El ajedrez, antesala del mundo automatizado

Aunque sigue sin ser un juego resuelto, el ajedrez muestra signos de agotamiento. Sin embargo, parece que se juega más que nunca. 
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

El ajedrez lleva viviendo un interés creciente prácticamente desde que comenzó la década. Hay quienes lo achacan al tirón de popularidad de la serie Gambito de dama, al aburrimiento generalizado que causaron los confinamientos durante la pandemia o incluso a la necesidad de las nuevas generaciones de socializar físicamente en este mundo digital mediante los juegos de mesa. Lo más probable es que sea una combinación de todo lo anterior y, a la vez, es más que todo eso. Llama la atención la siguiente paradoja: aunque sigue sin ser un juego resuelto (en el sentido de haber identificado todas sus posibilidades y finales), el ajedrez en su formato tradicional muestra signos de agotamiento a varios niveles. Sin embargo, parece que se juega más que nunca. 

Desde que en 1997 el ordenador Deep Blue ganó al entonces campeón del mundo Garri Kasparov, el ajedrez ha perdido misterio y romanticismo y ha ganado en sofisticación. Lejos de habernos dejado de interesar, dada la superioridad de las máquinas, los seres humanos seguimos jugando entre nosotros de manera todavía más competitiva. Los jugadores profesionales, que hasta la llegada de la informática inventaban aperturas o analizaban jugadas sin tener la certeza absoluta de si iban a funcionar en una partida real, ahora entrenan y saben al instante la precisión de una posición gracias al mismo software que es capaz de derrotarles con facilidad. Luego aplican lo aprendido contra sus rivales. Aunque naturalmente los entrenadores humanos siguen siendo importantes.

Para ser una actividad de suma cero paradigmática, para aquellos que sienten pasión por el ajedrez y tienen talento puede ser una actividad muy lucrativa. El top de los mejores jugadores del mundo gana millones o cientos de miles de euros al año. Aquellos que son buenos, pero que no pueden o no quieren seguir los ritmos de la alta competición, han derivado en profesores, comentaristas y creadores de contenido para redes sociales, Twitch o YouTube. Normalmente jóvenes y guapos, en su caso la competición para ganar dinero no se desarrolla tanto sobre el tablero, sino en su habilidad para atraer audiencias cuyo flujo manejan los algoritmos de las plataformas donde suben contenido. También se han desarrollado empresas especializadas en el diseño de tableros de ajedrez inteligentes y plataformas online millonarias del juego. 

No es casualidad que el ajedrez haya permitido a tantas personas ganarse la vida menos de treinta años después de haber sido una de las primeras tareas intelectuales humanas en ser automatizada hasta superarnos gracias a la inteligencia artificial específica. Más bien es la antesala del mundo automatizado que está por venir, en donde ya vemos con claridad las posibilidades de la inteligencia artificial para automatizar cada vez más tareas y trabajos. Lo que nos cuesta más ver es cómo las sucesivas olas de automatización nos afectarán laboralmente. La intuición general es creer que, en el mundo hacia el que nos dirigimos en el que los robots harán cada vez más cosas, los humanos tendremos cada vez menos cosas que hacer hasta finalmente quedarnos sin trabajo. El auge de la profesionalización del ajedrez, apoyado fundamentalmente en la inteligencia artificial, nos muestra el camino contrario. 

En una instructiva conferencia de hace ya más de un lustro, titulada El capitalismo en la era de los robots, el académico británico Adair Turner resumió nuestra relación con la próximas olas de automatización y el mundo laboral de la siguiente manera: “en un mundo donde los robots lo hagan todo todavía tendremos trabajos, pero serán fundamentalmente actividades competitivas de suma cero para determinar cómo dividimos lo que producen los robots, en lugar de las cosas que producen bienestar en sí mismas”. Ponía el ajedrez como uno de los primeros síntomas de esto en la economía. Siguiendo con el ejemplo de los creadores digitales de contenido, estos no compiten directamente con otros creadores por audiencias que les generen ingresos, sino por llamar la atención de los algoritmos que pueden proporcionarles o quitarles espectadores.

Si se piensa detenidamente, hay algo metafórico en todo esto. Más allá del nada desdeñable divertimento (o sufrimiento) que uno pueda obtener jugando, el ajedrez es una actividad inútil. Tiene todo el sentido del mundo que una actividad carente de sentido práctico, ahora automatizada, sea de las primeras que nos hagan competir frenéticamente entre nosotros no por aquellas cosas que económicamente merecen la pena (un trabajo útil para nosotros y los demás, o por bienes y servicios que mejoren nuestra calidad de vida), sino por ventajas menos tangibles que podemos llegar a obtener a través de la tecnología misma o por cosas más prescindibles como bienes posicionales.

Naturalmente, un mundo donde todos los trabajos acaben teniendo fundamentalmente la misma dinámica podría encajar perfectamente en la distopía cyberpunk más oscura. El futuro cercano tendrá algo de esto, pero afortunadamente estará muy lejos de llegar a ser solo así. A modo de ejemplo de ese otro mundo que será más amable está la reivindicación de la economía de los cuidados (todavía injustamente infrarrepresentada en los medidores económicos) o la más provocadora de valorarnos por lo que somos y no solo por lo que producimos. A fin de cuentas, ¿qué produce un jugador de ajedrez? Objetivamente, nada, pero su mente es maravillosa.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: