Antes que nada, una confesiรณn: he leรญdo las seis novelas de Kazuo Ishiguro (1954), nacido en la renacida Nagasaki pero establecido en Inglaterra desde 1960, con la confianza de que es uno de los escritores contemporรกneos que pasarรก la prueba del tiempo, el mรกs temible e imparcial de los jueces. Junto con algunos de sus compaรฑeros de generaciรณn (Martin Amis, Julian Barnes, Ian McEwan), el japonรฉs confirma que el dream team britรกnico registrado cรฉlebremente por la revista Granta ha venido a convertirse en una realidad empeรฑada en abrevar de una rica tradiciรณn para poder redefinir las letras inglesas. He leรญdo Pรกlida luz en las colinas (1982), Un artista del mundo flotante (1986), Los restos del dรญa (1989), Los inconsolables (1995), Cuando fuimos huรฉrfanos (2000) y Nunca me abandones (2005) convencido de que el de Ishiguro es un proyecto anclado en dos vastos hemisferios: los laberintos y mecanismos de la memoria โsus narradores en primera persona suelen recordar por episodios que acaban por tejer el tapiz de un presente signado por el pasadoโ y la pรฉrdida, asunto que roza lo metafรญsico y parece constituir el gran tema de la literatura moderna.
“Ishiguro se distingue como uno de los mรกs elocuentes poetas de la pรฉrdida”, dice Joyce Carol Oates, y las evidencias son irrefutables: Etsuko, una japonesa cincuentona instalada en Inglaterra, examina su vida marcada por el suicidio de Keiko, su hija mayor (Pรกlida luz en las colinas); Masuji Ono, un anciano pintor, intenta explicar(se) por quรฉ renunciรณ a las enseรฑanzas de sus maestros para retratar el imperio militar que se esfumarรญa luego de la Segunda Guerra Mundial (Un artista del mundo flotante); Stevens, mayordomo que continรบa una estirpe de servidumbre, viaja durante una semana por la campiรฑa britรกnica en busca no sรณlo de un sentido para su malograda existencia sino de la mujer que no pudo ni quiso retener (Los restos del dรญa); Ryder, pianista reconocido, llega a una ciudad europea sin nombre y nota que su identidad se ha disuelto en el personaje pรบblico en que se ha transformado (Los inconsolables); Christopher Banks, detective, regresa a su natal Shanghรกi en la era del conflicto sinojaponรฉs para investigar la desapariciรณn de sus padres y toparse con el ideal femenino, que deja huir emulando a Stevens (Cuando fuimos huรฉrfanos).
Si Pรกlida luz en las colinas, Un artista del mundo flotante y Los restos del dรญa integran un trรญptico velado sobre las heridas legadas por la Segunda Guerra Mundial y su difรญcil proceso de cicatrizaciรณn, Cuando fuimos huรฉrfanos y Nunca me abandones componen un dรญptico sobre la orfandad y el exilio mรกs psรญquico que fรญsico. En todas, no obstante, impera una prosa diรกfana y pulida que hechiza igual que el opio traficado en el Shanghรกi de los aรฑos treinta. En todas prevalece una nociรณn precisada asรญ: “Es muy importante sentirse nostรกlgico. Cuando nos sentimos nostรกlgicos, recordamos. Al crecer descubrimos un mundo mejor que รฉste. Recordamos y deseamos que volviera ese mundo mejor.”
En mi memoria, la vida en Hailsham se divide en dos grandes รฉpocas bien diferenciadas […] Los primeros aรฑos […] tienden a desdibujarse y a superponerse en una especie de edad de oro, y cuando pienso en ellos, incluso en las cosas que no fueron tan buenas, no puedo evitar sentir como una fulguraciรณn dentro. Pero los รบltimos aรฑos los siento de una forma diferente. No es que fueran exactamente infelices โtengo multitud de recuerdos muy caros de aquel tiempoโ, pero fueron mucho mรกs serios, y, en determinados aspectos, mรกs sombrรญos.
Quien habla es Kathy H., la voz que lleva la batuta narrativa en Nunca me abandones y que podrรญa decir, junto con la Etsuko de Pรกlida luz en las colinas: “Sรฉ que no se puede confiar del todo en los recuerdos. A menudo las circunstancias en que los rememoramos los tiรฑen de matices diferentes.” El espacio al que alude (Hailsham) es una mezcla de falansterio e internado arcรกdico que fusiona โaunque suene increรญbleโ la rigidez victoriana y cierta laxitud hippie y cuyo nombre resulta, desde el principio, una advertencia simbรณlica: Viva la copia.
Rodeados por un bosque donde palpitan resabios gรณticos que remiten a La aldea (M. Night Shyamalan, 2004), reducidos sus apellidos a iniciales kafkianas (Peter B., Susie K.) que subrayan su carencia de padres y su incapacidad de procrear, fomentadas sus dotes artรญsticas por profesoras o guardianas que confรญan en Madame, la mujer belga o francesa que un par de veces al aรฑo acude al instituto para elegir los trabajos que exhibirรก en un misterioso sitio llamado la Galerรญa, los pupilos de Hailsham maduran en su orbe autosuficiente (“No tenรญamos sino nociones muy vagas del mundo exterior, y de lo que en รฉl podรญa ser posible o imposible”) en medio de una limpidez bucรณlica; limpidez que, sin embargo, devela poco a poco una penumbra agazapada, un nรบcleo oculto: “Se percibรญa en el aire como un barrunto de que alguien estaba callando algo.” Fiel a las tรกcticas de Henry James, la incertidumbre termina por exponer su reverso en forma de un hallazgo insรณlito: los pupilos de Hailsham son protegidos con celo porque su misiรณn no es otra que ser cuidadores (como Kathy) o donantes de รณrganos (como Tommy y Ruth, sus amigos entraรฑables). Y aรบn mรกs: el colegio es la punta de lanza de un movimiento que propone un sistema de clonaciรณn baรฑado paradรณjicamente por el fulgor humanista. El estรญmulo de las aptitudes artรญsticas en los clones, admite la decana de las maestras, se vincula a un interรฉs espiritual: “Pensรกbamos que [los trabajos] nos permitirรญan ver su alma. O, para decirlo de un modo mรกs sutil, demostrar que tenรญan alma […] Demostramos al mundo que si los alumnos crecรญan en un medio humano y cultivado, podรญan llegar a ser tan sensibles e inteligentes como los seres humanos normales. Antes de eso, los clones […] no tenรญan otra finalidad que la de abastecer a la ciencia mรฉdica.”
Gracias a esta revelaciรณn, y pese a ubicarse a finales de la dรฉcada de 1990, Nunca me abandones se aparta de los rumbos por los que habรญa vagado โla Bildungsroman, la iniciaciรณn sexualโ para ingresar en los dominios de la fรกbula futurista, gรฉnero prรณdigo en resonancias que ha sido explorado de Aldous Huxley (Un mundo feliz) a Michel Houellebecq (La posibilidad de una isla) pasando por Michael Bay, cuyo filme La isla guarda sospechosas corres pondencias con la novela de Ishiguro. Parientes de los replicantes de Blade Runner, de Wong Kar-wai, las copias educadas en Hailsham deben asumir su desamparo tecnolรณgico: la clonaciรณn como principal suministro de huรฉrfanos estรฉriles diseรฑados para prolongar la existencia de los “posibles”, es decir, de las personas que les han servido de modelo. Ansiosos por encajar en un orbe al que pertenecen sรณlo como utopรญa cientรญfica, los clones se aferran a las escasas seรฑas de identidad que rescataron de su Arcadia juvenil: ahรญ estรก, por ejemplo, el casete que incluye “Nunca me abandones”, la balada favorita de Kathy H. que se vuelve un rรฉquiem por el tiempo irremisiblemente perdido. (El รกlbum ficticio en que figura la balada, Canciones para despuรฉs del crepรบsculo, se graba en 1956, aรฑo en que se desarrolla Los restos del dรญa.) Extraviado en Hailsham, el casete reaparece en Norfolk, el lugar “adonde iban a parar todas las cosas perdidas del paรญs” y en el que ocurre el triste desenlace de la novela. Una tarde ventosa, al cabo de la muerte de Ruth y Tommy, Kathy H. se detiene junto a un alambrado y unos รกrboles llenos de detritos: “Pensรฉ en todos aquellos desperdicios, en los plรกsticos que se agitaban entre las ramas, en la interminable ristra de materias extraรฑas enganchadas entre los alambres de la valla, y entrecerrรฉ los ojos e imaginรฉ que era el punto donde todas las cosas que habรญa ido perdiendo desde la infancia habรญan arribado con el viento.” La nostalgia es muy importante, insinรบa Kazuo Ishiguro, aunque seamos clones con los dรญas contados. –
(Guadalajara, 1968) es narrador y ensayista.