Invasión peruana

Dos libros de dos escritores peruanos fueron de lo mejor de 2021 para Sergio Galarza: ambos libros confluyen en abordar la paternidad.
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Si los españoles llegaron a América para liberar a sus habitantes de un “poder brutal, salvaje e, incluso, caníbal”, según el político Toni Cantó, los escritores peruanos han llegado a España para sumar el acento de una literatura que desde hace varios años se escribe fuera de los márgenes conservadores del último Vargas Llosa. Son muchos los escritores peruanos que publican aquí y es una lástima que La sangre de la aurora (Malas Tierras) de Claudia Salazar Jiménez, o cualquiera de los libros de Richard Parra, publicados por Demipage, no hayan gozado de mayor difusión fuera de los guetos literarios. Si hay una característica a resaltar en este momento sobre la literatura peruana, es su voluntad por una forma híbrida en lo narrativo y la intención de generar discursos que rompan con las estructuras que han impedido el avance de una sociedad anclada en la trinidad del machismo, el clasismo y el racismo. De eso van los libros de Jaime Rodríguez Zavaleta y Percy Chávez Alzamora. Ambos escarban en los papeles que asumen los hombres por defecto y cuestionan desde circunstancias distintas sus propias conductas, tóxicas y muy masculinas.

JRZ es el narrador que siempre estuvo ahí. Primero poeta y luego periodista, Solo quedamos nosotros (Galaxia Gutenberg) inaugura la serie Interespecies de dicho sello, creada por Jorge Carrión. Como narrador nos ofrece algunas estampas de la misma manera que lo hacía Clarice Lispector, con textos en los que el lector se moverá a tientas entre los límites indefinidos de lo que cuenta. Otras son experiencias de vida que se mueven como un autobús de transporte limeño, entre el ensayo y el reportaje, con un frenazo de emociones asegurado. Hay ficción y una dosis de humor que surge como debe surgir una risa, sin artificios, sin trampas. Porque este es un libro confesional que no busca quedar bien con nadie ni aleccionar a quienes se asomen a sus páginas.

Se ha destacado el aporte a la nueva masculinidad que supone un hombre admitiendo sus traumas y miedos. Un hombre no puede flaquear por nada del mundo. Un hombre tiene que dar el ejemplo en los momentos difíciles. Un hombre debe ser un hombre por sobre todas las catástrofes. Y aquí hay varias. La mayor de ellas quizás sea el modelo de padre que está muy presente gracias a su ausencia. JRZ extraña lo que no fue una relación sana de amor mutuo con el suyo y se pregunta, por ejemplo, si no ejecuta a veces el mismo principio de autoridad con su hijo. No niega la autocompasión y derriba los muros que muchas veces las familias construyen sobre temas incómodos. Hay una necesidad por explorar el pasado más que por reescribirlo. Su padre está muerto pero él necesita decir lo que no pudo decirle. “Canuto y Canito” es una pieza memorable que enfrenta ese deseo con la realidad, la necesidad de un hijo por ser acogido por su padre, ese hombre moribundo al que cuida pese a que él lo dejó en el abandono y una tristeza que toca su extremo con la rabia.

Es llamativo que el mayor punto de encuentro entre el libro de JRZ y Nadie sabe que esto es tierra de nadie, de Percy Chávez Alzamora, sea la necesidad de controlar el universo que rodea a los hombres y establecer un orden que afirme la seguridad que buscan en sus rutinas y manías. JRZ ofrece el relato de un padre que intenta estar preparado para enfrentar el peligro. En “Herramientas” su botiquín contra las guerras cotidianas cabe en una riñonera (hubiera preferido el peruanísimo “canguro”) que carga a todas partes y contiene desde una navaja de usos múltiples hasta pegamento instantáneo. A través de esta crónica breve sobre la comunidad EDC (every day carry, lo que uno lleva encima a diario) se humanizan las manías de un grupo de hombres que viven en alerta constante, en algunos casos como si fueran a ser víctimas de un ataque terrorista. En cambio, PCHA se muestra más desprotegido. La paternidad ha arrasado con sus hábitos y con una prosa que interpela sin saludar, como si el autor se acodara en la barra de un bar a contarnos el caos que no vio venir con el nacimiento de una de sus hijas, procede a hacer un recuento de lo que ha significado criar y criarse a sí mismo como una persona nueva.

El libro de PCHA es un esbozo de diario que consigue cautivar, genera complicidad, sobre todo en los momentos más cómicos, que nacen de la inexperiencia, porque no hay instrucciones generales en la paternidad, pese a que el autor reclama que “alguien debería dar prospectos con todas las contraindicaciones y los riesgos a los que uno se somete”. La historia se nutre del embarazo de R, su pareja, y de una serie de referencias musicales y cinéfilas que son ese mundo del que los padres son desterrados cuando llegan los hijos: la juventud y el filo de la noche, que pasa a tener otro filo, más agotador y menos divertido, con biberones en vez de copas y llanto incontenible como música de baile en casa. Y sobre el sexo después de la paternidad es contundente: “¡Olvídese! Es como la mantis religiosa, que se come al macho después del coito. Igual pasa con los hijos. Devoran el erotismo apenas nacen.”

El de PCHA debe ser uno de los libros con mayor sentido del humor que he leído en varios años, su sinceridad brutal consigue que uno explote de risa pero que reflexione a la vez sobre asuntos tan cotidianos en la vida de una pareja como quién hace más que el otro, esa disputa eterna que nunca se resolverá porque en el fondo carece de sentido y es solo un pretexto para desfogarse a la mala. “Onomatopeyas” es uno de los capítulos más logrados. En su brevedad se unen dos de las pasiones del autor, la música y J, una de sus hijas. “Donde las palabras no llegan, alcanza el balbuceo”, apunta este peruano, que tampoco contiene el llanto como JRZ. Se reconocen padres de una nueva generación y se agradece. Sus libros fueron de lo mejor de 2021.

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