Narrar, contar, ser mala en kárate y aun así practicarlo 

'Dos o tres cosas que tengo claras' surgió para ser leído en escenarios por su autora y que tiene algo de complementario a su novela 'Bastarda'.
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Las mujeres de la familia. La madre de Dorothy Allison (1949, Greenville, Carolina del Sur) tenía catorce años cuando nació Allison. En la parte femenina de esa familia parece haber una especie de maldición en las mujeres en ese sentido. “Las mujeres de mi familia eran circunspectas, varoniles, asexuadas, portadoras de bebés, lastres y desprecio. ¿Las mujeres? ¿Las mujeres de mi familia? Somos las que salen en todas las fotos de catástrofes mineras, riadas e incendios. Somos las que salen al fondo, con la mandíbula desencajada, vestidos estampados y petos y batas sin cuello, feas, viejas y exhaustas. Recias, imperturbables, máquinas de parir hijos, anchas de caderas. Todas éramos anchas de caderas, estábamos predestinadas”. Y un poco más adelante, escribe: “Mis primas y yo nunca fuimos vírgenes, ni siquiera cuando lo éramos. […] en Greenville, Carolina del Sur, circulaban historias sobre nosotras. Los jugadores del equipo de fútbol americano detrás de las gradas, muchachos que luego se avenían a casarse y a hacer las cosas bien”.  

Contar tu historia. Dos o tres cosas que tengo claras (Errata naturae, 2024, traducción de Regina López Muñoz) surgió para ser leído en escenarios por su autora y que tiene algo de complementario a su novela Bastarda (Alfaguara, 2000; Errata naturae, 2022). El título, que se repite a lo largo del libro como un mantra que marca el ritmo, sirve para cambiar de asunto o para insistir en una idea, rematando un pensamiento o a veces abriendo un camino nuevo dentro del libro. Diría que el corazón del libro es la obsesión por la narración, por hacerte dueño de tu historia y no al revés. La madre de Allison tuvo dos hijas más, se casó por segunda vez y el padrastro de Allison abusó de ella durante años. Lo cuenta en Bastarda a modo de novela. Aquí explica que se niega a que esa historia hable por ella. “Voy a contaros una historia. Yo cuento historias para demostrar que mi destino era sobrevivir, consciente de que no es verdad. Mis historias no son parábolas, no cuentan con personajes inolvidables del Reader’s Digest, ni polémicas sobre el movimiento feminista, ni invectivas al más puro estilo Queer Nation. No estoy aquí para hacer feliz a nadie. Estoy aquí para reivindicar mi vida, la muerte de mi madre, nuestras derrotas y nuestras victorias, para nombrarlas, para mí y para nadie más. Estoy aquí para reivindicar todo lo que sé, y hay sólo dos o tres cosas que tengo claras”. Dos o tres cosas… es la respuesta práctica a una de las preguntas que se plantea Allison en el libro: ¿cómo contar la historia de sus abusos sin que la historia la esclavice de alguna manera? “Soy la única que puede contar la historia de mi vida y explicar lo que significa. Yo sabía esto de pequeña. Fue una de las razones que me llevaron a no contárselo a nadie. […] Yo no quería enfundarme en esa túnica, que me explicaran lo que significaba, que me explicaran en qué medida había transformado la carne de debajo, permitir que se me interpretara como una creación de mi violador. Me niego a lucir esa túnica, ni aunque se reajustara a un patrón feminista o posmoderno”. 

Las otras mujeres, belleza y kárate. Allison se libraba de la maldición familiar, de los jugadores de fútbol detrás de las gradas, porque no le interesaban los hombres. En Dos o tres cosas que tengo claras habla de novias y amantes, y habla de la primera mujer de la que se enamoró para responder a la pregunta que le hace su hermana cuando cumple 18, “¿Cuándo supiste que eras lesbiana?” La respuesta es una historia de amor no correspondido, claro, y nunca confesado. No es el único amor desigual: está el kárate. “Me enamoré del kárate a pesar de que nunca pasé de cinturón blanco, año tras año de cinturones blancos; llegué a ser cinturón blanco legendaria, de hecho. Era tan mala que había gente que acudía solo para verme. Rígida, miope, sin talento ni aptitudes, me caía, sudaba, era lamentable; a veces incluso me desmayaba hacia la mitad de la clase. […] Ahora bien, ajena a las lesiones y a las risas, no abandoné. Lo que esperaba del kárate era un eco de amor hacia mi cuerpo y el espíritu que alberga, carne y hueso y la canción líquida de mis propios jadeos, el hedor etílico de mi sudor obstinado, el dulce ardor de tendones y músculos, y el placer”. Dos o tres cosas que tengo claras habla también sobre la belleza y sobre sexo. En el fondo responde a una pregunta que muchos escritores se hacen: por qué escribo. 

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