Cuando era niño y mi mamá me mandaba al mercado, algo que hacía el trayecto más entretenido era elegir alguna piedrita para irla pateando a lo argo del camino. Uno sabía que, patada tras patada, la misma piedra iba a estar ahí más adelante.
Parece que ése también era el juego favorito de la clase política de nuestra generación. A diferencia de aquella experiencia de la infancia, sin embargo, esta “piedra” que siguen pateando se hace más grande después de cada patada, por lo cual cada vez se la encuentran más pronto, y en algún momento llegará a un tamaño tal que les romperá el pie si intentan moverla.
Este ha sido el ejercicio favorito de los gobiernos de Estados Unidos, China y Japón. También lo es para España.
España es un excelente ejemplo de lo que puede pasar cuando un país es inundado con crédito en forma repentina, pero sin contar con una base industrial sólida y con la madurez para aprovechar esa abundancia. Además, tiene un esquema laboral donde la remuneración total relativa a su productividad los hace poco competitivos internacionalmente, y un sector de su sociedad se ha aficionado peligrosamente a exprimir el seguro de desempleo. Esto provocó que una parte desproporcionada de los recursos recibidos fueran a parar al desarrollo de inmuebles, ante la creciente especulación en ese mercado.
Se creó una burbuja inmobiliaria que es aún mayor a la estadounidense, cuyo estallido ha puesto en jaque a los grandes bancos de todo el mundo. En el mercado inmobiliario español hay el mismo número absoluto de propiedades en venta que en Estados Unidos, siendo una economía que es de la décima parte del tamaño, y con una población siete veces más pequeña. 30% de todas las nuevas casas que se construyeron en la Unión Europea desde el año 2000 se hicieron en España, cuya economía es sólo 10% de la de la región.
Como en el caso estadounidense y el del estallido de toda burbuja colosal, la relevancia del desenlace de esa crisis pasa por su impacto en el sistema bancario. En el caso japonés, por ejemplo, la debacle inmobiliaria y del mercado de valores posterior a 1989 llevó a más de una década de bancos zombies (como en las películas: están muertos, pero caminan como si estuvieran vivos). A diferencia de Japón, donde el grueso de las burbujas fueron financiadas con su propio ahorro, la burbuja española se financió con dinero del resto del mundo, y particularmente de los bancos de las naciones europeas más industrializadas.
El caso del estallido de la burbuja japonesa tuvo una secuela relevante, pero estuvo principalmente contenido en la economía local, como reflejo del superávit en la cuenta corriente japonesa, que ascendía a 3% del PIB de ese país. En el caso español, la crisis estalló en 2007 en medio de un déficit de cuenta corriente de 10% sobre el PIB, cuyo financiamiento proviene del exterior y, consecuentemente, afectará internacionalmente.
De acuerdo a un excelente estudio de la firma Variant Perception (“Spain: the Hole In Europe’s Balance Sheet”; agosto 18, 2009), la deuda total del sector de la construcción asciende a más de 470 mil millones de euros, lo cual es 30% del PIB español. Tan sólo la deuda de los desarrolladores inmobiliarios creció de 33 mil millones en 2000 a 318 mil millones en 2008.
Se ha dicho frecuentemente que los bancos españoles se vieron menos afectados por la crisis debido a las estrictas reglas impuestas por el banco central español. Este forzaba a aprovisionar reservas en forma dinámica, conforme el ciclo se iba haciendo más peligroso, y a mantener proporciones razonables de crédito a valor total de la propiedad adquirida. Sin embargo, éstas reglas se han ido relajando, asemejándose a estándares internacionales, lo cual ha permitido que Santander reclasifique, por ejemplo, 270 mil millones de euros de reservas, y ha hecho que parte del problema pegue más fuertemente a las cajas de ahorro. El problema de éstas no es fácilmente cuantificable, porque no están listadas en la bolsa, pero el propio banco central ha dicho que al menos 15 de las 45 cajas tendrán que fusionarse debido a su débil condición.
Los bancos comerciales han decidido jugar el juego de patear la piedra. Con tal de ir saliendo de su inventario de inmuebles, ofrecen crédito por el 100% del valor de los mismos, a plazos de hasta cuarenta años, y dan garantías de recomprarlos en el futuro. Esto agrava la paupérrima situación de los desarrolladores, afectados por la competencia desleal de los bancos, lo cual hace imposible que los desarrolladores puedan vender sus propiedades.
Según un análisis del diario español Expansión del 19 de abril, mediante trece empresas de avalúos que son directa o indirectamente de los bancos éstos controlan 47% de los avalúos, lo que les permite no reflejar en sus balances las caídas en los precios de mercado de los inmuebles en su inventario.
Los desarrolladores inmobiliarios están a todas luces quebrados, pero siguen recibiendo crédito fresco para que tengan con qué hacer frente a las obligaciones previamente contraídas con los bancos. Además, han recurrido a prácticas contables cuestionables y reflejan utilidades debido a que están revaluando agresivamente las propiedades que tienen en su inventario. En un caso mostrado por el mismo estudio de Variant Perception, se hace referencia a una propiedad en Puerto Cádiz, en Andalucía, que un desarrollador revaluó, al adquirirla de otro desarrollador, de 336 mil euros a 65 millones de euros, cuando pasó de los libros del adquirido a los del adquiriente.
Esta situación ha formado un castillo de naipes en el cual la banca parece estar infinitamente mejor de lo que está, y los precios de los inmuebles están lejos de reflejar la grave situación del mercado.
En mi opinión, la seria situación de la banca se agrava por dos razones. Primero, por el entorno claramente deflacionario; segundo, por el deterioro que viene en el mercado laboral.
(Continúa…)
Es columnista en el periódico Reforma.