No cuesta trabajo deducir que, según la historia del cine, Los Ángeles es la ciudad más problemática del mundo. Una y otra vez el cine vuelve a esta ciudad –que es su pueblo– para reclamarle todas las formas que tiene de ser intratable. No hay un lugar en que el problema de la contaminación sea menos soluble que en Los Ángeles de Blade Runner, año 2019, donde fauna que no sea humana simplemente ya no puede respirar. (Curiosamente, Los Ángeles de la vida real fue una de las primeras ciudades gringas en identificar a ese enemigo, el esmog: 1943.) El derecho a la distribución, la irrigación y la potabilización de agua, que fuera del cine llevó a las Water Wars de California, las cuales aún no terminan del todo y acaso no terminarán nunca, son el lienzo apestoso a caño sobre el que Polanski y Robert Towne pintaron Barrio Chino, probablemente el más grande y temible film noir de Out of the past para acá. (Nueva York es una ciudad que arde en el incendio; Los Ángeles muere de sed.) Asediado por criminales, el enclenque sistema penitenciario angelino –más bien: de toritos o separos– se desploma en la agilísima Masacre en la crujía 13 de John Carpenter. Todo el sistema –del alcalde para abajo– está prostituido en Los Ángeles al desnudo, pero la ciudad se maquilla para venderse al mejor postor, a cualquier postor. Así lo anuncia una voz desde los créditos:
¡Venga a Los Ángeles! El sol brilla, las playas son amplias e invitantes, los naranjales se extienden hasta donde alcanza la vista. Hay mucho trabajo, la tierra es barata. Cualquier hombre que trabaje puede tener casa propia y, en esa casa, una familia feliz… Todo eso puede tener y, quién sabe, tal vez se vuelva estrella de cine. O vea una, siquiera. Qué buena es la vida en Los Ángeles: Paraíso en la Tierra.
“Nobody leaves LA”, le advierte Kramer a Jerry en el episodio final de Seinfeld. “Es una seductora, es una sirena, es una virgen, ¡es una puta!” La ciudad como una puta es un viejo lugar común cuando se habla de Los Ángeles –más: de Hollywood–; también: la ciudad inabarcable, gigantesca, cuya área se extiende y se extiende, casi ilimitadamente. (No es ninguna casualidad que sean angelinos dos proyectos así de inabarcables: Every building on the Sunset Strip, libro de más de ocho metros de largo, y Los Angeles plays itself, ese monstruo de edición con la ciudad interpretándose a sí misma una y otra y mil veces.) También: la ciudad de la pereza. ¿No introduce así el narrador a su héroe en El gran Lebowski –“el güey más flojo de Los Ángeles y por tanto uno de los más flojos del mundo”?:
He fits right in there, and that’s The Dude, in Los Angeles. And even if he's a lazy man, and The Dude was most certainly that, quite possibly the laziest in Los Angeles county. And even if he's a lazy man, and The Dude was most certainly that, quite possibly the laziest in Los Angeles county, which would place him high in the running for laziest worldwide.
La ciudad que aplasta y atemoriza –ver: Karate Kid–, la ciudad de la tensión racial –Gran Cañón y Boyz n tha hood y Crash y…–, la ciudad de la inmigración y los mojados –de Spanglish a Persecución inminente a Una vida mejor. La ciudad de la guerra de los acentos: México de afuera.
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Tal vez no hay un producto audiovisual que más agudamente retrate esa suma de problemas que The Shield, la serie de 88 episodios que Shawn Ryan produjo entre 2002 y 2008. Es como si Ryan se hubiera propuesto examinarlos sistemáticamente. The Shield cuenta los ires y venires del Srike Team, un comando policiaco hipercorrompido en el ficticio distrito de Farmington, LA. De entrada, el comando está inspirado en la muy real Crash Unit de la igualmente real Rampart Division, una unidad antipandillas que se dedicó a hacer de las suyas, que eran las peores (plantío de evidencias, robo de drogas y bancos, asesinato, etcétera), en Downtown Los Angeles al final de los noventa. Uno de sus capitanes era David Mack, que obtuvo la Medalla al Heroísmo y al que terminaron dándole catorce años en el bote. Vic Mackey, capitán del Strike Team de The Shield, es un personaje igualmente ambiguo: capaz de innegables actos de heroísmo y de transas vergonzosas. Ninguna gran ciudad practica el amor por su policía; Los Ángeles menos que ninguna –“Fuck tha police!” decidía N.W.A mientras Ice-T en Body Count ponderaba al “Cop Killer”–, tal vez con razón.
Los Ángeles de The Shield es también el México de afuera, donde el empresario corrupto Cruz Pezuela –buen mexicano él– puede comprar a quién se deje, que son casi todos; donde Armadillo, el supercriminal del sur de la frontera, puede reacomodar las fichas a su antojo; donde los polleros mexicanos compran y venden niños para esclavitud sexual. También, donde los mexicanos viven, trabajan y mueren, anónimamente. Los Ángeles de The Shield es también una puta: está dispuesta a venderse al capitán David Aceveda, que asciende de jefe de policía a concejal y que acaso termine seduciendo a la ciudad para ser su alcalde a punta de zalamería. (A propósito, dice Shawn Ryan que la creación del personaje de Aceveda estuvo muy influida por la figura del alcalde Antonio Villaraigosa.) Es la ciudad de la tensión racial: todos contra todos: el hiperasesino Antwon Mitchel adquiere policías blancos para lamerle las botas, incluso desde la cárcel; el Strike Team –equipo puramente blanco– bajo la presión casi mortal de Kavanaugh, policía negro de Asuntos Internos o ejerciendo a su vez presión contra cualquier pobre negro que esté en la base de la carnívora pirámide alimenticia de Los Ángeles. (Ver, por ejemplo, Rap payback, temporada 5.) No hay tregua.
Pero sobre todo Los Ángeles de The Shield es la ciudad que aplasta, la ciudad que se cierra sobre uno y lo destruye. De una u otra forma les sucede a todos los protagonistas de la serie. Más terriblemente al policía corrupto Shane –asesino de otros policías y de su propio amigo- y a su mujer que, desesperados, tratan de huir de todo: de su trabajo, de sus compañeros, de la policía, de la ciudad. Es el conocido tópico de la pareja criminal, lovers on the run. Pero en Los Ángeles no hay salida. No importa dónde vayas: la ciudad va a romperte y a matarte.
¿No sabías, Shane? Nobody leaves LA.
Escritor. Autor de los cómics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)