Entrevista a Juan Cárdenas: “La droga abre una pregunta literariamente interesante”

El escritor colombiano publica El diablo de las provincias (Periférica), donde relata la vuelta a su Colombia natal tras vivir 15 años en España.
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Juan Cárdenas (Colombia, 1978) investiga con la literatura. Como si fuera un científico. Le gusta explorar y hacer estallar lo que él llama “los poderes de la ficción”. Lo hizo en novelas como Zumbido, Ornamento y lo ha vuelto a hacer en la que ahora publica con el sello Periférica, El diablo de las provincias. En ella se entrecruzan los temas que transitan por su narrativa: la ciencia, la religión, las drogas, el desarraigo, la violencia soterrada. Cárdenas vivió durante quince años en España, pero hace tres que regresó a su Colombia natal. Su última novela aborda este regreso. Y la inadaptación. Nos habla de una historia de mujeres –niñas– que sufren. Según él, todos estamos en un mundo violento, aunque sea en circunstancias muy distintas.

En 2014 te marchas de España. La adaptación a tu país es la gran materia literaria de la última novela.

Sí, es un juego irónico con esta idea del regreso al útero materno y esa experiencia es muy radical cuando uno ha estado mucho tiempo fuera porque te genera una sensación de extranjería permanente. Soy extranjero acá y un poco allá. No acaban de tratarme en ningún sitio como un local. Y el libro trata mucho eso, de cómo está construida esa mirada en la que hay un estado de alerta permanente. Vas mirando la realidad como una cosa compleja, pero que te va tirando indicios que te permiten establecer narrativas.

¿Qué fue lo más difícil de la vuelta?

Todo, además que no estoy volviendo a  Suiza sino a Colombia, a Bogotá, y todo es durísimo. Y estoy moviéndome mucho por toda América Latina. Los contrastes en el interior de Colombia son muy fuertes. Con el Instituto Caro y Cuervo y con Juan Álvarez hicimos un proyecto en toda la zona del Pacífico con narradores de comunidades negras. Fueron viajes a lo largo de cuatro meses por todo el litoral. Esa es mi región, pero lo digo entre comillas porque es una región muy quebrada. Había personas, de esos narradores orales, que viven a 60 km del mar y no lo conocían. La desconexión dentro del litoral es tremenda. La realidad es allí tan fragmentada que eso es duro.

Sin embargo, ya no es un país tan violento como cuando te marchaste.

Hay formas de la violencia que son más explícitas y ya no están tan presentes, pero desde otras manifestaciones sí. Lo que hay es una violencia histórica y económica, que no es particular solo de Colombia, ocurre en todo el mundo, pero en ciertos lugares se manifiesta con unas características distintas. Lo que tienes en Colombia son megaproyectos de expansión agrícola, minera, del narcotráfico… Una serie de dinámicas que tienen  que ver con la economía global que ejercen una violencia muy fuerte sobre los territorios. Aunque hayamos firmado la paz con las FARC y estemos en un proceso político que no sabemos dónde nos va a conducir, lo innegable es que esas dinámicas siguen allí y son la causa de la violencia estructural en Colombia.

En esas dinámicas está la droga, que en tus novelas está muy presente. Coincide con el fenómeno televisivo de las series sobre los narcotraficantes. Aunque sea ficción, ¿transmiten lo que ocurrió?

Estas series me parecen proyecciones de las fantasías colectivas, sobre todo las que los países consumidores se hacen sobre el país en el que se produce la droga. En Colombia no genera reconocimiento, cuesta reconocer la propia historia porque no representan lo que fue, lo que sucedió. Pero a pesar de eso, es inevitable que eso produzca efectos sobre la percepción que tenemos de aquello. Ahora Colombia se ha llenado de gente que está haciendo el tour de Pablo Escobar, va a ver los escenarios del narco, la Hacienda Nápoles. Y eso también es interesante porque Colombia históricamente es un lugar donde se han juntado muchas de las encrucijadas de la economía global. De pronto, se convirtió en un centro de producción y distribución de la droga… porque la droga es el otro gran combustible del capitalismo.

¿Por eso aparece tanto la droga en tus novelas?

Sí, me interesa mucho en ese sentido. Uno de los primeros que empezó a pensar en las drogas en este sentido fue William Burroughs. Muy pronto se dio cuenta de que las drogas eran una vía de emancipación, una vía de conocimiento, pero también de sujeción y control. Y trató de explorar esa metáfora de la droga. Me parece mucho más interesante recoger ese legado que tratarlo en los términos periodísticos que hace Narcos, que empobrece más la metáfora de la droga. Me parece más interesante expandir esa metáfora, ver qué quiere decir la droga en las sociedades contemporáneas. Es una pregunta literariamente interesante.

También te interesa mucho el campo científico. De pequeño creo que querías ser científico. ¿Esa raíz es la que hace que tus personajes sean científicos, investigadores, biólogos?

Desde cualquiera de las disciplinas siempre estamos tratando de inventar maneras de hacer legible el mundo, de acercarlo al conocimiento. Y todos esos impulsos perviven en cierto modo y tienen conexiones subterráneas, lo religioso, lo científico, lo literario… No sabemos bien cómo operan, pero la literatura trata de explorar las conexiones subterráneas entre lo místico y lo religioso y lo científico. En últimas, de lo que se trata es de ser capaz de entender la literatura como una vía de conocimiento donde todo eso se está juntando. La literatura no es una operación matemática y menos mal que no lo es, pero en la literatura hay muchísima geometría, como la hay en la música. En la literatura hay muchísimo de aproximación científica, de ciertos métodos heurísticos, que vienen de la ciencia o se emplean en la ciencia y también se emplean en la literatura.

Es interesante el debate que plantea sobre las mujeres y la experimentación con sus cuerpos.

Nunca pienso en términos del debate de la coyuntura. Los libros hacen esas cosas involuntariamente. Está flotando y lo agarras, pero no hay una voluntad consciente. Eso ocurre mucho en la literatura francesa de las últimas décadas. Teniendo libros que me gustan mucho, es una literatura muy preocupada por polemizar debates coyunturales. Autores como Carrère, Houellebecq, Despentes… Me parece una instrumentalización de los poderes de la ficción, y a mí me parece que los poderes de la ficción no deben ser instrumentalizados. Tiene que haber el movimiento contrario. Lo que se tiene que hacer es explotar los poderes de la ficción, liberar sus energías reprimidas.

En este sentido, ¿la literatura latinoamericana va por otro camino al de la europea o anglosajona?

Creo que la gran literatura en todo el mundo siempre termina liberando los poderes de la ficción. Eso es ser capaz de imaginar potencialidades. Desde luego las implicaciones políticas ahí pueden ser infinitas. Si los poderes de la ficción están instrumentalizados o puestos en función de una tesis o una narrativa prehecha, eso no libera ninguna energía. Constriñe todo en una operación de servidumbre, y la gran literatura hace todo lo contrario. Hace explotar las cosas.

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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