El periodista Guillermo Altares (Madrid, 1968) lleva décadas viajando por Europa. Por su profesión y por placer. De todos esos trayectos surge su ensayo Una lección olvidada. Viajes por la historia de Europa (Tusquets, 2018) que, con ecos periodísticos de Robert Kaplan y de otros reporteros como Manu Leguineche y Javier Reverte, aborda mediante anécdotas históricas la construcción de Europa y los valores que nos han llevado hasta la actualidad, aunque ahora parezcan estar en peligro.
Titula este libro Una lección olvidada. ¿Somos unos desmemoriados que tenemos que hacer homenajes todo el tiempo? Como el más reciente del fin de la I Guerra Mundial.
El título apela a la desmemoria y sobre todo a que, si se mira de cerca la historia de Europa, es una lección olvidada porque Europa es, nos guste o no, una unidad. Siempre digo que Reino Unido se puede ir de Europa, pero Europa no se puede ir del Reino Unido. Todos los Orban y ultraderechistas no pueden romper con lo que son. Hungría es un país variado, con mucha tradición judía, un país que está en el centro de las guerras…
Ahora que cita Reino Unido, cuenta la historia de Cirencester, un pueblo inglés en el que estuvieron los romanos, y ahí sigue su huella. Es curioso leerlo en unos días que tanto hablamos del Brexit.
Si uno va ahora a Périgord es una región del centro de Francia que está llena de castillos británicos de la Guerra de los Cien Años. Y si va a la costa de Cornualles se encuentra con placas de ese pueblo que invadieron los españoles. Hubo dos invasiones del Reino Unido por parte de los romanos. La primera no triunfó y la segunda sí, conquistaron y crearon una civilización enorme que desapareció. Cirencester es el símbolo de eso. Y las huellas son evidentes. Pueden pagar en libras, conducir al revés, pero los británicos son europeos y nunca podrán dejar de serlo.
¿Qué nos define a los europeos? Porque siempre ha habido mucho debate: la religión, Atenas y Roma, la democracia…
Nos define una geografía no muy bien delimitada, porque no está claro dónde acaba Europa. Nos define una historia común y compartida. No se puede decir que nos defina la religión. Hay europeos musulmanes desde que nació el islam, la religión judía forma parte de Europa desde antes de que llegase el cristianismo. Y si elegimos el cristianismo, ¿cuál? Esa idea de que Europa es un club cristiano es totalmente falsa. Es verdad que hay una tradición “contra el turco” que ha sido utilizada mucho, pero es absurda. España fue musulmana hasta la Reconquista y no se van hasta que se expulsa a los moriscos. Es un periodo mucho más amplio que cuando no ha habido musulmanes. Europa es un lugar donde compartimos una historia y quisiera creer que unos valores. En cierta medida, también compartimos lo que hemos hecho mal. Hay un sentimiento común de que el Tratado de Versalles fue un error, de que no podemos repetir lo que ocurrió en los años treinta que desembocó en el fascismo y la guerra española. Todo esto forma nuestros valores por mucho que algunos se empeñen en destruirlos: en realidad van contra su propia historia. Europa es una tierra de emigrantes. Ahora los dos países más antiinmigración son Hungría, que en 1956 sufre un éxodo brutal para huir del comunismo. Y después, Italia. En el lugar más lejano que he estado en mi vida, que es Melbourne, me quedé en un barrio italiano donde había las mismas tiendas, restaurantes y teatros que en Turín. Es de chiste que ahora Salvini sea el campeón antiinmigración.
Europa es también una historia de violencia.
Claro. Y cuando se habla de la leyenda negra o no es ridículo porque todos los países tienen una leyenda negra. ¿O hacemos un concurso de quiénes fueron más bestias en sus colonizaciones, ingleses o españoles, que pregunten a los indios? Fueron bestias todos. Todos hemos sido un desastre. Y la historia de Europa es una historia de guerras mundiales. Por ejemplo, la Guerra de los Cien Años. Fue una especie de guerra mundial de todos contra todos. Si uno mira la historia de Europa es de una violencia brutal, y en esto soy muy de Steven Pinker, hasta que llega un momento en el que el continente se da cuenta de que esto no puede seguir así. Por eso crisis como la catalana son totalmente anacrónicas. Corresponden a otros tiempos. Las soluciones que ha encontrado Europa para vivir en paz son otras.
Fue la creación de la UE, pero ahora salen Cataluña, Baviera, Padania…
Sí, en Padania han derivado al puro facherío… Lo más preocupante es la guerra en Ucrania. Es un país que estaba a punto de entrar en la OTAN y era candidato a entrar en la UE y que de repente tiene una parte de su territorio a bombazo limpio. Pero creo que no nos hemos vuelto tan idiotas como para que se nos olvide qué es lo que pasa cuando nos vamos hacia otro lado. Es verdad que existe Baviera, también en Bretaña, en Córcega hay cosas… Luego ya hay cosas frikis como Groenlandia, que se fue de la UE en 1985 y quiere seguir perteneciendo a Dinamarca. Pero tiene más sentido lo que ha hecho Nueva Caledonia, que cuando les han preguntado si quieren salir de Francia han dicho que ni de broma. Creo que todo esto son movimientos anacrónicos que van en contra de lo que hemos construido en Europa todos estos años.
¿Y qué se puede hacer contra estos movimientos?
Si respetas las fronteras según nacionalidades vamos a acabar a golpes otra vez. La única solución es crear entidades políticas en las que todas las nacionalidades se sientan bien porque conviven en una democracia y tienen los mismos derechos. Lo demás no tiene remedio porque si uno mira el crisol de pueblos que es Europa central… El símbolo de todo esto son Alsacia y Lorena, que desde la guerra de los 30 años hasta el final de la II Guerra Mundial están en disputa, 300 años, y ahora uno puede coger el tranvía en Estrasburgo y sin bajarse comer en Alemania. Eso es el mejor resumen.
¿Lo ve en peligro?
No, yo tiendo a ser optimista. Me parece que no somos tan idiotas. Lo que está ocurriendo son dos cosas: el precio de la crisis, la idea de que los hijos van a vivir peor que los padres, los problemas de vivienda. Y luego este resurgir de la ultraderecha refleja un miedo a un cambio inevitable. Tienen miedo a una Europa mestiza, a una Europa sin fronteras. Pero no me imagino cómo vas a convencer a una generación Erasmus de que tiene que ir con pasaporte por Europa. Recuerdo hacer el Interrail y tener que ir a las embajadas a pedir el visado. Era demencial. Tampoco hay que ser tan ingenuo como para pensar que en la Historia no ha habido marcha atrás, pero creo que este resurgir refleja el temor a un cambio que no se puede parar. La sociedad mestiza es la que es.
El último libro de Pinker va de eso. ¿Hay que defender más que nunca las ideas ilustradas?
No creo que las ideas de la Ilustración estén en crisis. Lo que sí es verdad es que hay valores que no se pueden discutir. No se puede decir que el feminismo es un peligro para la sociedad o que los inmigrantes traen problemas. El gran peligro de Marine Le Pen no es que vaya a ganar unas elecciones, el gran peligro es que ha habido una serie de conceptos que ha introducido en la política francesa que se han quedado ahí. Eso sí es peligrosísimo porque lo que dice es racismo camuflado. El gran peligro de Vox, por tanto, no es tanto que se convierta en un partido bisagra, sino que la derecha asuma parte del discurso de Vox porque crea que va a ganar votos.
Precisamente termina el libro con Kosovo. No sé si una forma de alertar.
Siempre se dice si Cataluña tiene o no que ver con Kosovo, y no tiene nada que ver, pero hay varios ecos. Uno muy evidente es la invención de la historia. Kosovo es una provincia serbia de mayoría albanesa donde empieza y acaba la guerra. Es un lugar de fuerte carga emocional porque los principales monasterios serbios del mundo están allí. Los serbios se van quedando en minoría a lo largo de los siglos y ahora son el 10% frente a un 90% de albaneses. Y luego tiene una enorme carga simbólica porque tuvo lugar la batalla de Kosovo donde los serbios dicen que perdieron su autonomía frente a los turcos. Si uno lee lo que sabemos de la batalla de Kosovo en realidad no sabemos nada. Es todo una invención nacionalista. No sabemos ni quién la ganó, ni siquiera Serbia perdió inmediatamente su libertad frente a los turcos, no hay ningún relato de la batalla de alguien que estuviera allí. Pero sobre eso se ha construido una fuerza emocional. Acabo de leer el libro de Josep Enrique Ruiz-Domènec, que se llama Informe sobre Cataluña, donde cuenta que muchas cosas que todo el mundo da por hecho de Cataluña no son verdad. En 1714 hubo represión, pero no esa prohibición total del catalán ni de los derechos históricos.
La historia está llena de posverdades.
De construcciones imaginarias nacionales. Ahora Kosovo está lleno de “pizzería iliria” o “peluquería iliria”, porque ellos dicen que el que llegó antes allí, como en el neolítico, tiene más derecho a la tierra… Y los albaneses dicen que son descendientes de los ilirios, cosa que no se puede demostrar. Dicen: como yo estaba aquí antes de los romanos y de los serbios tengo más derecho a estar aquí. No tiene sentido, pero ese peso del pasado sobre la historia tiene ecos con Cataluña.
¿Y qué hay que hacer para batallar contra estos hechos alternativos?
Contarlo. Porque si no lo contamos no lo entenderemos nunca. Existe una parte de la población catalana que quiere ser independiente de España, sí; tiene una mayoría suficiente, no. Pero que ellos están convencidos, sin duda. Existe una parte de la población europea que cree que los inmigrantes son un problema: sí; que queman refugios para inmigrantes, también. La labor de los periodistas es contar esos problemas y a través de contarlos ver cómo los podemos enfrentar. Pero por muy profundos que sean los problemas de Europa se me hace difícil pensar que no tiene solución.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.