En las últimas semanas hemos visto una y otra vez que el índice Dow Jones rompe récords al alza. En mi opinión, el catalizador de esta alza ha sido la exorbitante inyección de liquidez que han hecho, simultáneamente, todos los bancos centrales del mundo industrializado, y particularmente la Reserva Federal. Resulta divertido escuchar los despliegues histriónicos de incontables comunicadores y expertos que hacen desgarradores relatos del severo efecto que tendrá el embargo (sequester) fiscal, cuando este ascienda a 44 mil millones de dólares al año, mientras que la Reserva Federal imprime el doble de ese monto…¡cada mes!
Incluso si el alza en la bolsa estadounidense se debe fundamentalmente a la liquidez y subrayando que el gradual deterioro que vemos en la productividad y la reducción en los márgenes de las empresas es relevante, mantengo la certeza de que este país es el más viable a largo plazo entre los industrializados. A corto plazo, Estados Unidos se está beneficiando del efecto riqueza del alza en la bolsa y de la recuperación en el mercado inmobiliario. Mientras que el rendimiento que reciben los inversionistas por dividendos al invertir en acciones sea mayor que la tasa que reciben al invertir en bonos, el dinero seguirá fluyendo hacia mercados accionarios.
En el caso estadounidense, la economía del país ganará viabilidad a largo plazo debido al acceso que tendrá a energía barata –alcanzando incluso autosuficiencia energética- lo que le permitirá recuperar competitividad en las manufacturas. También sigue siendo determinante su capacidad para desarrollar talento y tecnología en su inigualable sistema de universidades. El siglo XXI seguirá siendo estadounidense porque es el país mejor posicionado para las dos revoluciones que empiezan: la energética y la de digitalización de manufacturas. Pero, a reserva de analizar estos temas en un futuro cercano, los asuntos que pueden en algún momento descarrilar el ascenso se encuentran del otro lado de los océanos.
Hay problemas que están en pleno proceso de germinación que todavía tardarán en desarrollarse plenamente. Insisto en que la economía china está cada día más cerca de darnos dolores de cabeza, conforme su crisis crediticia se profundiza, amplificada por la adicción a seguir alimentando con inversión al gigante (aunque se esté invirtiendo en construir elefantes blancos que no generan beneficios y cuyo mantenimiento será una pesadilla). El colosal tamaño que ha alcanzado la economía de ese país hará que el impacto de cualquier traspié trascienda todas las fronteras. Poniendo las cosas en perspectiva, la economía china genera una Grecia nueva cada tres meses tan solo con su crecimiento.
Hacia el otro océano, la crisis en Medio Oriente amenaza con volverse ya no solo un conflicto entre israelíes e iraníes, sino potencialmente una conflagración regional entre distintas facciones musulmanas: sunitas apoyados por Arabia Saudita (Al Qaeda, Hamás y similares) y shiítas apoyados por Irán e Irak (Hezbolá y similares). En este caso, también, sería muy poco oportuna una guerra en la región, pues provocaría una fuerte alza en los precios de hidrocarburos que se volvería un pesado yunque que hundiría rápidamente a las economías industrializadas. A corto plazo, sin embargo, es Europa donde se encuentra el principal riesgo.
Me parece curioso que mucha gente, incluso algunos analistas razonablemente sensatos, afirmen que la problemática europea ya está resuelta. Mi opinión sigue siendo la misma que expresé en un escrito en diciembre de 2010 (Es la política, estúpido): el gran obstáculo para apuntalar a la eurozona es el del entorno político en cada país que compone la unión.
Si recordamos las causas de la crisis europea, esta se desarrolló debido a los altos niveles de endeudamiento público que se dieron ya sea por gobiernos despilfarradores (Grecia) o por rescates bancarios indiscriminados (Irlanda). Sumado a eso, la caída en la productividad de las economías de la periferia (España, Italia, Grecia, Portugal) y la rigidez de una política monetaria única que benefició a Alemania, hundió al resto. A diferencia de lo que ocurrió con Estados Unidos en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte o con el Imperio Británico, el pilar de la Unión Europea no es un importador neto de bienes como lo es Estados Unidos o lo era Gran Bretaña, sino un país que es un gran exportador, el segundo o tercer mayor exportador del mundo después de China y junto con Estados Unidos: Alemania, que exporta 51% de su PIB, y la mitad de lo que vende lo compran sus vecinos europeos. En estricto sentido, éstos se han endeudado con Alemania para tener con qué comprarle a Alemania misma.
Alemania se benefició de un euro barato (de haber prevalecido el marco alemán, sería una moneda muy fuerte, el euro afectado por la periferia no lo es) y de haber hecho reformas económicas que incrementaron su productividad en la época de Schroeder. Pero, cuando países como Italia mantuvieron su carísimo estado benefactor y decidieron también mantener los privilegios de sus poderosos sindicatos, la combinación fue letal. Esa situación les llevó a gradualmente a empezar a importar todo, porque su industria no podía competir con la alemana. El desafortunado y potencialmente volátil resultado es una Europa bipolar en la que el “bloque alemán” –Alemania, Austria, Holanda, Luxemburgo- ha sobrevivido a la crisis, mientras que los países periféricos –Irlanda, España, Portugal, Grecia, Italia, Chipre, y ahora incluso Francia- sufren una crisis económica sin precedente desde la Segunda Guerra Mundial.
Lo que vimos recientemente en las elecciones italianas es solo el preámbulo de las crisis políticas que vienen. Los italianos votaron contra todo en una elección que parece hacer eco del “que se vayan todos” que escuchábamos en la Argentina del corralito. 25% de los electores, la mitad de los jóvenes, sufragaron a favor de Beppe Grillo, un comediante. Monti, el candidato más serio, recibió apenas 10% de los votos. Si, como dijo The Economist, consideramos que Berlusconi es el otro “payaso” en la fiesta, entre Grillo y él recibieron 54% del sufragio total. Dentro de la plataforma de Grillo, quien encabeza el programa Cinco Estrellas, está la idea de realizar un referéndum para ver si los italianos quieren mantenerse dentro de la eurozona o abandonarla.
Los electores se han vuelto cínicos, abrumados por la profunda ineptitud de sus gobernantes que además de incompetentes a veces resultan ser corruptos, como hemos confirmado recientemente en España. Al igual que ha ocurrido en otros momentos en la historia, la democracia en crisis. Los votantes ven con asco cómo sus legisladores favorecen una medida cortoplacista que solo busca maximizar su propio capital político en detrimento de las perspectivas futuras. En Estados Unidos, por ejemplo, caen en un embargo fiscal absurdo e ignoran la imprescindible reforma de los grandes planes de beneficencia social (social welfare) que están estrangulando a la economía; en España se permite que los bancos sigan manteniendo sin castigo en sus libros la enorme deuda de desarrolladores inmobiliarios o de otras empresas claramente reventadas, esperando un milagro que permita que la situación se recupere y la recapitalización se evite.
En Grecia, el electorado le ha dado 21 escaños a un partido nazi que ha resultado favorecido por la crisis, al igual que otros partidos de extrema derecha como el Frente Nacional de Marine de Le Pen en Francia, el Partido de la Libertad de Strache en Austria, el Partido Holandés para la Libertad de Wilders en Holanda, el Jobbik en Hungría, y el Partido del Pueblo Danés en Dinamarca. Los extremismos han estado siempre ahí, pero salen de sus madrigueras cuando el pueblo sucumbe ante la seducción de la cacerías de brujas, la alquimia y las recetas mágicas.
Se ha perdido tiempo muy valioso en un esfuerzo mediocre por enfrentar la crisis. Si somos simplistas y vemos el problema europeo como una complicación fiscal y de pérdida de competitividad en la periferia, todas las medidas que se han tomado atacan solo el primer problema, pero no el segundo. Que el Banco Central Europeo (BCE) ofreciera salir a comprar todos los bonos españoles y griegos incrementó el precio de éstos provocando una caída en las tasas de interés que llevó el costo de la deuda a niveles sostenibles. Pero, falta que se ponga a prueba la firmeza del BCE cuando enfrente una crisis mayor. No es lo mismo rescatar a Chipre que a España.
En forma por demás absurda, el reciente rescate de los bancos chipriotas introdujo una nueva modalidad de rescate bancario diferente a la griega, que ya había sido distinta a la de Islandia o Irlanda. Esta era la gran oportunidad para que la troika europea mostrara la voluntad de encaminarse hacia una “unión bancaria” que proveyera de seguridad a todos los depositantes bancarios de la eurozona. En vez de eso, acabaron manejando la crisis de los bancos de Chipre introduciendo elementos que son potencialmente delicados si se les extrapola a otras crisis.
La decisión de hacer que los tenedores de bonos y los depositantes bancarios cubran parte del descalabro de los bancos podría hacer sentido si previamente hubiera habido claridad de que solo los primeros cien mil euros en una cuenta estaban asegurados y que la solución que se aplicará a cualquier rescate subsecuente. Lejos de eso, se hace ver como una situación que aplica solo a Chipre.
Este precedente debería hacer que los bancos españoles o italianos tengan que pagar tasas más altas que los bancos alemanes u holandeses por los depósitos que reciben, más aún, las tasas de depósitos a plazo deberían igualarse con las de bonos emitidos por los bancos, pues claramente ambos reciben el mismo castigo. En estricto sentido, la medida adoptada en Chipre deja claro que aumentará el costo de fondeo (la tasa que pagan los bancos por financiarse ya sea con recursos del público o con líneas de crédito que provienen de otros bancos) de bancos débiles.
En Chipre no solo se castigó a oligarcas rusos que tenían cuentas escondidas en los bancos de ese país, se afectó también a empresas que tenían ahí la chequera para pagar la nómina de sus empleados o a retirados que tenían ahí el ahorro de una vida de trabajo. Por si fuera poco, también se les impuso un control de capitales limitando la cantidad de dinero que pueden sacar de su chequera o del país.
Estoy de acuerdo en que cuando un banco quiebra se afecte en orden a los accionistas, a los tenedores junior de bonos emitidos por el banco, después a los más senior en la estructura de capital del banco y por último a depositantes que exceden al seguro establecido por entidades del perfil del Federal Deposit Insurance Corporation en Estados Unidos o del IPAB en México; todo eso antes de hacer que se rescate con recursos de los contribuyentes fiscales. Eso previene el daño moral que es, a largo plazo, extraordinariamente peligroso. Sin embargo, eso no es lo que se hizo en ningún rescate previo alguno y cambiar las reglas de cada rescate hace absolutamente impredecible qué pasará en el siguiente y le inyecta una innecesaria volatilidad a los mercados. En el caso de Chipre la “forma” del rescate también se vio presionada por las circunstancias políticas alemana, pues hubiera sido muy complicado para Merkel volver a justificar el uso de recursos alemanes para rescatar a depositantes rusos, cuando está a cinco meses de celebrar elecciones.
Una vez más, los gobernantes europeos muestran su miopía y su incapacidad para tomar decisiones supranacionales, enfrentando a sus electorados. Los electores se están cansando y empiezan a darse cuenta de que su sacrificio está siendo en vano, pues la parte estructural de sus problemas sigue intacta.
Sigo apostando a que si la eurozona sobrevive lo hará con menos miembros. En el extremo, como lo dije en mi libro Ahora o Nunca, crece gradualmente la posibilidad de que la solución sea que Alemania abandone el euro. Esto sucederá si la situación que vivimos perdura lo suficiente para darle tiempo a este país de que surja una oposición que catalice el creciente sentimiento antieuropeo y la nostalgia por el marco, su legendaria moneda.
Lejos de lo que los políticos europeos piensan, el tiempo no es su aliado, es su peor enemigo. Miguel de Unamuno decía que uno debía procurar ser más padre de su porvenir que hijo de su pasado. La falta de visión y de valor de los gobernantes europeos parece condenarnos a lo segundo.
Es columnista en el periódico Reforma.