El Nobel de Bernanke, Diamond y Dybvig: a pesar de todo, una recuperación económica

La producción académica de los tres economistas, más que la de ningún galardonado en bastantes años, ha tenido un impacto práctico incalculable sobre nuestro conocimiento del sistema financiero y su importancia para la economía real.
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Tras conocerse el nombre de los galardonados con el Nobel de economía de este año, el execonomista jefe del FMI Olivier Blanchard comentó, quizá con cierta socarronería, que Ben Bernanke era el economista vivo que más había contribuido al crecimiento del PIB mundial, y que solo eso ya sería suficiente para hacerle merecedor del premio. Por primera vez, la academia sueca premia a una figura conocida en el mundo entero –el Mario Draghi americano– presidente de un banco central durante la última crisis financiera. El comentario de Blanchard, sin embargo, es relevante más allá de su tiempo al frente de la reserva federal: la producción académica de Bernanke, Diamond y Dybvig, más que la de ningún galardonado en bastantes años, ha tenido un impacto práctico incalculable sobre nuestro conocimiento del sistema financiero y su importancia para la economía real. Por ello, aunque la respuesta al colapso de 2008 o la manera en que los sistemas bancarios se hallan regulados en la actualidad no hubiesen sido implementadas por el propio Bernanke, no resultaría descabellado afirmar que la economía mundial tendría un aspecto muy distinto de no ser por las contribuciones de estos tres economistas.

El modelo principal de Diamond y Dybvig sintetiza el valor público del sistema bancario y formaliza el ya tan manido concepto de liquidez. Como casi siempre en economía, el problema de base combina una asimetría de información (los deudores conocen su propia fiabilidad mucho mejor que los acreedores) con una diferencia de timing. Así, mientras la mayoría de los ahorradores buscan poder contar con sus ahorros siempre que lo necesiten (para afrontar gastos excepcionales, o para compensar fluctuaciones en sus ingresos), hay muchos proyectos de inversión positivos para la economía que requieren financiación a largo plazo. 

Los bancos, en su rol de intermediarios, permiten resolver este problema. Primero, sus conocimientos y experiencia les permiten analizar la calidad de los deudores de manera más eficiente. Además, al contar con una amplia cartera de depósitos, son capaces de financiar proyectos de inversión a largo plazo y a la vez ofrecer disponibilidad a los ahorradores, siempre que estos no retiren sus fondos al mismo tiempo. Esta transformación de vencimientos, entre los préstamos a largo plazo y los depósitos a corto, es la creación de liquidez. Otorga a los bancos una función social clara que, con la regulación adecuada, permite la financiación a medio plazo de proyectos de alto valor económico y por tanto el crecimiento general. 

Sin embargo, suponen sin duda una solución imperfecta, pues se hallan expuestos a la pérdida de confianza de la sociedad, y por tanto existe un riesgo de corridas bancarias. Para lidiar con ello (y esta una de las grandes aportaciones sociales de los galardonados) existen medidas públicas como la garantía de depósitos, al igual que el rol reforzado del banco central como prestamista de última instancia. Las corridas bancarias son, por ello, inimaginables hoy en día en países desarrollados, y ello es gracias a la contribución de estos dos académicos.

Bernanke, por su parte, dedicó su carrera a analizar la gran depresión de 1929. Fruto de la obsesión infantil y de numerosas conversaciones con su abuela, se afanó incansablemente en tratar de comprender los mecanismos que hicieron que semejante cataclismo se abatiese sobre la economía real a partir de un colapso financiero. La caída de numerosos bancos no solo supuso la pérdida de valiosa información sobre los deudores, que les permitía prestar a aquellos que consideraban fiables. Bernanke identificó además el papel de lo que él denominó el acelerador financiero. Este se basa en la importancia que juegan las garantías que proporcionan los deudores al pedir un préstamo (por ejemplo, una vivienda en el caso de una hipoteca). Los precios de estas garantías evolucionan de manera conjunta con el ciclo económico. Así pues, en tiempos de bonanza incrementan y facilitan los flujos de crédito; en tiempos de crisis el efecto es el contrario. De esta manera, el sistema financiero ayuda a profundizar (y acelerar) las fluctuaciones entre ciclos económicos. Aviva el crecimiento en épocas buenas pero también incrementa el nivel de colapso en periodos de crisis. 

Años antes de la crisis de 2008, Bernanke ya bromeaba diciendo que, aunque la reserva federal fue parcialmente responsable de la severidad de la gran depresión, la institución ya había aprendido la lección al asumir que la mejor manera de reducir el impacto de ese acelerador financiero es con una política monetaria expansiva. Cuando se produjo la caída del mercado inmobiliario en 2008, tuvo –paradojas de la vida– una oportunidad única para corregir eso que lo obsesionaba desde hacía décadas. Y lo hizo, fiel a su producción académica previa, con medidas para fomentar el flujo de crédito y estabilizar los precios de los activos. 

El Nobel no premia, dicho sea, las acciones de Bernanke en 2008, que son apenas un pie de página en el comunicado oficial, sino las ideas previas que le llevaron a actuar con convicción en aquel momento. Los galardonados de este año consiguieron identificar las principales debilidades de nuestros sistemas bancarios, y las razones por las cuales estas pueden tener un efecto desproporcionado sobre la economía real. Gracias a ellos, hoy contamos con un sistema bancario más robusto y unos bancos centrales mejor preparados para reaccionar de manera contundente. A pesar de todos los errores de la anterior crisis, el espectro de la Gran Depresión no se abatió sobre los Estados Unidos y por ende el resto del mundo, y eso es algo que debemos agradecer a Bernanke, Diamond y Dybvig.

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Es economista y trabaja en el think tank Bruegel.


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