicas pueden manifestarse en forma de abscesos de la piel, neumonía o sepsis.
Los organismos que causan infecciones están presentes en todo nuestro entorno y cuando detectan una oportunidad —como un bebé prematuro con una sonda intravenosa o un paciente que tiene un dispositivo de ventilación mecánica— se disponen a atacar. También viajan en los teléfonos de los visitantes y los propios pacientes, y en los dispositivos de los guardias de seguridad, los técnicos de laboratorio, los empleados del servicio gastronómico y todo el personal que trabaje en la institución. Algunas de estas bacterias son resistentes a la meticilina u otros antibióticos, lo cual las hace especialmente peligrosas para los sistemas inmunes debilitados.
En general, los organismos encargados de legislar coinciden en que los dispositivos móviles no pueden ni deben prohibirse en el entorno de la atención sanitaria, pero no existen pautas útiles que ayuden a controlar la amenaza de los gérmenes. La regulación es casi inexistente incluso en el quirófano, donde se creería que el uso de dispositivos móviles debería estar mucho más restringido.
En general, la recomendación es “usarlos con buen criterio”. Un comunicado de 2016 del Colegio de Cirujanos de Estados Unidos, por ejemplo, solo indica que los cirujanos deberían evitar el uso “indisciplinado” de dispositivos móviles y que, si los usan, “no deberían comprometer la integridad del campo estéril”. Pero el sentido común no es una ciencia, y las prácticas que nos parecen seguras pueden no serlo. Por ejemplo, un estudio reciente reveló que sostener el teléfono con un paño quirúrgico estéril para responder una llamada durante una cirugía no es una práctica efectiva, porque las bacterias pueden atravesar la toalla y contaminar los guantes que la sostienen.
La Asociación de Enfermería Quirúrgica incluyó específicamente la cuestión de los teléfonos celulares en sus Normas de Vestimenta Quirúrgica de 2014, pero esas recomendaciones fueron en vano. La Asociación recomendaba limpiar los teléfonos y tablets con un “desinfectante de bajo nivel de acuerdo con las instrucciones de uso del fabricante, antes y después de ser introducidos en el ambiente perioperatorio”. Pero es un asunto complejo, debido a que los desinfectantes líquidos podrían filtrarse al dispositivo y dañar los circuitos electrónicos. También pueden corroer el revestimiento oleofóbico (es decir, que repele la grasa y la suciedad) que tienen las pantallas y los teléfonos. De hecho, Apple recomienda no usar ningún tipo de producto de limpieza para el iPhone.
Las instituciones que no cuentan con una estrategia efectiva de control de infecciones relacionada con los dispositivos móviles pueden poner en riesgo su acreditación. Pero es difícil encontrar métodos de limpieza o desinfección que sean efectivos, accesibles, convenientes y seguros tanto para las personas como para los dispositivos electrónicos. La realidad es que los datos comparativos son escasos y los resultados varían mucho, pero lo que sí se sabe es que usar un paño de microfibra limpio, una toallita antiséptica impregnada en alcohol isopropílico de 70 % o una simple toallita húmeda para limpiar una pantalla táctil reduce de manera significativa la población bacteriana. Aun así, para desinfectar de verdad —y eliminar prácticamente todos los agentes patógenos— es necesario un desinfectante químico (como el peróxido de hidrógeno) o un proceso de inactivación (por ejemplo, aplicar metales microbicidas o rayos ultravioleta). Los investigadores e ingenieros han hecho grandes avances en la producción de materiales microbicidas, pero los teléfonos autodesinfectantes todavía pertenecen al universo de la ciencia ficción. En cambio, irradiar rayos ultravioleta sobre los teléfonos móviles —lo cual elimina casi por completo las bacterias aeróbicas al impedir que se repliquen— sí es una práctica real, aunque tiene limitaciones importantes. La principal es que cualquier cosa que impida el paso de la luz, como una gota de sangre, rajaduras en la pantalla del dispositivo o fundas con cierres magnéticos o de velcro, sirve de protección para los agentes patógenos. Las bacterias también se esconden en la unión de la pantalla y la funda protectora, el lugar donde más gérmenes hay en el teléfono. No hay que olvidar el tema monetario: cuesta entre USD 4,000 y más de USD 10,000 por unidad, valores que quedan fuera de presupuesto para una institución pequeña.
Aun así, usar un proceso de radiación ultravioleta es solo un aspecto de una estrategia integral de control de infecciones. Para reducir el riesgo de infecciones relacionadas con la atención sanitaria transmitidas a través de dispositivos móviles contaminados, se necesita un abordaje de enfoque múltiple similar al que adoptó la medicina veterinaria. Un abordaje así significaría capacitar al personal clínico y al resto de los empleados en cómo controlar infecciones, así como brindar información a los pacientes y visitantes. También implicaría definir y monitorear el cumplimiento de los procedimientos de higiene de manos, ofrecer recomendaciones claras y específicas sobre cuándo y dónde es adecuado y seguro usar dispositivos móviles en entornos de atención sanitaria, y brindar instrucciones detalladas sobre cómo limpiar y desinfectar teléfonos, tablets y fundas protectoras. Por último, también debería presionar a los fabricantes de dispositivos para que tengan en cuenta la necesidad de desinfección a la hora de diseñar y producir los materiales.
El Mackenzie Richmond Hill Hospital, en Ontario, ha comenzado a implementar una estrategia de ese estilo. La institución ha instalado una unidad sanitizadora de rayos ultravioleta en el vestíbulo, cerca de la cafetería, para que el personal y los visitantes puedan usarla mientras esperan por su expreso doble o moca: una gran noticia tanto para los misófobos como para los amantes de la cafeína.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.