¿A qué viene Barack Obama? Primero, el presidente de Estados Unidos visita México para impulsar la estrategia de “desnarcotizar” —y hasta “desmigratizar”— la relación entre ambos países. Desde el principio de la Presidencia de Enrique Peña Nieto ha quedado claro que el énfasis de la relación (o al menos de la narrativa de la relación) estará puesto en la economía, un tema de beneficio mutuo y nulo costo político. En una entrevista hace unos días, John Feeley, alto diplomático estadunidense, me explicaba que la misión es abandonar la idea de que México es solo un riesgo o una amenaza para comenzar a verlo como una oportunidad. Eso va de la mano con la intención de la Cancillería mexicana, que trabaja desde ya en optimizar las relaciones comerciales, energéticas y demás con Estados Unidos, pero también en intentar rehabilitar la imagen mexicana entre los estadunidenses (apenas hace un año y fracción, en un sondeo en Estados Unidos, el 50% de los encuestados dijo tener una opinión poco favorable de México). Así que prepárese, lector: escucharemos mucho sobre el potencial económico de ambos países y el fortalecimiento de la economía mexicana, la historia de moda en la prensa internacional. Otro tema menos cacareado pero seguramente central será la naturaleza de la cooperación bilateral en asuntos de seguridad. Y ahí, el asunto se complica. En un hecho con pocos precedentes, el New York Times como Los Angeles Times publicaron en estos días sendos reportajes revelando la misma, idéntica nota (y con el mismo tono de alarma): el gobierno de Enrique Peña Nieto está poniendo obstáculos a la colaboración estadunidense en seguridad. Si las versiones son ciertas, en lo que parece más una bravuconada al estilo del PRI más populista —ese gorila que se golpeaba el pecho para asustar a los “pinches gringos”— los encargados de la seguridad interna en México han enviado un mensaje muy claro a Washington: los años de Calderón ya se acabaron. Obama y su equipo vendrán a medirle el agua a los camotes, a mirar a los ojos al procurador y a preguntarle un escéptico: “really, Mr. Murillo?” Si la respuesta del otro lado de la mesa es un sonoro bramido jurásico, las cosas podrían comenzar a tensarse. Y eso, me parece, es mejor evitarlo. Ya no estamos en los setenta, aunque algunos así lo crean.
(Publicado previamente en el periódico Milenio)
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.