Tampa, Florida. No son tiempos sencillos para el Partido Republicano. Reunidos en Tampa para celebrar la convención en la que elegirán formalmente a Mitt Romney como su candidato presidencial, los delegados republicanos se ven inquietos, irritados. La primera de sus preocupaciones es la madre naturaleza, que decidió irrumpir aquí con el huracán Isaac. La lluvia y los vientos obligaron al comité organizador a cancelar el primero de cuatro días de actividades y a la prensa a dividir su atención entre la convención y el avance paulatino de la tormenta. Ambos factores pesan. Lo que el republicano necesita es tiempo de exposición para convencer al país entero de la fortaleza, simpatía y viabilidad de Romney. Esa es la segunda variable en la ecuación de alarma que se dibuja en muchas de las caras de los republicanos en Tampa. Muchos tienen claro que, dado el estado lamentable de la economía estadunidense, la elección debería estar en la bolsa para su partido. Lo que ocurre es lo contrario: a poco más de dos meses de la votación de noviembre, el presidente Obama mantiene una ventaja mínima pero innegable en la gran mayoría de las encuestas. ¿Cómo es posible, se preguntan, que un presidente tan vulnerable dado el statu quo aún sea el favorito para ganar la elección?
Lo cierto es que, al menos esta vez, la vieja máxima que indica que las preocupaciones económicas pesan más que cualquier otro factor, podría perder vigencia. Por un lado es cierto que, de acuerdo con las encuestas, una mayoría confía más en Romney que en Obama a la hora de manejar la maltrecha económica estadunidense. Años de terca crisis le han pasado factura a Obama. Hasta ahí, los republicanos pueden dormir tranquilos: si la elección se decidiera solo por la variable económica, Obama estaría perdido. Para desgracia de Mitt Romney y compañía, los estadunidenses están sumando otras variables a su cálculo electoral. La más clara es el factor de la simpatía de cada uno de los aspirantes. En sondeo tras sondeo, Obama supera con enorme claridad a Romney cuando a los encuestados se les pregunta su impresión de cada uno de los candidatos. En este “índice de simpatía”, Obama aventaja a Romney por más de 30 puntos.
Esa brecha no es un asunto menor. Por eso, los republicanos que se han congregado en Tampa para coronar a Romney tendrán, sobre todo, una misión: suavizar la imagen de su candidato hasta volverlo no solo aceptable, sino amable para el electorado. Romney no tiene mayor problema con los votantes blancos, entre los que supera a Obama con claridad. Pero, como ocurrirá con mucha mayor frecuencia en el futuro, a los republicanos no les alcanzará solo con el voto blanco masculino. Romney enfrenta, por ejemplo, un gran reto cuando se trata de las mujeres, que parecen preferir a Obama. La famosa “brecha de género” es particularmente dramática en estados clave como Ohio o Pensilvania, donde Obama puede presumir una veintena de puntos de ventaja sobre su rival entre las mujeres. Lo mismo ocurre con las minorías. Romney parece ser rechazado de manera casi unánime por los votantes afroamericanos. Algo similar ocurre con los hispanos. En gran medida, se piensa, los problemas de Romney con estos grupos se deben a su incapacidad para, como diríamos en México, “caer bien”. El hombre, en pocas palabras, es percibido como un pesado.
Los republicanos tratarán afanosamente de cambiar esa imagen en los próximos días. Para hacerlo llevarán al escenario a políticos hispanos conservadores, mujeres que exalten los valores del partido y varios populistas de derecha. Luego confiarán en la telegenia del candidato vicepresidencial Paul Ryan, un auténtico lobo conservador con piel de oveja, para rejuvenecer el rostro de un partido avejentado (“los neo-neandertales”, les llama la columnista Maureen Dowd). Y finalmente le suplicarán al propio Romney que deje de lado el guión rígido, disciplinado y aburrido hasta el bostezo para intentar, el jueves, mostrarse ligeramente más humano y empático. Menos capitalista rapaz y más compasivo; menos robot y más abuelo querendón. Si lo consiguen, quizá logren sacar a Obama de la Casa Blanca. Si no, los demócratas tendrán una tarea mucho más sencilla la próxima semana.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.