No había leído a Gramsci hasta este verano. Este verano decidí subsanar esa laguna en mi conocimiento.
Por supuesto, había leído sobre Gramsci, acerca de Gramsci, y había escuchado muchas veces (sobre todo ahora, en la era de Trump) citas sobre “los fenómenos morbosos” que emergen durante los “interregnos”. (Que la cita se use hoy de una manera distinta a la que Gramsci pretendía me resultaba evidente desde el principio. Pero en cualquier caso, hizo que Gramsci estuviera más presente en el debate público). Gramsci es uno de los tres pensadores posmarxistas (los otros dos son Lenin y Lukács) que reciben un tratamiento favorable en Las principales corrientes del marxismo de Leszek Kolakowski y a quienes se les atribuye haber producido algo nuevo y valioso en el marxismo. No es un logro menor.
Quizás para añadir a la serendipia que rodeó mi lectura estival de Gramsci, el año pasado había releído El Estado y la revolución, de Lenin. Escribí sobre el libro aquí. ¿Por qué volví a leerlo? Porque pensé que había similitudes en la manera en que Trump y la alt-right veían la necesidad de romper el dominio del establishment liberal sobre el Estado y las ideas de Lenin. No entraré ahora en ese tema, pero creo que las similitudes son pocas y fenomenales (en el sentido de limitadas a la superficie) y las diferencias sustanciales.
Sin embargo, donde la similitud (yo diría incluso identidad) resulta clara es entre las visiones de Lenin y Gramsci sobre la organización del nuevo Estado. Los textos de Gramsci en The Gramsci reader (editado por David Forgacs y con breve introducción de Eric Hobsbawm) que utilicé son de 1919-1920. Estaba evidentemente impresionado por las condiciones del Bienio Rojo en Italia, donde la democracia parlamentaria se derrumbaba y los obreros en muchos casos tomaban el control de las fábricas. El Estado y la revolución de Lenin se publicó unos dos años antes, en vísperas de la Revolución de Octubre.
El rechazo de Gramsci a la democracia representativa se basa en los mismos argumentos que el de Lenin: la democracia representativa solo representa los intereses de los capitalistas. Cualquier democracia bajo (a) las condiciones del señorío capitalista sobre la esfera productiva y, (lo que más tarde se convirtió en un término icónico que Gramsci atribuye a Lenin) (b) la “hegemonía” de la burguesía sobre las organizaciones sociales y el discurso público, simplemente replica el dominio económico de los privilegiados y poderosos en la esfera política. En vez de hacerlo por medios autoritarios, los ricos lo logran a través de la democracia representativa, o “democracia”.
La solución es la democracia directa, es decir, el gobierno de los consejos. En Rusia y después en el mundo se hicieron célebres bajo el término ruso de soviet. Los soviets se formaron espontáneamente tras la revolución de febrero y mostraron, tanto para Lenin como para Gramsci, cuál sería la forma política a través de la cual la democracia se expresaría bajo el socialismo: una representación para las clases oprimidas que no se lleva a cabo técnicamente a través de partidos políticos sino de consejos que cubren la sociedad como una colmena, desde los niveles más bajos hasta la cúspide. El ejemplo de la Comuna de París, organizada políticamente de la misma manera, ayudó a darle a la idea un pedigrí político adecuado.
Gramsci escribe:
El Estado socialista no es todavía comunismo, es decir, el establecimiento de una práctica y un modo de vida económico que sean comunales; sino que es el Estado de transición cuya misión es suprimir la competencia mediante la supresión de la propiedad privada, de las clases y de las economías nacionales. Esta misión no puede ser cumplida por la democracia parlamentaria. Así que la fórmula de “conquista del Estado” debe entenderse en el siguiente sentido: sustitución del Estado democrático parlamentario por un nuevo tipo de Estado, uno generado por la experiencia asociativa de la clase proletaria. (Ordine Nuovo, 12 de julio de 1919, pp. 86-87).
O criticando a los socialistas antes de la escisión del Partido Socialdemócrata italiano en socialistas y comunistas:
[Los socialistas] han adquirido la misma mentalidad equivocada que los economistas liberales; creen en la perpetuidad y la perfección fundamental de la institución del Estado democrático. (Ordine Nuovo, 12 de julio de 1919, p. 86).
Lenin escribe:
No podemos imaginar la democracia, ni siquiera la democracia proletaria, sin instituciones representativas, pero podemos y debemos imaginar la democracia sin parlamentarismo, si la crítica a la sociedad burguesa no son meras palabras para nosotros… La salida del parlamentarismo no es… la abolición de las instituciones representativas y del principio electivo, sino la conversión de las instituciones representativas de “lugares de charla” en órganos de trabajo [soviets]. (El Estado y la revolución).
Gramsci también está a favor del “mandato imperativo”, por el cual los diputados no votan según su opinión, sino que transmiten al nivel superior la opinión mayoritaria de su consejo. Eso se hace para evitar que la voluntad del consejo sea deformada por representantes a los que tiente la corrupción moral o financiera.
La burguesía cuenta con las distracciones del entorno, con insinuaciones sobre la posibilidad de satisfacer ambiciones personales, para corromper a los diputados –incluso cuando son obreros– si no estos están obligados por un mandato imperativo. (Avanti, 5 de septiembre de 1920, p. 100).
Curiosamente, una forma de mandato imperativo podría volverse más viable e implementable con la digitalización y la posibilidad de sortear la intermediación de los miembros del parlamento (MPs) entre la voluntad de sus electores y el voto político. Actualmente, el diputado puede votar como quiera, aunque debe ser consciente de que un voto “equivocado” podría costarle el mandato en las próximas elecciones. Sin embargo, como observa Gramsci, esa libertad lo hace vulnerable a la corrupción. Pensemos en una votación importante sobre un asunto económico del que dependen grandes sumas de dinero. El diputado podría decidir –aunque crea que sus votantes lo expulsarán del cargo en la siguiente elección– votar contra sus intereses y preferencias porque puede ser sobornado directamente o asegurarse un nuevo y lucrativo puesto tras la votación. Eso ha ocurrido más de una vez. Pero con el voto electrónico (y, por tanto, un equivalente al mandato imperativo) se podría prescindir de los diputados y registrar directamente los votos populares en tales asuntos.
Gramsci, probablemente por la experiencia del Bienio Rojo en Italia, va más allá que Lenin. Ve los consejos no solo como una forma de organización de la esfera política, sino también como un medio de gestionar las empresas y, por tanto, de organizar la esfera económica. “Los consejos obreros deben ser los órganos del poder proletario, sustituyendo al capitalista en todas sus funciones utilizables de gestión y administración” (ibid). Lenin, como es bien sabido, nunca fue partidario de la autogestión obrera. Nunca aparece en su radar ni en sus escritos, porque concebía la futura organización económica socialista a la luz de la organización alemana antes y durante la guerra mundial: centralización de empresas en grandes conglomerados eficientes gestionados por directivos nombrados por el Estado. (En las discusiones sobre la NEP se hizo evidente que Lenin no estaba satisfecho con la calidad de la gestión de los “expertos rojos” y decidió reincorporar a capitalistas que, como gestores contratados por el Estado socialista, dirigirían las empresas).
Gramsci era, por tanto, más radical y más coherente. La organización políticamente preferida de consejos debía extenderse también a la economía. Las empresas debían ser gestionadas por sus propios trabajadores organizados en consejos obreros. El único lugar donde esa idea se implementó fue Yugoslavia desde mediados de los años cincuenta hasta la disolución del país en 1991. Tuvo ciertas ventajas (democracia en el lugar de trabajo) y ciertos inconvenientes (tendencia a distribuir ingresos en salarios más que en inversión y lento progreso tecnológico). Escribí sobre ello aquí.
El mensaje para hoy de esta parte de los escritos de Gramsci me pareció que trata sobre las situaciones en las que se produce un colapso de las instituciones de la democracia representativa. Ni Lenin ni Gramsci pensaban que ese fuera el argumento principal contra la democracia representativa, pero cuando una institución deja de funcionar bien y cuando un porcentaje significativo de la población empieza a creer que los resultados electorales son injustos, necesariamente buscamos fórmulas alternativas para que la voluntad popular dirija “la nave del Estado”. La democracia de consejos es una de esas fórmulas.
No creo que sea necesariamente una forma viable de gobierno. Se ha demostrado en la Unión Soviética (es decir, literalmente en la Unión de Consejos) que conduce a la dictadura. Sin embargo, se puede argumentar que era inevitable bajo un Estado de partido único. Ese sistema, injertado sobre los consejos, llevó al vaciamiento de su poder y los convirtió en una fachada tras la cual todas las decisiones eran tomadas por el único partido. Algunos podrían entonces argumentar que un sistema de consejos sin partidos podría ser una alternativa viable. En teoría, la gente no necesita organizarse en partidos políticos para ejercer un papel político. Sin embargo, lo más frecuente es que la organización de personas afines en grupos políticos parezca la regla. Quizá entonces un sistema multipartidista podría implementarse a través de consejos en lugar de parlamentos o, sorteando por completo a los diputados, convertirse –gracias a internet– en un sistema de democracia directa. Pero nunca lo hemos visto.
Traducción del inglés de Daniel Gascón.