Todos tenemos autores fetiche. Escritores capaces de encendernos o de abismarnos, que nos marcan por afinidad o por asombro y a los que volvemos, porque reencontrarlos nos reconcilia con la alegría de un doble descubrimiento: el del libro que nos proponen y el de la persona que somos cuando lo leemos.
Julio Cortázar es un escritor de esa estirpe, capaz de ganar devociones indelebles para la ceremonia de la literatura. Pero también fue un renovador del género fantástico y autor de algunos cuentos perfectos; un melómano que llevó a la novela el buen tempo de la improvisación y la experimentación del jazz; un traductor exquisito de Poe, Defoe y Yourcenar, entre otros; un maestro del intercambio epistolar y, probablemente, el único narrador argentino de su talla que hizo del juego su credo y escapó sistemáticamente a la solemnidad. En este año doblemente cortazariano –en febrero se cumplieron treinta años de su muerte y el 26 de agosto se celebra el centenario de su nacimiento–, y en la capacidad de provocar relecturas, reavivar polémicas sobre su legado y convocar el fervor de nuevas generaciones, es oportuno preguntarse por su vigencia.
Al margen de las reediciones que acompañan el aniversario, los datos del Programa Sur[*] dejan ver que Cortázar es el escritor argentino más traducido a otros idiomas y cualquier librero de Buenos Aires puede confirmar que habitualmente está entre los diez autores más buscados. Las cifras son ineludibles: cincuenta mil ejemplares vendidos por año, y entre sus libros Rayuela (1963) es el más editado. “Cortázar se vendía en forma sostenida incluso antes de la efervescencia promovida por los aniversarios; hablamos de unos quince mil ejemplares en distintas ediciones. La edición conmemorativa de Rayuela, que salió en 2013 para celebrar sus cincuenta años, potenció esa buena performance y se ha vendido muy bien de manera continua en toda América Latina”, dijo Julia Saltzmann, editora de Alfaguara Argentina.
La vigencia de Cortázar, por lo demás, se vincula con un hecho que empieza a ser frecuente: Cortázar continuó dando novedades editoriales incluso después de su muerte, en 1984. “He trabajado los últimos siete años, de 9 de la mañana a 4 de la tarde, sobre y con Cortázar. Junto a Aurora Bernárdez, su viuda y albacea literaria, hemos editado aproximadamente diez volúmenes; esto es alrededor de cuatro mil páginas nuevas”, dijo desde Barcelona Carles Álvarez Garriga, coeditor de Papeles inesperados (2009) –un libro de textos inéditos y dispersos encontrados en una vieja cómoda sin revisar– y de la edición de 2012 del epistolario de Cortázar, “que aportó mil cartas no incluidas en los tres tomos publicados en 2000”. La obra que apareció póstumamente –que incluye, entre otros, sus primeros cuentos reunidos en La otra orilla (1995) y novelas como Divertimento (escrita en 1949 pero publicada en 1986), editadas por Saúl Yurkievich– contribuye, según Carles Álvarez, a “hacer inteligible la parábola, el recorrido de Cortázar como escritor. Recoloca sus orígenes, su formación, porque lo cierto es que hasta que Tomás Eloy Martínez publicó en 1964 una gran entrevista en el semanario Primera Plana, poco y nada se sabía de él. No se sabía siquiera cómo era Cortázar físicamente”.
Una parte de ese material no recogido previamente se dio a conocer este año en Cortázar de la A a la Z –editado por Bernárdez y Álvarez Garriga–, un álbum biográfico que respeta el talante suelto y lúdico del autor. Generoso en fotos, anotaciones, comentarios de amigos, dibujos y fragmentos inéditos, una de las delicias que revela a los lectores es el recuerdo, contado en primera persona por el escritor, de sus oficios europeos iniciales, que poco tuvieron que ver con la enseñanza –que había practicado en la Argentina– o con la traducción, que ejercería tiempo después en París para la unesco. “Conseguí un trabajo con un exportador de libros; entonces yo tenía que hacer paquetes de libros, cosa que te lastima mucho las manos pero que te deja la cabeza libre para pensar. Y muchos de los cuentos que escribí en esa época fueron probablemente imaginados mientras hacía paquetes para ganarme la vida.” Descripción que hace foco en una cuestión siempre actual entre escritores: hallar una ocupación que pague las cuentas que la literatura no cubre.
Las críticas polémicas en relación con la obra de Cortázar resurgen casi cíclicamente. Con cierta condescendencia se valoran sus cuentos y su capacidad para entusiasmar a lectores jóvenes o inexpertos al tiempo que se califica a sus novelas de “inactuales”, “militantes” o “fechadas”. “Desconfío de esa condescendencia, sobre todo porque se ha vuelto un lugar común –dice Martín Kohan, autor de Ciencias morales (Premio Herralde de Novela, 2007)–. No dejo de pensar que novelas como Rayuela se escriben muy cada tanto, que no muchos escritores son capaces de escribirlas. Me tienta más intentar una lectura que la vuelva actual antes que regodearme en condenarla por caduca.”
Ricardo Piglia ha propuesto un diálogo entre presente y pasado con la Serie del Recienvenido, que cuestiona lo “vigente” o lo “contemporáneo” con la republicación de autores que en su momento tuvieron escasa circulación, libros que anticiparon temas, exploraciones, y abordajes considerados actuales. ¿Se puede hablar, en esos términos, de un Cortázar contemporáneo? “Como contemporáneos incluiría a absolutamente todos los cuentos de Cortázar, que siguen frescos, vivos, estimulantes, sorprendentes, y excluiría dos novelas, Rayuela y el Libro de Manuel (1973). Por motivos distintos: las experiencias de vanguardia de Rayuela tienen fecha, se advierte con claridad la década a la que pertenecen, vale decir que no han superado la prueba del tiempo; y al militantismo del Libro de Manuel se le ven las costuras, suena obligado, como si Cortázar se hubiera dicho ‘se tiene que’ militar, la literatura ‘tiene que’ estar comprometida, cosa que siempre se nota”, respondió Alicia Dujovne Ortiz, periodista y escritora argentina exiliada en París desde 1978. “Lo puse –recuerda Dujovne Ortiz– en una crítica que publiqué cuando salió la novela, y Cortázar me contestó en Marcha de Montevideo, muy enojado, pero sigo creyendo que un cuentista único y extraordinario como él, capaz de escribir ‘Axolotl’, no tenía por qué aceptar imposiciones. Internas o externas. Por sincero que haya sido al hacerlo, y es claro que lo era. En esas dos novelas Cortázar rinde tributo a su época; en el resto de su obra, por suerte para todos nosotros, el que escribe es él.”
“Yo, por ejemplo –dijo Álvarez Garriga–, creo falsa la distinción que se hace entre los cuentos y las novelas de Cortázar. Fue grande en los dos. Pero claro, es uno de los mejores cuentistas del siglo xx. Cuántos cuentos verdaderamente antológicos tiene Borges, ¿treinta? ¿Y Felisberto Hernández? ¿Tres? Cortázar tiene ochenta. Hace no tanto alguien repitió en unas jornadas aquella frase desafortunada de César Aira: ‘el mejor Cortázar es el peor Borges’, y yo respondí: ‘quizá, pero el mejor Aira es el peor Fontanarrosa’.” “Tiendo a pensar que la aversión que César Aira ha manifestado hacia Cortázar –matizó Kohan– puede responder, al menos en parte, a que no están tan lejos uno del otro: el surrealismo, Raymond Roussel, Alejandra Pizarnik; comparten esas zonas, por eso mismo puede que la necesidad de tomar distancia resulte tan fuerte. Donde Cortázar puso a Charlie Parker, Aira puso a Cecil Taylor.”
Los aportes, por otro lado, son innegables. Forma parte ya de la leyenda de Cortázar, el perfeccionismo y la exigencia que lo llevaron a publicar en 1951 Bestiario, su primer libro de relatos que incluye “Casa tomada”, uno de sus cuentos emblemáticos, aparecido originalmente en Los Anales de Buenos Aires, una revista dirigida por Jorge Luis Borges, e incluido en la Antología de la literatura fantástica que editaron Borges, Bioy y Ocampo. Como muchos de sus cuentos, surgió de un sueño. La trama describe la vida rutinaria de una pareja de hermanos, sus ocupaciones y aficiones domésticas –el tejido, la filatelia–, mientras crece alrededor de ellos la sensación asfixiante de estar siendo invadidos, recluidos en un espacio cada vez más exiguo y, finalmente, ajeno. Interpretado como una metáfora de la voracidad y el avance del peronismo que gobernaba entonces la Argentina (ese mismo año Cortázar se radica en París), el cuento ejemplifica la eficacia del escritor, que aprovecha los intersticios de la realidad y renueva el género desde la tensión narrativa de un progresivo extrañamiento en lo de siempre: personajes corrientes que realizan actividades comunes en un ambiente familiar que por alguna circunstancia, a veces imprecisable, vira hacia la inestabilidad, desencajándolos.
Además de legar ese y otros cuentos magistrales –“Lejana”, “El perseguidor”, “La noche boca arriba”, “La autopista del sur”…– Cortázar renovó los modos de novelar, marcando “en la literatura latinoamericana la frontera entre vieja y nueva novela”, como señala, en su introducción a las Obras completas publicadas por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Saúl Yurkievich. La experimentación in crescendo deriva en la creación de la “novela de desarrollo intermitente”. La primera novela que publica en 1960 es Los premios. Pero hay libros previos, editados póstumamente por Yurkievich: ya en Divertimento (1949) avanza a partir del collage hacia un texto hablado que “inaugura la estructura y la escritura novelescas de Cortázar, variables contrastivas, abiertas, sorpresivas”. El examen (1950), inspirada en el free jazz y en el montaje, anticipa Rayuela, la historia de amor y desventuras de Horacio Oliveira cuya primera frase es una de las más citadas de la literatura: “¿Encontraría a la Maga?” Reconocida por el escritor estadounidense C. D. B. Bryan como “la enciclopedia de emociones y visiones más poderosa que surge de la generación de escritores internacionales de la posguerra”, Rayuela sigue siendo el libro más leído de Cortázar, casi un talismán entre los jóvenes; algo que sorprendía al autor, según le contaba a Martín Caparrós en una entrevista de 1983: “Escribí pensando como un hombre de cuarenta años que escribía para gente de cuarenta años, y resultó que esa gente no entendió gran cosa del libro.” Siguió 62 Modelo para armar (1968), nacida del capítulo 62 de Rayuela, quizá su obra más experimental. El Libro de Manuel (1973) es un intento de convergencia: la del compromiso político y la absoluta libertad de la escritura.
Entre los hallazgos literarios que definen el estilo del autor de Todos los fuegos el fuego (1966), Kohan subraya “las tradiciones literarias que elige y retoma; mucho más que el género fantástico al que a veces se le reduce. Su trabajo con la oralidad, aun cuando sus marcas pudiesen envejecer pronto y quedar desfasadas, tiene el valor de no estar al servicio de realismos ni coloquialismos, sino en fricción con otros registros, como una modulación entre otras”. “La escritura desacartonada –matizó Dujovne Ortiz–, en abierto contraste con la literatura de cuello duro que la precedió en la Argentina. Una escritura joven que parece tutearnos, o más bien vosearnos en forma personal, basada en una elección consciente y regocijada de ciertas palabras en lugar de otras (él mismo dijo que si debía elegir entre ‘descender’ y ‘bajar’ pondría lo segundo). Y una verdadera relación con lo fantástico según la atinada definición de Roger Caillois: ‘la brusca irrupción del mundo sobrenatural en el nuestro’. Además de una originalidad real, nunca buscada para aparentar, siempre surgida como un regalo, uno de esos pescaditos de colores que uno encuentra de golpe y agarra directamente con la mano.”
Se puede plantear una última pregunta: ¿qué determina la vigencia de un escritor? “Que sea capaz de producir lecturas nuevas (incluyendo en esto las huellas que suscita en otros autores). La crítica literaria tiene en este sentido una función crucial”, respondió Kohan. Dujovne coincide: “Cortázar se convirtió rápidamente en el autor argentino leído por los jóvenes, como si representara el papel del hermano, y Borges, el del padre o el abuelo. Después de su muerte no estuvo ni un minuto en el Purgatorio, que es el lugar donde quedan flotando los escritores a la espera de alguien que los recuerde y rescate. Eso determina su vigencia. En cambio no me queda claro si se pueden rastrear sus huellas en otros autores (en Conti, quizás, en Mascaró), un poco porque la dictadura nos marcó un antes y un después, y otro poco porque todo lo que podía hacerse en el terreno de lo fantástico ya lo hizo Cortázar. Pensándolo bien, eso también determinaría la vigencia de un escritor: que ciertos temas e imágenes existan para siempre gracias a su escritura, y que nadie pueda volver a ellos. Ni los tigres y los espejos del que he llamado padre y abuelo, ni las casas tomadas del hermano son reutilizables.” La creatividad que sorprende es la clave para Álvarez Garriga: “La popularidad de Cortázar está garantizada por lo menos por cincuenta años más y mientras leer sus libros siga haciéndonos volar la cabeza.”
Vigencia también es integrar la marca de un país. Cortázar fue el autor elegido por el gobierno argentino para encabezar el programa en la fil de Guadalajara de este año, donde Argentina será invitada de honor. Su compromiso con el socialismo y las defensas militantes de Cuba y Nicaragua que ejerció hasta el final de sus días han provocado, a juicio del cristinismo, una revalorización de la figura de Cortázar, capaz de resignificar su manifiesto antiperonismo. El énfasis en celebrarlo ha relegado inevitablemente otro centenario: el del nacimiento de Adolfo Bioy Casares (premio Cervantes de 1990), a quien el mismo Cortázar le hace justicia en “Diario para un cuento” (1982), el último que escribió. Juguetón, confiesa el mayor de los cronopios: “a veces, cuando ya no puedo hacer otra cosa que empezar un cuento como quisiera empezar este, justamente entonces me gustaría ser Adolfo Bioy Casares […] Bioy habría hablado de Anabel como yo seré incapaz de hacerlo, mostrándola desde cerca y hondo y a la vez guardando esa distancia, ese desasimiento que decide poner (no puedo pensar que no sea una decisión) entre algunos de sus personajes y el narrador. A mí me va a ser imposible”.
La de Cortázar es, en efecto, una estética de la cercanía. Todos sus rostros –las fotos viran hacia los setenta: antes, cara de niño, lampiña, sin tiempo; luego, tras un tratamiento hormonal, melena, barba y estampa de gurú– reivindican la ternura como una forma de conocimiento y el ahora como una aventura. Ese pulso se agiganta en sus cartas. A un adolescente que ha recorrido Buenos Aires buscando la casa del cuento “Final del juego”, le contesta con la llaneza de una charla de café: “Esa casa no existe”, pero “en todo caso la vida es siempre un poco eso, buscar cosas que no existen. Quizás buscándolas, las creamos, las sacamos de la nada. Y además, ¿quién nos quita el paseo?” Esa naturalidad –vivir es andar creando– nos invita a leerlo siempre en presente. ~
[*] Creado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina en 2009 con el “fin de promover el conocimiento de obras de la literatura y el pensamiento argentinos en el exterior”.
(Publicado originalmente en la versión para tabletas de Letras Libres, agosto 2014)
Poeta y periodista. Actualmente es Editora de Revista Ñ.