La vida según Nora Ephron

'No me acuerdo de nada' es el último libro que Nora Ephron publicó en vida, un compendio de textos diversos que nos trae su gracia, su fina inteligencia y su manera implacable de mirar.
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No me acuerdo de nada. La escritora, cineasta y periodista Nora Ephron (Nueva York, 1941-2012) llevó su enfermedad, leucemia, con mucha discreción. Por eso su muerte fue un shock: solo la familia y los amigos más cercanos sabían que tenía cáncer. Su último libro, No me acuerdo de nada, reúne unos cuantos textos de naturaleza diversa: hay listas, defensas de la yema de huevo, escribe de periodismo, hay un relato de lo que supone que tu madre sea alcohólica, autoparodia y algo así como un perfil de Lillian Hellman, de quien Mary McCarthy escribió “todo lo que escribe Hellman, incluido la ‘y’ y el ‘el’ es mentira”; Hellman le puso una demanda a McCarthy, ese pleito fue el material de Imaginary friends, de Nora Ephron. Ese libro, breve y variado, No me acuerdo de nada, estaba inédito en español y acaba de ser traducido por Catalina Martínez Muñoz para Libros del Asteroide. 

Ephron implacable. Me gusta Nora Ephron por su gracia y su sentido del timing elaborando el chiste, además de por su inteligencia fina y ágil, pero creo que lo que la hace distinta a todo es su capacidad para usarse como materia prima de sus textos sin miedo a quedar como una tipa un poco antipática o snob o narcisista o egoísta o superficial. Baja al barro, se ensucia, la imagen de ella misma que devuelven sus textos no es siempre halagüeña: por ejemplo, cuando se muere el tío Hal, hermano de su madre, con el que la familia tenía una relación un poco distante. Las hermanas Ephron y el padre comienzan a acariciar la idea de lo ricas que van a ser con la herencia del tío rico, ¡propiedades inmobiliarias hasta en Puerto Rico! Nora Ephron fantasea con el jardín que con el dinero sobrevenido va a poder permitirse; sobre todo fantasea con la idea de abandonar ese guion que ha aceptado escribir por dinero. Calma, no lo deja, acabará llamándose Cuando Harry encontró a Sally y siendo un éxito: “Compramos un cerezo silvestre. Es una preciosidad. Florece a finales de junio y me recuerda a mi querido tío Hal”. Lo que quiero decir es que Nora Ephron era implacable, sobre todo con ella misma. 

Solo quiere decir: Así titula algunos de estos textos: “Solo quiero decir: la tortilla de clara de huevo”, también Teflón, Sopa de pollo o La tierra no es plana –una crítica a los creadores de opiniones más bien delirantes aupados por internet–. Cuando Nora Ephron lamenta que “al calentarse, el teflón libera un producto químico que entra en el torrente sanguíneo y probablemente produzca cáncer y malformaciones fetales” y dice que desearía que fuera un rumor –como los que circulaban sobre el aluminio– me acuerdo de mi madre, médico, que lleva años deseando que descubran que el tabaco en realidad no es tan malo para la salud. Como pasó con el aceite de oliva o las yemas crudas de huevo, mi madre quiere que sea un malentendido. Nora Ephron también defiende las yemas de huevo en un artículo que sobre todo es una crítica a nuestra propia estupidez (lo que hoy llamaríamos problemas del primer mundo), a esos que comen tortillas de clara de huevo porque los han convencido de que son buenas para la salud. Ephron aprovecha para deslizar aquí la idea de “información es cascada, que consiste en que cuando una cosa se repite muchas veces acaba convirtiéndose en verdad aunque no lo sea. (No entiendo por qué no se llama desinformación en cascada.)”

Amor y madre. Las cuatro hermanas Ephron eran escritoras, como los padres, guionistas de Hollywood. Cuando los encargos para cine bajaron, se pasaron al teatro. Regalo para un soltero fue una obra de teatro de éxito: “Copiaban fragmentos de las cartas que yo les escribía desde Wellesley”, escribe Eprhon. El texto dedicado a su madre se llama “La leyenda”: “Mi madre era una diosa. Pero mi madre era alcohólica. Los padres alcohólicos son muy desconcertantes. Son tus padres y por eso los quieres; pero son unos borrachos y por eso los odias. Pero los quieres. Pero los odias”. Otro de mis textos favoritos de este volumen es “Periodismo: una historia de amor”, donde cuenta su llegada al oficio, desde Newsweek al Post. Cuenta que parte de la esencia del periodismo está en que “uno llega a creer sinceramente que vive en el centro del universo y que el mundo espera en vilo el próximo ejemplar de la cabecera para la que trabajas”. 

Puro Ephron. En “Veinticinco cosas con las que la gente tienen una capacidad desconcertante para sorprenderse continuamente” Ephron despliega su sentido del humor. Entre esas veinticinco cosas, la primera es que “Los periodistas a veces se inventan las cosas”. La segunda, “Los periodistas a veces cuentan mal las cosas”. Cierran el volumen dos textos que son la cara A y la cara B: cosas que echará de menos y cosas que no. Dice que no echará de menos “las facturas”, “La letra pequeña” o “Las mesas redondas sobre las mujeres en el mundo del cine”. Entre las que sí: “Leer en la cama”, “La mantequilla”, “Las tartas”, “Cruzar el puente hacia Manhattan” y “Orgullo y prejuicio”. Uno de los textos más emocionantes es el primero, que da título al volumen. Ephron dice que olvida cosas: “El pasado se me escapa y el presente es una lucha constante. Me resulta imposible seguir el ritmo”. Vaya si lo siguió. 

No me acuerdo de nada, Nora Ephron

Traducción de Catalina Martínez Muñoz, Libros del Asteroide, 172 pp.

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