Con motivo de su deceso, se ha escrito bastante del legado cultural y la modernización universitaria de la que Raúl Padilla fue artífice, pero poco se ha señalado sobre su contribución al cambio democrático en México como integrante del Grupo San Ángel, donde desplegó los talentos que lo distinguían de los personajes públicos ordinarios.
En 1994, intelectuales, ciudadanos, líderes sociales y políticos se reunieron para plantear mejoras indispensables para una transición democrática, en un momento en el que aún no había elecciones libres y certeras, la paz del país estaba fracturada y se había alcanzado un punto de no retorno respecto al corporativismo y el modelo paternalista autoritario, disfrazado de nacionalista revolucionario.
Enrique Krauze, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Raúl Padilla, Manuel Clouthier, Federico Reyes Heroles, Jorge G. Castañeda, Santiago Creel, Adolfo Aguilar Zínser, Alfonso Zárate, Agustín Basave, Sergio Aguayo, Javier Livas, Samuel Ruiz, Luis Villoro, Ricardo García Saínz, Néstor de Buen y Demetrio Sodi son algunos de los más destacados integrantes de esa iniciativa, que llegó a tener cerca de 80 miembros. La pluralidad del colectivo podría sorprender en tiempos actuales, ya que también fueron parte Clara Jusidman, Graco Ramírez, Lorenzo Meyer, Elena Poniatowska, Paco Ignacio Taibo II, Tatiana Clouthier, Vicente Fox, Enrique González Pedrero, Manuel Camacho Solís, José Agustín Ortíz Pinchetti, Ignacio Marván, Rogelio Ramírez de la O y Elba Esther Gordillo.
El pluralismo del Grupo San Ángel es evidencia de la vocación al diálogo entre diversos, que tanto bien hizo a México y hoy parece algo perdido. Sin la deliberación de ese ensamble ciudadano, poco probable hubiera sido la existencia en 1997 de un Instituto Federal Electoral independiente del poder ejecutivo, ni la primera alternancia parlamentaria del país.
En ese grupo, Raúl Padilla aportó el peso estratégico y la experiencia de un reformador institucional.
Raúl Padilla era un maestro del desplegado, de la puntualización en los pronunciamientos en prensa. Así ganó la batalla por la Universidad de Guadalajara, exhibiendo, en lenguaje claro y sencillo, los privilegios y canonjías de quienes se oponían a la modernización universitaria. En la segunda sesión del grupo, en casa de Jorge G. Castañeda, se puso sobre la mesa el tema de la descalificación de la que era objeto el grupo por parte de columnistas en nado sincronizado. Padilla insistió en aclarar a la opinión pública lo que intentaba hacer el grupo y despejar cualquier duda sobre sus finalidades y acciones.
Padilla no tuvo miramientos en señalar los riesgos de poca neutralidad en las juntas distritales de 1994, a pesar del disenso de José Woldenberg. También marcó prudencia para decidir la participación en un documento de apoyo colectivo a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, propuesto por Alejandro Gertz, ponderando los riesgos e implicaciones para la Universidad de Guadalajara, de la que era rector en ese momento.
En suma, fue una voz en el Grupo San Ángel que no solo aportó su visión estratégica de la política, sino que marcó pautas sobre lo que era conveniente hacer o no hacer.
Tuve la oportunidad única de trabajar junto a Raúl Padilla como secretario técnico del Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo (CEED) de la Universidad de Guadalajara. Ahí me tocó ver en acción al promotor cultural, al estratega político, al visionario urbano, al diseñador de política pública, al hombre que hacía que las cosas sucedieran.
En tiempos donde el enfrentamiento de posiciones está radicalizado, están en riesgo las elecciones limpias y creíbles, y la estabilidad y la paz social están desaparecidas, se requieren nuevas iniciativas para garantizar la democracia, el Estado de Derecho, recuperar la unión nacional e incrementar la gobernanza.
Resulta necesario que los intelectuales, líderes sociales y ciudadanos actuales retomen el espíritu del grupo al que perteneció Raúl Padilla, y establezcan nuevos esfuerzos en la dirección democrática y de consenso que tanto necesita México. ~