Los partidos políticos representan a los ciudadanos, pero sus intereses son solo uno de los varios que sus líderes toman en cuenta. Esos organismos necesitan del voto para acceder al poder, pero los sufragios son la expresión de una voluntad individual, por definición fragmentada, un acto que puede ser resultado de intereses muy diversos. Habrá quien vote esperando un beneficio concreto, otros por identificación ideológica, mientras que también hay quienes votan por una persona (o contra otra, ejerciendo el llamado voto útil). Hasta hace pocos años esa fragmentación permitía a la partidocracia dividir a la ciudadanía y, si no vencerla, sí poder ignorarla, siempre alegando que había cumplido con sus electores.
Porque esos líderes tienen sus propios intereses, no necesariamente alineados con los de sus votantes. Están además los grupos de poder dentro del propio partido, aparte de los militantes de a pie, que también deben ser tomados en cuenta. Y no faltan las fuertes presiones externas, como son las del gobierno, sea del propio partido u opositor.
En toda esa competencia de intereses, es la hora de los ciudadanos. Porque un elemento ha cambiado dramáticamente el peso de los diversos actores en el juego partidista: las redes sociales. Son foros de ideas y denuncia, y a la vez memoria histórica, una hemeroteca viva que recuerda a los políticos lo que dijeron o hicieron años antes, evidenciando mentiras o contradicciones. Basta que una persona recuerde un dicho o hecho, y lo sustente con alguna evidencia, para que explote en las redes.
Las redes son también, quizá lo más importante, un canal de comunicación directa entre cualquier persona y el líder más encumbrado. “No se puede gobernar y leer periódicos”, decía uno de los personajes políticos en las novelas de Luis Spota. El secretario de Hacienda de John Major, primer ministro británico entre 1990 y 1997, dice en sus memorias que, precisamente, le aconsejaba que no leyera la prensa. Ese lujo ya no se lo pueden dar los dirigentes partidistas. Las redes son una caja de resonancia que amplifica, y también distorsiona, a favor del ciudadano.
Las redes además son, evidentemente, formas de comunicación entre los propios ciudadanos. Muchas veces los partidos políticos no van a la vanguardia, sino atrás, como ocurrió en las marchas ciudadanas multitudinarias en apoyo al Instituto Nacional Electoral que tuvieron lugar en meses recientes. Es el tiempo de proyectar esa fuerza sobre la partidocracia no solo para que sigan atrás, sino para que abran sus organizaciones a candidaturas de aquellos que no son militantes, pero tienen credenciales sólidas para ser representantes populares.
La unión opositora debe ser también otro objetivo prioritario para los ciudadanos. Solo con unión se tendría la proverbial fuerza para derrotar al régimen autoritario en que ha involucionado México. De lo que no hay duda es del afán presidencial de perpetuarse en el poder por medio de un heredero o heredera. No puede esperarse un juego electoral limpio de quien no tiene empacho en romper leyes si así lo considera conveniente para alcanzar sus objetivos. Lo que sí puede esperarse es que el inquilino de Palacio Nacional busque cooptar, comprar o amedrentar a los diferentes líderes partidistas opositores. La lupa ciudadana, magnificada por las redes, es esencial para que los dirigentes de la partidocracia entiendan que sus acciones están bajo permanente escrutinio, y que una desviación del camino será inmediatamente evidenciada y condenada –y podría costarles votos.
Partidos unidos y abiertos a candidaturas de no militantes: esa será la primera batalla de varias en la guerra partidista y electoral que culminará en 2024. Una batalla que los ciudadanos deberán ganar a la partidocracia. La paradoja, positiva, es que una victoria lo sería para todos, tanto los ciudadanos como los propios partidos. ~