Tamerlan y Dzokhar Tsarnaev, los presuntos responsables de los bombazos de Boston, se tomaron con calma las horas que siguieron a los atentados. Dzokhar, el más joven de los hermanos, se dio tiempo para visitar a sus compañeros de universidad, relajándose de buena gana. De Tamerlan se sabe poco, pero es probable que haya hecho algo parecido, actuando con la confianza de quien cree estar lejos del alcance de la ley. Algunas versiones indican que los hermanos tenían ya pensados otros blancos para los siguientes días. En suma, los Tsarnaev contaban con que las autoridades tardarían en encontrarlos. Y, siendo francos, tenían cierta razón: en otros tiempos, identificar a los responsables de algo como lo ocurrido en Boston habría tomado un buen tiempo. Esta vez, el lugar común viene al caso: en otra época, hallar a los sospechosos de algo como lo de Boston habría sido peor que encontrar una aguja en un pajar. Los hermanos contaban con esa confusión y esa dificultad, por eso se comportaron con la relajación que solo probó la falsa percepción de impunidad.
Ahora sabemos que se equivocaron. El motivo de su error de cálculo es, para mí, una de las lecturas más interesantes que ha dejado la tragedia de Boston: esta ha sido la primera investigación policiaca en la que los propios ciudadanos se convierten en detectives. Si la era de las redes sociales y las múltiples plataformas de comunicación ha dado pie, por ejemplo, a la cultura del periodista ciudadano, ahora podemos también hablar de una especie de Big Brother, de vigilancia masiva ciudadana que “hace casi imposible el crimen perfecto”, como me dijera hace un par de días un compañero reportero en Los Ángeles.
La historia de la interacción entre las autoridades formales de Boston y Estados Unidos y la llamada colmena que forman los miles de ojos —humanos, videográficos, fotográficos— es de verdad fascinante. Como era previsible, después de los atentados, las autoridades formales tenían poquísima información. Apenas algunas imágenes de cámaras de vigilancia, fragmentos de una de las mochilas de color oscuro en la que los responsables llevaban las infames ollas de presión-bombas, y la más vaga idea de cómo habían sucedido los atentados. Fue entonces que, en un acto de humildad pero también de sagacidad, Rick DesLauriers, el agente especial del FBI encargado de la investigación, pidió la ayuda del público para recabar información. El resultado fueron miles y miles de imágenes y llamadas que, al final, proveyeron a las autoridades no solo de pistas sobre la posible identidad de los responsables, sino también de una línea del tiempo confiable de lo sucedido. Eso, junto con videos de vigilancia de un par de tiendas, arrojaron el primer gran paso adelante en la investigación: imágenes más o menos claras de los sospechosos cargando mochilas y caminando cerca del lugar. Dado el éxito de la primera contribución, el FBI volvió a recurrir al público para revelar la identidad de los dos tipos captados cerca de Copley Square alrededor del momento de las explosiones. De nuevo, la masa sumó miles de indicios, incluidas nuevas fotografías en las que se observaba con claridad el rostro de Dzokhar. Al final, la colaboración de miles acabó con la “cacería” de los hermanos Tsarnaev y evitó, sin duda alguna, una tragedia mayor.
Vale la pena aclarar que la persecución también mostró la cara más oscura de la llamada “mentalidad de la masa”. Durante algunas horas, Reddit, el gigantesco agregador-archivo de contenido, fue escenario de una auténtica cacería de brujas alrededor de un muchacho erróneamente identificado como posible responsable. La historia de cómo Sunil Tripathi se volvió sospechoso de los atentados de Boston debe servir como un ejemplo de la peor versión del fenómeno de los detectives virtuales. Por ahora, sin embargo, me quedo con la manera como la sociedad civil funcionó para develar el misterio de la identidad de dos hombres que probablemente se sentían protegidos por el anonimato, ese que cada día se nos escapa —para bien o para mal— de las manos.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.