A finales de los años 70, el entonces presidente de Nintendo, Hiroshi Yamauchi, compró unas diez mesas del videojuego Space Invaders y las instaló en diferentes partes de la sede de la compañía. Su intención era que los empleados probaran el juego con fines de investigación. En poco tiempo, como una fiebre altamente contagiosa, las máquinas atrajeron filas de trabajadores, impacientes por un turno para matar extraterrestres pixelados.
Masayuki Uemura, director de la División de Investigación y Desarrollo 2 de Nintendo (R&D2), observó el fenómeno y lo que sintió, además de admiración, fue una ligera decepción. “Me deprimió un poco el hecho de que no fuéramos nosotros quienes desarrollamos ese juego”, admitió en una entrevista, entre risas.
Poco tiempo después, Uemura se convertiría en el diseñador de la Famicom y la NES, las consolas a las que se atribuye haber salvado la industria de los videojuegos en los años 80, y cuyo legado cultural sigue siendo casi imposible de cuantificar. Antonio “Fáyer” Uribe, desarrollador de juegos, lo sentencia de forma contundente: “Estas consolas definieron lo que se espera de un videojuego”.
Uemura no fue en absoluto un genio solitario, de esos que extraen del éter creativo una idea revolucionaria que todos los demás intentan entender. La genialidad de Uemura se manifestó de formas más terrenales: supo ser líder de un equipo, colaborar con sus colegas, confiar en su pasión por una industria lúdica inestable, lidiar con la presión del mercado y cumplir con enorme éxito el reto de generar soluciones técnicas brillantes y creativas a las limitaciones económicas.
Uemura, quien nació en 1943 y creció en medio de la pobreza en un Japón devastado por la guerra, tuvo que emplear su creatividad desde muy pequeño para crear juegos, con cosas como piedras y varas de bambú. Su interés por la tecnología lúdica lo impulsaría a obtener un título de ingeniero electrónico en el Instituto Tecnológico de Chiba, y a lograr ser reclutado por Nintendo en 1972.
Allí tuvo una rivalidad simbólica profesional, que en realidad siempre fue una productiva colaboración amistosa, con su senpai, el legendario diseñador de consolas y videojuegos Gunpei Yokoi. Las divisiones R&D1 (dirigida por Yokoi) y R&D2 trabajaban en proyectos diferentes, pero su retroalimentación, fomentada siempre por ambos, fue clave para el éxito de Nintendo.
La gran misión de Uemura comenzó en 1981, cuando Yamauchi le pidió que creara un sistema que permitiera correr juegos de arcades (comenzando con el legendario Donkey Kong) en los televisores, a través de cartuchos intercambiables. Uemura analizó a fondo las consolas existentes, destiló lo mejor de los proyectos previos de Nintendo y se propuso crear una consola que le diera bastante libertad a los desarrolladores de software. El resultado fue la revolucionaria Famicom, que de inmediato tuvo un gran éxito en Japón.
Pero eso era solo el principio. El siguiente paso fue llevar la consola a Estados Unidos. El desafío era enorme, pues occidente estaba en medio de la infame crisis de los videojuegos que se había agudizado en 1983. Una saturación del mercado causado por diversas consolas (la gran mayoría imitaciones de baja calidad) y juegos mediocres, además de un creciente interés por las computadoras personales, mandó a la quiebra a muchas compañías, como Atari, y casi significó la muerte de los videojuegos tal y como los conocemos hoy.
La estrategia de Nintendo para lidiar con esa crisis fue rediseñar el Famicom, una consola de color blanco, dorado y vinotinto, a un dispositivo que emulara la estética de un VHS. Su diseño terminó siendo una caja gris con destellos rojos y negros (según el documental High Score de Netflix, “menos camioneta familiar, más DeLorean”) donde el cartucho ya no iría en la parte superior, sino en el frente, introducido de forma horizontal. Uemura, siempre pragmático, aprovechó el cambio estético para resolver una serie de problemas técnicos.
La consola fue rebautizada como Nintendo Entertainment System (NES) y su gran lanzamiento se realizó a finales de 1985. La NES incluyó el icónico control en forma de pistola espacial llamada Zapper. La razón de su inclusión, según Uemura, tuvo una simpleza demoledora: “los estadounidenses en general están interesados en las armas”. Títulos como Wild Gunman y sobre todo Duck Hunt terminarían, en efecto, siendo muy populares. El Zapper, junto a ese gran caballo de Troya del mercadeo llamado R.O.B., y posteriormente el legendario videojuego Super Mario Bros, le dieron el impulso final necesario a la consola.
La Famicom y la NES vendieron cerca de 62 millones de unidades. Revolucionaron por completo el medio y su éxito resucitó la confianza y el furor de los videojuegos como industria, entretenimiento y arte. Cuarenta años después, Mario sigue liderando listados.
En 1987, Uemura se embarcó en la creación de la nueva consola de Nintendo, la SNES. Gracias a la revolución iniciada por la NES, la industria, sana y robusta, tenía ahora competidores de alta calidad, como Sega y NEC. El trabajo del equipo de Uemura en cuanto a los colores, modos de videos especiales y audio (Ken Kutaragi, encargado del chip de audio del sistema, terminaría desarrollando la primera PlayStation) de la nueva consola, se tradujo en otro éxito rotundo. La SNES dominó la era de los 16-bit, y su popularidad siguió sólida hasta bien entrada la era de los 32-bit.
Uemura anunció su retiro de Nintendo en 2004. A partir de allí, dedicó su vida a su eterno interés por la exploración lúdica social, esta vez desde una visión más antropológica, a través de su labor como director del Centro para el Estudio de Juegos de la Universidad de Ritsumeikan.
El legado de la NES y la SNES en la cultura contemporánea es inabarcable. Ciro Durán, desarrollador de videojuegos, habla por experiencia propia de su impacto directo: “Culturalmente, los videojuegos [de NES y SNES] son ampliamente citados, remezclados y hechos memes, e inspiran a cientos de desarrolladores a seguir una carrera de desarrollo de videojuegos”.
En sus últimos años, Uemura siempre mostró mesura ante su legado. En una de sus últimas entrevistas, se hacía la pregunta: “¿Serán los videojuegos un modo de juego que tenga un poder de permanencia realmente duradero?”.
Cuando consideramos que Nintendo fue fundada en 1889, y que durante más de un siglo se dedicó a la fabricación y venta de cartas de hanafuda, es fácil entender la relativización de Uemura. Sin embargo, basta con darle un vistazo a fenómenos mediáticos como las transmisiones de Twitch, YouTube y Facebook Gaming; la popularidad de los esports, las aclamadas piezas culturales inspiradas en videojuegos, como Arcane de Netflix y, próximamente, The last of us, de HBO, y al éxito de The Game Awards (que en 2020 atrajo una audiencia de 83 millones de personas, mientras que los Oscar no llegaron ni a 11 millones en 2021), entre otras cosas, para entender que los videojuegos no solo estarán entre nosotros durante mucho tiempo, sino que esa tendencia ni siquiera ha parado de crecer.
Y, a pesar de su modestia, la realidad es que este panorama cultural sería radicalmente distinto de no haber sido por la eficiencia de Uemura, el ingeniero de Nintendo.
(Caracas, Venezuela, 1981) es periodista cultural y realizador audiovisual.