“Lo รบnico que lamento es que el dรญa no tenga 25 horas". Asรญ se despedรญa el escritor sueco Henning Mankell en una entrevista publicada en 2007. Hablaba de su intensa actividad al frente del Teatro Nacional Avenida de Maputo, en Mozambique, donde residรญa desde hacรญa dรฉcadas. Hablaba tambiรฉn de cรณmo intentaba adaptar obras clรกsicas a los habitantes de uno de los paรญses mรกs pobres de la Tierra donde el 70% no sabe ni leer ni escribir. Hablaba de su actividad literaria. De su amor al arte y la cultura. Y derrochaba humanidad, honestidad y una profunda alegrรญa.
Quizรก es una frase que resume –si es que se puede acotar a una persona en una lรญnea– al sueco que reventรณ las listas de ventas con su serie negra sobre el inspector Kurt Wallander desde finales de los ochenta. Mankell, que falleciรณ este lunes en Gotemburgo de un cรกncer de pulmรณn diagnosticado a finales de 2013, quedarรก para siempre marcado por ese entraรฑable y muy a menudo solitario personaje que habitรณ once novelas mรกs aquella en la que le cede el testigo a su hija Linda (Antes de que hiele) y que en Espaรฑa ha publicado Tusquets. Serรก, como tambiรฉn subrayaron los recientes obituarios, el gran inspirador de la novela negra nรณrdica que despuรฉs vio aparecer los super bestsellers de sus compatriotas Stieg Larsson, Asa Larsson, Camilla Lackberg, el noruego Jo Nesbo o el islandรฉs Arnaldur Indridasson. Su nombre permanecerรก ligado a una novelรญstica entretenida en la que afloraban las mรกs oscuras vergรผenzas de los suecos, como la presencia de Suecia en la II Guerra Mundial, sus coqueteos fascistas o la realidad mรกs negra del aclamado Estado del bienestar nรณrdico.
Y, con esto, por supuesto, podrรญa bastar. Sin embargo, el retrato de Mankell deberรก quedar impregnado de algo mรกs: el de un hombre inquieto al que le hacรญa falta robarle una hora mรกs al dรญa para beberse todo lo que este mundo estรก dispuesto a darnos y a quitarnos.
El escritor sueco, casado con Eva Bergman, la hija del cineasta Ingmar con quien compartรญa agradables conversaciones –“Es una suerte tener un suegro asรญ”, dijo alguna vez–, fue un hombre al que la etiqueta del compromiso no le quedaba ni grande ni vacua. Un repaso por su narrativa mรกs allรก de la serie de Wallander muestra los asuntos que le preocupaban. Varios ejemplos: Tea-Bag, publicada en 2010, narra la historia de una joven africana y las miserias que tiene que sufrir para poder instalarse en la rica –y racista– Europa. Mankell no escatimรณ en crรญticas a los CIES, los centros de internamiento para inmigrantes, y a los propios europeos que parecen haber olvidado su pasado de hambre y pobreza. En El chino (2007) apuntaba, a travรฉs de un hecho del pasado –un recurso cotidiano en sus libros–, al afรกn de China por convertirse en gran potencia mundial se pongan por delante los cadรกveres que se pongan, sean los de los habitantes africanos o los conciudadanos chinos. En Daisy Sisters (1982) abordaba la libertad de la mujer, su independencia, esa revoluciรณn que tampoco fue fรกcil y que empezรณ mucho antes de los aรฑos sesenta: en la II Guerra Mundial, con todas esas jรณvenes ansiando labrarse un futuro mejor tras las bombas, estuvo la clave.
“Venimos de la oscuridad y vamos hacia la oscuridad. Eso es la vida”, dijo el escritor en una entrevista al periรณdico alemรกn Die Zeit a comienzos de este aรฑo. Tambiรฉn revelรณ hace unas semanas que sabรญa que morirรญa del cรกncer que padecรญa. Pero sus libros no son en absoluto sombrรญos ni hay asomo de nihilismo. Las cosas pasan y hay que seguir luchando en busca de ese rayito de luz que, desde luego, Mankell encontrรณ en mรบltiples ocasiones. Asรญ al menos lo dejรณ escrito en la รบltima pรกgina de su รบltimo libro, una suerte de memorias, confesiones, un ordenamiento del caos vital que es Arenas movedizas, publicado en Espaรฑa el pasado septiembre:
“En lugar de prepararme para lo que me espera al dรญa siguiente, me pongo a pensar en cuรกl ha sido el instante de mi vida en el que sentido la mayor alegrรญa. ¿Existe un instante asรญ? ¿O es imposible decidirse por uno? El nacimiento de un hijo, el alivio cuando se pasa un dolor intenso, un ataque del que salgo ileso, la sensaciรณn de que el trabajo con un libro ha superado las expectativas… Enseguida me doy cuenta de que es absurdo. Los instantes no pueden compararse ni clasificarse. Una alegrรญa no se parece a las otras”
“Pero, ante todo, vivo con la esperanza de nuevos instantes de paz. En los que nadie me arrebata la alegrรญa de crear o de contemplar las creaciones de otros”.
“Instantes que vendrรกn. Que tienen que venir, si es que la vida ha de tener algรบn valor para mรญ”.
El psiquiatra y escritor Oliver Sacks escribiรณ tambiรฉn en un artรญculo antes de morir que habรญa sido feliz. Que habรญa tenido la oportunidad de vivir todo tipo de momentos y conocer a personas maravillosas. Y puede que en eso consista todo. No se trata de aprovechar los instantes como si fueran los รบltimos o de llevar a rajatabla lo que dicen los libros de autoayuda, sino de tener la esperanza –y la ilusiรณn– de que despuรฉs de esos momentos, vendrรกn muchos mรกs. La narrativa de Mankell nos deja a un humanista al que, con sus luces y sombras, como todo hombre, se le puede colgar la mรกxima del poema de John Donne: “No preguntes por quiรฉn doblan las campanas; doblan por ti”.
es periodista freelance en El Paรญs, El Confidencial y Jotdown.