Brooklyn 2020, un generoso festival en línea

Con una amplia oferta que puede verse de manera libre en línea, el Brooklyn Film Festival aparece como el más generoso de los festivales de cine que por causa de la pandemia se han mudado a internet.
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Entre los innumerables daños colaterales de la rampante pandemia –y, perdón, pero no entre los más importantes– está la celebración de los innumerables festivales de cine que estaban planeados para organizarse a partir de marzo, desde el nacional de Guadalajara hasta el festival de festivales de Cannes. Cada organización festivalera ha respondido de distinta forma: hay unos, como el Munich, que de plano bajaron la cortina y anunciaron que mejor nos vemos –si acaso– en 2021; hay otros, como el de Cannes, que pospusieron la inauguración para una fecha que no se ve clara; los hay que tomaron el riesgo de dar un paso adelante y reconvertirse –este año, por lo menos– como festivales en línea.

Este ha sido el caso, en las últimas semanas, del Hot Docs de Toronto, del Vision du Réel suizo, del festival de Panamá y hasta de nuestro propio festival itinerante (ahora en casa, cual oxímoron) Ambulante. En todos estos ejemplos, cada comité organizador decidió ser más o menos generoso con el confinado público cinéfilo: los hay los que dejaron libre la programación para que quien quisiera pudiera verla vía streaming, completamente gratis y para todo el mundo, pero con cierto límite de visionados (Vision de Réel); los hay que también dejaron la programación gratis, pero limitaron el visionado de los filmes solo para el público nacional (Ambulante); hubo otros que, además de limitarlo al público de cada país, cobraron por función (Hot Docs).

El Brooklyn Film Festival aparece, de lejos, como el más generoso de todos los festivales en estos tiempos de pandemia. Su emisión número 23, que inició este 29 de mayo para finalizar el 7 de junio, dejará libre toda su programación, sin límite de visionados y sin límites de fronteras. Es decir, se podrán ver, completamente gratis y desde cualquier parte del mundo en donde exista una conexión de internet, 140 filmes –largometrajes, cortometrajes, ficción, documental, animación y cine experimental– sin más trámite que llenar una forma en su sitio web, lo que dará derecho no solo de ver todas las películas que se deseen sino también de votar para otorgar el premio del público de cada sección.

Vista casi toda la programación de la sección narrativa de ficción, déjenme señalar mi interés por la dispareja pero siempre interesante road-movie The journey of murder (China, 2019), de Jun Wang, una suerte de extrapolación china de Cuando los hermanos se encuentran (Levinson, 1988); la modesta pero agradable comedia de maduración infantil Zoro’s Solo (Alemania, 2019), que tiene ciertos elementos comunes con nuestra cinta nacional Guten tag, Ramón (Ramírez Suárez, 2013); el absorbente drama juvenil Les notes (Canadá, 2019), de Jeanne Leblanc, y el sólido film-soleil Snaeland (Islandia-Alemania-EU, 2019), de Lisa Raven, dos filmes que merecen mucha más atención que estas palabras. También hay, por cierto, dos películas mexicanas en competencia que ya se han podido ver por acá: Asfixia (2018), de Kenya Márquez, y Antes del olvido (2019), de Irina Gómez Concheiro.

Sin embargo, a mi parecer, la mejor película de Brklyn 2020 –por lo menos hasta el momento de escribir estas líneas– ha resultado ser Macabro (Brasil, 2019), segundo largometraje de Marcos Prado, productor de Ónibus 174 (Padilha y Lacerda, 2002) y Tropa de élite (Padilha, 2007). Basado vagamente en un hecho real –o, mejor dicho, en dos acontecimientos reales fusionados en una sola historia–, Macabro inicia en alguna favela de Río de Janeiro, donde un operativo policial dirigido por el joven sargento Teo (Renato Góes) termina con el abatimiento de un “sospechoso” que no había cometido más crimen que portar un taladro. En parte como forma de castigo, en parte porque se le necesita en otro lugar, Teo es suspendido de su puesto en la gran ciudad y es enviado al interior del país, exactamente al pueblito de donde salió muchos años atrás. Sucede que, en ese sitio, en la remota Serra dos Órgaos, han sucedido varios ataques cometidos, supuestamente, por un par de “hermanos necrófilos”, dos muchachos negros y miserables que han asesinado y violado a varias mujeres.

Teo parece el policía ideal para resolver el caso, pues nació y vivió ahí hasta su adolescencia; sin embargo, el muchacho no salió de ese pueblo por las mejores razones y ahora que regresa ha vuelto no solo como un extraño sino como alguien a quien la cerrada comunidad serreña –incluida parte de su propia familia y el ubicuo cura del lugar– ve con desconfianza y hasta con franca hostilidad. Teo ya no es uno de ellos.

El guion de Rita Glória Curvo y Lucas Paraizo juega de forma magistral con los elementos clásicos del film-noir, por más que el escenario sea rural, no el urbano. Teo es el típico anti-héroe en busca de redención que llega a un lugar dominado por fuerzas que no puede vencer. Más que una acuciosa investigación que lleve a la captura de los presuntos asesinos, lo que buscan los habitantes de ese pueblito es la venganza contra esos dos negros –los únicos de ese lugar, además de sus padres– que no solo han cometido esos indecibles crímenes, sino que se han saltado todas las barreras de su condición de marginados y miserables. ¿Cómo es posible que esos dos muchachitos, un par de jornaleros prácticamente esclavizados, tengan en jaque a todo mundo?

Prado es un cineasta muy eficaz, tanto en el manejo de las escenas de acción –ese prólogo en la favela de Río, ese encuentro en un laberíntico maizal, esa persecución en el bosque hacia el desenlace–, como en su inquietante puesta en imágenes cercana al cine de horror, sobre todo en los momentos en los que vemos a los “hermanos necrófilos” atacar a sus víctimas. Por supuesto, lo que hacen esos muchachos es monstruoso, pero Teo sabe mejor que nadie que esa violencia no ha surgido de forma espontánea. Peor aún: sabe que muy poco puede hacer. Forget it, Teo, it’s Brazil.

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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