Fue un verano extraño en Glasgow. La ciudad, como gran parte de Escocia, es conocida por su clima nublado, tempestuoso y generalmente caprichoso, incluso en verano. Pero en algunas partes de Escocia y del noroeste de Europa, el verano de 2021 fue insólitamente cálido, seco y soleado. Esto resultó favorable para los habitantes, hastiados del encierro provocado por la pandemia y que no pudieron, o no quisieron, viajar a sus destinos vacacionales favoritos en el sur de la región. También fue un verano extrañamente tranquilo. Día tras día, hubo poco o nada de viento, algo muy llamativo en un país que tiene fama de ser el lugar más ventoso de Europa.
Escocia estaba experimentando una “sequía eólica”, algo que puede ser más común de lo que pensamos, y que suena a mala noticia para el proyecto de construir un futuro con una huella de carbono cero, que depende de las energías renovables. La mayoría de las energías renovables son intermitentes, y aunque algunas modalidades como la marea y el sol son más o menos predecibles, otras no lo son. El potencial energético del viento, las presas de agua, y la energía de biomasa depende en gran medida de las condiciones climáticas. Y si el clima está cambiando, una afirmación con la que la comunidad científica está de acuerdo por unanimidad, esto tendrá implicaciones para la revolución de las energías verdes. ¿Acabará el cambio climático con las energías renovables?
Se trata de una pregunta importante, que se esperaría que estuviera entre las prioridades de la COP26, la conferencia sobre el clima celebrada en Glasgow. Para ser claros, no hay pruebas de que la sequía eólica sea un síntoma del cambio climático antropogénico. La ciencia del clima nos dice que en el noroeste de Europa los vientos del oeste son generados por la Oscilación del Atlántico Norte, un motor meteorológico con dos engranajes que giran en sentido contrario. La primera es una zona de bajas presiones (la Depresión de Islandia) que gira en sentido contrario a las agujas del reloj y la segunda es una zona de altas presiones (el Anticiclón de las Azores) que gira en sentido de las agujas del reloj. Cuando hay una gran diferencia de presión entre estos sistemas, se producen fuertes vientos del oeste y, por lo tanto, veranos frescos y húmedos. Cuando la diferencia de presión es menor, los vientos en el oeste son más débiles, por lo que el tiempo húmedo y ventoso se desplaza hacia el sur. Esto fue lo que ocurrió este verano. Entre abril y septiembre se formó una zona atípica de altas presiones entre Islandia y Escocia, lapso que algunos observadores caracterizaron como la temporada con menor viento en el Reino Unido y partes de Irlanda en 60 años.
Sin embargo, incluso si las sequías eólicas no están relacionadas con el cambio climático, son un ejemplo ilustrativo de cómo las energías renovables se basan en supuestos sobre el funcionamiento del mundo, y el mundo actualmente se encuentra desequilibrado.
Un buen ejemplo es la energía hidroeléctrica, que desempeña un papel crucial en los sistemas eléctricos. Las personas que gestionan las cargas eléctricas tienen esencialmente un propósito: mantener un equilibrio entre la oferta y la demanda tan perfecto como sea posible, ya que los desequilibrios podrían colapsar el sistema. Pero la naturaleza no opera en función de la demanda de los humanos, así que las fuentes intermitentes de energías renovables plantean problemas particulares a las personas que gestionan las cargas eléctricas. Cuando hay más energía intermitente de la necesaria o si llegara a desaparecer en el momento de la demanda (como cuando hay sequía eólica), las redes pueden estar amenazadas. En el primer caso, los gestores de la carga eléctrica desconectan o almacenan el exceso de electricidad. En el segundo caso, recurren a otras formas de generación de energía para llenar el déficit.
Los ingenieros favorecen la energía hidroeléctrica para almacenar el exceso de electricidad y llenar el déficit de generación de energía intermitente. La importante función de la energía hidroeléctrica para equilibrar la carga eléctrica ilustra la íntima relación entre el cambio climático y la capacidad de los seres humanos para explotar las energías renovables. El exceso de electricidad, incluida la que fue producida en épocas de abundancia, puede utilizarse para recuperar el agua que ha pasado por una instalación hidroeléctrica y bombearla a un embalse situado a mayor altura, donde puede almacenarse y liberarse para accionar las turbinas cuando sea necesario. Esto es lo que se conoce como almacenamiento por bombeo, una infraestructura que a menudo se asemeja a una gigantesca batería acuática. En Estados Unidos, el almacenamiento por bombeo representa 95% del almacenamiento de energía a escala comercial.
El problema es que no todos los países disponen de recursos hidroeléctricos adecuados y los que los tienen ya los han explotado plenamente. Además, en Occidente, las grandes centrales hidroeléctricas, aunque son un instrumento para generar energía renovable, desde hace cierto tiempo no gozan del favor de los expertos por ser extremadamente costosas y causar demasiado daño al medio ambiente.
Por otro lado, el cambio climático está amenazando los recursos hídricos existentes en algunas partes del mundo, socavando la capacidad de los gestores de carga eléctrica para hacer frente a problemas energéticos intermitentes como las sequías eólicas. La megasequía en el suroeste de Estados Unidos, que ya ha durado dos décadas, está secando el río Colorado y mermando el potencial de los almacenamientos y represas construidas en las ciudades para almacenar el excedente de energía renovable intermitente y cubrir el vacío de generación.
La megasequía también está perjudicando a los cultivos utilizados para crear los biocombustibles, otra iniciativa importante para las energías renovables. Las condiciones de sequía reducen el rendimiento del maíz utilizado para el etanol y también alteran la bioquímica del switchgrass, un tipo de pasto, cultivo resistente que requiere menos agua y energía. Esto también ocurre con los residuos agrícolas celulósicos, de forma tal que dichas sustancias son menos adecuadas como combustible.
Los desequilibrios que los seres humanos ocasionan en los sistemas naturales son consecuencia directa de los desbalances que han incorporado en sus políticas energéticas. A pesar de todas las esperanzas depositadas en la revolución de las energías verdes, los planificadores energéticos estadounidenses solo han integrado las energías renovables como un complemento de los recursos energéticos fósiles y nucleares existentes, no como un sustituto de los mismos. El gobierno de Obama denominó a esta política “all of the above“, una expresión que implica grandes imperativos políticos.
Pero la expansión masiva tanto de la producción de petróleo y gas como de la capacidad renovable durante el gobierno de Obama tuvo efectos que profundizaron los dilemas de la energía renovable. A finales de la década de 2010, Estados Unidos superó tanto a Rusia como a Arabia Saudita, y se convirtió en el mayor productor de petróleo crudo del mundo. En gran medida, esto ocurrió gracias a la aplicación masiva del mecanismo conocido como fracturación hidráulica o fracking, una tecnología que consume mucha agua y que daña los mantos acuíferos, además de ocasionar que las zonas áridas sean aún más secas. Todo el gas y petróleo del fracking generaron cantidades masivas de gases de efecto invernadero, agravando así el cambio climático. El resultado fue que los efectos meteorológicos como las megasequías, socavaron a su vez la capacidad de los gestores de carga eléctrica de utilizar la energía hidráulica para integrar las energías intermitentes en la combinación de conversión energética.
A medida que las presas se degradan por el cambio climático y son desmanteladas por los planificadores, los paneles solares y los aerogeneradores comienzan a ser considerados como la metonimia del futuro energético sostenible. Asimismo, las políticas públicas han subsidiado la instalación de mayor capacidad de energía intermitente de la que se puede utilizar actualmente. En Estados Unidos, el exceso de capacidad solar y eólica se desconecta de forma rutinaria. En el Reino Unido, el gobierno paga a los propietarios de los parques eólicos para que desconecten el excedente. Curiosamente, estos pagos por restricciones subsidiadas constituyen un incentivo perverso para invertir en más generación eólica, lo que provoca la crítica de que el impulso a las renovables está produciendo rendimientos limitados.
En el Reino Unido, la capacidad de generación de energía eólica está tan sobredimensionada que incluso en este verano tan tranquilo el gobierno siguió pagando decenas de millones de libras para que las turbinas no giraran. Algunos observadores esperan poder almacenar la energía renovable intermitente en baterías recargables a gran escala, incluidas las baterías de los coches eléctricos, pero esto conlleva sus propios costos y complicaciones.
Las cuestiones de las políticas energéticas contraproducentes, así como la relación entre el cambio climático antropogénico y las energías renovables, no se debatieron a profundidad en los foros de la COP26. Sin embargo, el ánimo popular se inclinó por esa conversación de manera importante, tal como lo indicaron las amplias protestas y el teatro callejero que culminaron en una manifestación masiva durante el día mundial de acción climática en Glasgow. Activistas como Greta Thunberg criticaron al gobierno y a la industria por su pasividad e hipocresía en la lucha contra el cambio climático. Las advertencias de Barack Obama para que el mundo hiciera más y para que los jóvenes “siguieran enfadados” suscitaron una reacción escéptica que hizo referencia al controvertido historial medioambiental del expresidente. El primer ministro británico Boris Johnson, también puede haber malinterpretado la situación en la que se encontraba, ya que en su discurso de apertura de la COP26 comparó el cambio climático con una bomba que James Bond se esfuerza por desactivar.
La analogía de Johnson expresó el sentido de urgencia de la crisis, y también la malinterpretó. El cambio climático no es un único cataclismo que pueda resolverse a través de un acto heroico. Las sequías y otro tipo de anomalías meteorológicas nos recuerdan que la naturaleza y la sociedad están dinámicamente entrelazadas, aunque no siempre sea evidente. Los entornos y las infraestructuras constituyen entidades híbridas que no son ni puramente sociales ni puramente naturales, y que funcionan según sus propias reglas. El historiador Richard White denominó a estas entidades “máquinas orgánicas”, un marco de referencia más apropiado que el de Bond, con el fin de conceptualizar un mundo que los seres humanos han desequilibrado profundamente. Pasarán años antes de que se pueda conocer el legado práctico de la COP26, pero a corto plazo la reunión puede marcar un momento para empezar a reflexionar sobre las máquinas orgánicas, a veces paradójicas, que estamos construyendo en nombre de la salvación del planeta. La humanidad ha aceptado que tanto la armonía como el equilibrio son fundamentales para la salud de los ecosistemas y los sistemas energéticos. Ahora se enfrenta el reto de comprender las implicaciones que emergen, al aplicar los principios ecológicos en todos los espectros de la actividad humana.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
Matthew N. Eisler es miembro de rectoría y profesor de historia en la Universidad de Strathclyde. Estudia la relación entre la energía y las políticas ambientales y las prácticas de la ciencia, la tecnología y la ingeniería contemporáneas. Actualmente está trabajando en su segundo libro, un estudio de la industria y la cultura de la tecnología del automóvil eléctrico.