Los niños, las buenas causas… y los que se aprovechan

El “‘caso Thunberg” no es el único en el que se puede ver a niños asociados con causas humanitarias.
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Hace un año, Greta Thunberg era una adolescente sueca desconocida. Sin embargo, el 20 de agosto del año pasado hizo algo que le cambiaría la vida –a ella y sus allegados–. Un gesto naíf, pero que en tiempos de redes sociales se hizo viral. Se postró ante el parlamento sueco con un pequeño cartel de cartón que decía: “Huelga escolar por el clima”. Thunberg, de 15 años, había decidido faltar a las clases para exigir al gobierno de su país que redujera las emisiones de dióxido de carbono y cumpliera con el Acuerdo de París –un convenio firmado por 195 países en 2015 y cuyo objetivo era frenar el calentamiento global y el cambio climático– si no queríamos asistir a un cataclismo medioambiental y a la desaparición de millones de especies. El primer día estaba ella sola, con su chubasquero azul y sus trenzas. Al poco tiempo estaba acompañada de otros estudiantes que subieron las imágenes a internet. Los medios de comunicación se hicieron eco. Y empezó la bola.

En doce meses, Thunberg, que ya no viste ese chubasquero, sino una camiseta en la que se lee “antifascista”, ha leído discursos sobre la tragedia medioambiental en la Cumbre del Clima de Katowice (Polonia), en Davos, ante el Consejo Económico y Social de la Unión Europea, en el parlamento británico y la asamblea francesa. Sus palabras han sido contundentes y no ha ahorrado en el tono iracundo. Los destinatarios de su mensaje son los políticos, a los que ha acusado de no haber hecho absolutamente nada por rebajar las emisiones de dióxido de carbono. Alerta de la catástrofe: el planeta se nos está muriendo achicharrado.

La adolescente se ha convertido en un icono de la lucha contra el cambio climático. Y ha movilizado a cientos de miles de niños y jóvenes en todo el mundo. A estas alturas, decir que no lleva razón sería una falsedad. Los científicos, los expertos medioambientales llevan tiempo señalando que la Tierra está en riesgo y, o se pone un freno o las consecuencias serán bastante graves para las especies que la habitamos. No sería la primera vez que sucede en el planeta. Thunberg lidera una causa buena, justa y necesaria.

Pese a que la adolescente ha clamado contra los políticos, no han sido pocos los que han aplaudido sus palabras. Desde la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez hasta Emmanuel Macron, Angela Merkel, el político conservador británico Michael Gove, el laborista Jeremy Corbyn y Pedro Sánchez. Hasta el Papa Francisco le conminó un “sigue adelante”. Una foto junto a Thunberg se ha convertido en uno de los mejores reclamos y lo de la protección al menor ya lo dejamos para otro día.

El “‘caso Thunberg” no es el único en el que se puede ver a niños asociados con causas humanitarias, justas y buenas. Hace más de 25 años otra niña, la canadiense Severn Suzuki Cullis, que tenía 12 años, enhebró un discurso demoledor en la primera cumbre sobre el clima celebrada en Río de Janeiro. Sus palabras –el discurso se puede ver en YouTube– resuenan muy parecidas a las de la adolescente sueca: Suzuki-Cullis, cuyos padres era activistas medioambientales, alertó sobre los agujeros de la capa de ozono, la contaminación de las aguas y la pobreza infantil. Y clamó contra los políticos. Al terminar todos enmudecieron y aplaudieron a la niña, que poco después también dio varias conferencias, se fotografió con políticos y publicó un libro. Hoy Suzuki-Cullis tiene 40 años, es licenciada en biología evolutiva y ecología por la Universidad de Yale y sigue siendo una activista medioambiental.

Pero como afirmó en una entrevista reciente al periódico alemán Der Welt, después de su discurso apenas cambiaron las cosas: es cierto que la conciencia ecologista aumentó –justo fue una época en la que en Alemania triunfó el partido de Los Verdes y otros surgieron en países como España– y hubo una reducción del agujero de la capa de ozono, pero las políticas medioambientales no sufrieron grandes modificaciones –la limitación del uso del coche en las grandes ciudades no se ha producido hasta antes de ayer– y el mundo –más contaminado– siguió girando.

Hay más niños. YouTube y demás redes sociales son un impresionante caladero para encontrar palabras exaltadas que pronunciadas por un menor emocionan más y provocan mayor empatía. Y eso tiene un nombre. Ahí está, por ejemplo, Ángel Jacinto Noh Tun, un niño mexicano de 12 años que pronunció un discurso contra la corrupción en abril de 2017 que recorrió todo el país. En plena campaña electoral Andrés Manuel López Obrador no dudó en llevárselo consigo. Otro caso planetario es el de Malala Yousafzai, la niña pakistaní que fue disparada al ir a la escuela y que ha hecho bandera por los derechos civiles y, sobre todo, por los derechos de las mujeres en países donde la desigualdad de género es desoladora. En 2014 recibió el Premio Nobel de la Paz. Un galardón que también suena para Thunberg.

Es obvio que nada de lo que defienden estos niños es censurable. Problemáticas como la corrupción, el sexismo, el cambio climático son reales. Lo que escama es la rapidez –y hoy mucho más que lo que le ocurrió a Suzuki-Cullis en 1992– con la que son convertidos en estandartes de cualquier producto. La propaganda política, el márketing empresarial han encontrado en las redes sociales una herramienta casi inmejorable. Lo que escama, también, es el nimbo de bondad que no pocos compran para sí mismos cuando colocan su rostro al lado de alguno de estos chavales.

Hace unos días, Thunberg, una desconocida hace doce meses, se convertía en colaboradora del grupo británico The 1975, que ha incluido en una de sus canciones frases de la adolescente contra el cambio climático. Es difícil saber si el grupo venderá más o si el mensaje de la sueca llegará a más personas; lo que sí parece más probable es que las causas, que sí exigen acciones reales, pueden quedar diluidas tras fotos, vídeos en las redes y galardones de los que otros sí extraen beneficios. Porque lo que más tarde ocurra con los niños, cuando crezcan, a pocos parece importarles.

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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