“Adolescencia”, una pesadilla en cuatro secuencias

Los desconcertados padres, policías, maestros y psicológa de “Adolescencia” llegan a una conclusión: entender los motivos de un asesino adolescente no necesariamente impedirá que surjan otros.
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Hacia el final del segundo episodio de Adolescencia (Reino Unido, 2025), miniserie de cuatro capítulos disponible en Netflix desde hace un par de semanas, el abrumado oficial policiaco Bascombe (Ashley Waters) sale de la escuela en donde estudia su tímido hijo Adam (Amari Bacchus). El detective y su compañera, la brusca policía Misha Frank (Faye Marsay), acaban de pasar por un auténtico infierno: fueron a visitar la escuela en donde estaba matriculada Katie, una adolescente que fue asesinada por Jamie Miller (el debutante Owen Cooper), un compañerito de ella de apenas 13 años de edad.

A lo largo de los 51 minutos de este segundo episodio de Adolescencia, hemos visto cómo Bascombe y Frank han topado con la pared del mutismo, la indiferencia o la agresividad de los compañeros de la víctima y el victimario. Queda claro que a la mayoría de esos chamacos no le podría importar menos el crimen cometido hace unos días en el estacionamiento de un centro comercial, a no ser porque tienen la oportunidad de echar relajo, hacerse los chistosos y colmar la poca paciencia que tienen sus agotados profesores, que no se dan abasto para controlar a esa caótica galería de bullentes hormonas juveniles.

Al salir de la escuela, Bascombe le pregunta retóricamente a Frank: “¿crees que aprendan algo allá adentro?”. Evidentemente que sí, aunque no necesariamente lo que deberían aprender. De hecho, Bascombe mismo ha aprendido tanto que ha comprendido un aspecto crucial del caso de Katie: no quién fue el perpetrador, sino por qué fue asesinada la infortunada muchachita. Más aún: quien resolvió el misterio fue Adam, el apocado hijo de Bascombe, quien le explicó pacientemente a su papá lo que significa cada emoji que Katie le envió a Jamie a través de Instagram. Así pues, lo que Bascombe creía que era una historia de amor adolescente que había terminado muy mal, se descubre, conforme Adam revela el significado del “jeroglífico” instagramero, como algo mucho más siniestro por lo indescifrable y, al mismo tiempo, por ser tan banal, tan cotidiano. Es por ello que, al salir de la escuela Bascombe, decide esperar a su hijo en el estacionamiento para platicar con él e, inesperadamente, pedirle que lo acompañe a comer.

Este tentativo momento de comunión paternofilial finaliza cuando la ágil cámara del cinefotógrafo Matthew Lewis se aleja de estos dos personajes, cruza el estacionamiento, voltea a ver a unos adolescentes cruzando la calle para, después, insólitamente, sin corte alguno, elevarse por los aires de tal manera que el auto en el que viajan padre e hijo se empequeñece hasta desaparecer. El encuadre se convierte en la lejana mirada de Dios que avanza entre los aires, pasando por casas y jardines, hasta que llega al estacionamiento del centro comercial en el que fue asesinada Katie. Ahí, la cámara empieza a bajar lentamente para seguir a un individuo que acaba de salir de su auto con un ramo de flores en las manos. El hombre, Eddie Miller (Stephen Graham), es el padre de Jamie, el asesino de la muchacha. Mientras la cámara encuadra su rostro descompuesto en primer plano, Eddie se acerca al sitio en donde fue apuñalada Katie para dejarle unas flores.

Adolescencia | Tráiler oficial | Netflix

Se trata del mejor momento, en la forma y en el fondo, de esta notable miniserie dirigida por Philip Barantini y creada por el propio actor protagónico Stephen Graham, en colaboración con el multipremiado y prolífico guionista Jack Thorne. El coreográfico plano secuencia, sin corte alguno, en el que está realizado cada uno de los cuatro episodios de Adolescencia, se justifica con creces en el desenlace ya descrito del segundo capítulo. Después de haber seguido al par de exhaustos policías por ese infierno adolescente que es la escuela, después de escuchar la revelación que Bascombe recibió de boca de su hijo, la cámara nos recuerda, al viajar por los aires al lugar del horrendo crimen, el trágico efecto de las causas que acabamos de conocer.

Adolescencia cubre el caso del asesinato de Katie en cuatro momentos clave: desde el día en el que Jamie es detenido en su casa (el primer capítulo) hasta el momento en que, un año y medio después, su aún devastado padre va a cumplir 50 años de edad, pasando por el segundo capítulo ya descrito en la escuela y el impresionante tercer episodio, cuando Jamie es interrogado por una joven psicológica (Erin Doherty), quien tiene la tarea de reportar si el delgado chamaquito de ojos bien despiertos es consciente o no del crimen que ha cometido y, por lo mismo, cómo debe ser juzgado.

Es cierto que no siempre se justifica el uso del plano secuencia –no era necesario en el tercer episodio, que ocurre casi por completo en la habitación en la que conversa Jamie con su psicóloga–, pero también es cierto que nunca distrae del sentido de la historia ni de la interpretación intachable de cada uno de los actores. Que Graham domine la escena en cuanto aparece en la pantalla no es ninguna novedad para quien haya seguido la trayectoria de este incansable actor inglés, pero lo que quita el aliento es ver cómo el resto del reparto está en la misma altura, con Graham o sin él en el encuadre, como pasa en el episodio dos que sucede en la escuela o el tercero, en el que la profesional pero confrontada psicóloga infantil tiene que lidiar con un Jamie que pasa de la vulnerabilidad a la violencia en un segundo. En este sentido, el desempeño del jovencito Cooper en su debut como actor, a sus 14 años, es impresionante: no solo se impone –como personaje y como actor– frente a Doherty en ese tercer capítulo, sino que sucede lo mismo cada vez que aparece al lado de Graham.

La otra razón por la cual los virtuosos planos secuencia no distraen es por el sentido mismo de la miniserie. Como lo anoté antes, no estamos ante el clásico whodunit, pues desde el inicio sabemos quién es el culpable. El planteamiento es más bien saber por qué lo hizo, de tal manera que el guión escrito a cuatro manos por Graham y Thorne nos presenta el contexto social en el que ha vivido Jamie, no a través de los ojos del chamaquito, sino de todos los confundidos adultos que lo rodean: los oficiales que lo detienen, el padre y la madre (Christine Tremarco) que lo criaron, los exhaustos profesores que lo educaron, la psicóloga que trata de entenderlo.

El planteamiento de Graham y Thorne es desolador. Sí hay manera de entender por qué pueden surgir asesinos como Jamie –el clima de resentimiento masculino en el que crecen los jóvenes de hoy, su creciente conservadurismo alimentado por las redes sociales, la rampante misoginia tan popular en la machósfera virtual, el lamentable papel de los influencers tóxicos de la calaña de Andrew Tate– pero ¿hay alguna forma de evitarlo? No lo sé: si seguimos la elemental moraleja de esta miniserie, acaso la solución sea dejar de pensar que nuestro hijo adolescente está seguro por estar encerrado en su cuarto viendo su teléfono y, como lo hace el oficial Bascombe al final del segundo episodio, hay que tratar de hablar con él, preguntarle cómo está, invitarlo a la comida china y sacarlo, aunque sea un instante, de ese envenenado mundo en el que tantos chamacos viven conectados. Adolescencia, o cómo el internet un incel en cada hijo te dio. ~


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