Foto: Adrien Vautier/Le Pictorium Agency via ZUMA

Sobre la guerra y el olvido

En el primer aniversario del asalto ruso a Ucrania, el deseo de apartar la mirada del horror cotidiano de la guerra se está reafirmando. Pero Ucrania necesita la ayuda del mundo.
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El Valle de Orcia, en el centro de Italia, es uno de esos lugares encantadores, aparentemente bendecidos con demasiados dones. En sus suaves colinas coronadas por pueblos medievales y en sus verdes viñedos que se alternan con campos de trigo, es fácil imaginar que los pocos felices que viven allí nunca han visto lo peor de lo que es capaz la humanidad.

La verdad es muy diferente. En el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, los nazis ocuparon la región. Cuando los partisanos se defendieron, organizando valientes ataques desde las montañas cercanas, las SS ejercieron una retribución sangrienta, ejecutando a decenas de civiles. En una de mis paradas favoritas hay una placa discreta que recuerda a los visitantes esta historia sombría: “Tú que pasas y admiras este valle pacífico”, dice, “quédate un rato y recuerda a los que han perecido aquí”.

En tiempos de paz, siempre es imposible imaginar –imaginar real, verdadera, vívidamente– la guerra. Cuando miras las colinas de la Toscana de hoy, no puedes evocar los horrores que sus habitantes alguna vez atestiguaron. Cuando caminas por las calles de una ciudad bulliciosa como Taipei, como lo he estado haciendo durante los últimos días, es imposible comprender, más que en un nivel abstracto, que la decisión de un solo hombre pronto podría convertirla en un campo de batalla sangriento. Y por todas estas razones, la mayoría de la gente no pudo imaginar lo que implicaría que Rusia lanzara una invasión a gran escala de un país con el que compartía tanta cultura e historia, o hasta qué punto esta guerra extrañamente decimonónica iba a estar llena de los horrores del siglo XX.

En las primeras semanas después del 24 de febrero de 2022, el impacto de una guerra en el (casi) aquí y (mucho) ahora captó la atención indivisa del mundo occidental. Ucrania dominó las portadas de todos los periódicos. Miles de edificios y cuentas de redes sociales se adornaron con banderas ucranianas. Mucha gente, al menos al principio, siguió absorta cada giro de la guerra.

Pero la mente humana no solo se aturde ante la idea de que un lugar como Kiev o Taipei o el Valle de Orcia pueda convertirse de un día para otro en un campo de batalla: a menos que el conflicto domine su vida cotidiana, también le es difícil mantener esa idea en foco. Es así como la atención que gran parte del mundo prestó al conflicto en Ucrania ha disminuido gradualmente. La guerra ya no domina las portadas de los periódicos. Los departamentos de marketing de las grandes corporaciones idearon planes para retirar las banderas ucranianas de sus edificios de oficinas y de sus redes sociales de la manera más discreta posible, a menudo reemplazándolas temporalmente con un símbolo de apoyo a alguna otra causa digna.

La desconcertante verdad del asunto es que la guerra, cuando no es una amenaza a la supervivencia inmediata, es a la vez aterradora y fundamentalmente aburrida, lo que hace que mirar hacia otro lado sea tentador y sencillo. Cuando parecía que los tanques rusos estaban a punto de avanzar por las calles de Kiev, el mundo miró en suspenso. Cuando los primeros informes de terribles crímenes de guerra emanaron de Bucha, el horror puro fue suficiente para llamar la atención. Pero cuanto más se prolonga una guerra y más se acumulan los cadáveres, menos parecen distinguirse las noticias de un día a las de otro.

Algunos días un ejército avanza unas pocas millas, otros días es otro ejército el que avanza. Algunos días, los habitantes de un pueblo lejano son masacrados, otro día, los civiles de este otro pueblo lejano son bombardeados. En algún momento, ni siquiera quienes sentimos una profunda compasión por el sufrimiento de las víctimas inocentes podemos dejar de notar que, desde un punto de vista puramente narrativo, las guerras son menos emocionantes que un partido de fútbol cualquiera.

En el punto álgido de la avalancha colectiva de preocupación por Ucrania, algunos comentaristas estadounidenses insinuaron que había algo racista en la solidaridad generalizada por la causa ucraniana. La sangrienta guerra civil en Siria, dijeron, fue olvidada; si estamos prestando atención a Ucrania, debe ser porque nos preocupan más las vidas de los blancos. (Cuando eres un martillo, todo parece un clavo, y en Estados Unidos, últimamente se ha producido en masa un tipo particular de martillo).

Pero, como temí en aquel momento, resulta que esta acusación se basaba en una premisa errónea. Hoy, en el primer aniversario del renovado asalto ruso a Ucrania, el deseo humano de apartar la mirada del horror cotidiano de la guerra se está reafirmando. Si esta terrible guerra sigue ardiendo en su segundo o tercer aniversario, es probable que se habrá desvanecido de la atención, como ocurrió eventualmente con el terrible conflicto en Siria.

La tentación de mirar hacia otro lado es tan humana como la capacidad de asesinar personas en nombre del orgullo nacional o la pureza ideológica. Pero, como nos recuerdan los filósofos, un comportamiento puede ser natural sin ser correcto o aceptable. Y, por lo tanto, debemos luchar, yendo en contra de esos instintos profundamente arraigados, para ocuparnos lo suficiente del conflicto de Ucrania como para asegurarnos de que los gobiernos hagan lo correcto.

Para los civiles y soldados ucranianos, el que estemos en sintonía con el horror que viven cotidianamente no tiene una consecuencia directa. Pero hace toda la diferencia que los civiles tengan suficiente dinero para calentar sus hogares, o que los soldados cuenten con armas suficientes para expulsar a un brutal invasor de su país. Aunque nos resulte cada vez más difícil prestar atención, al menos debemos asegurarnos de que nuestros gobiernos hagan todo lo posible para apoyar una causa justa.

Cientos de miles de soldados de Ucrania siguen arriesgando sus vidas en defensa de sus libertades. Su éxito determinará si 44 millones de sus compatriotas sufrirán, en el futuro previsible, la dominación neocolonial. También puede determinar si los residentes de Europa central y occidental pueden continuar disfrutando de la frágil paz que durante mucho tiempo dieron por sentada. Incluso podría determinar si el pueblo de Rusia tendrá algún día otra oportunidad de gobernar su propio destino.

Cualquiera que sepa algo sobre la naturaleza de la guerra debe esperar que los campos de trigo en Ucrania pronto se vean tan pacíficos como los campos de trigo en el Valle de Orcia. En el primer aniversario de la guerra, mi más profunda esperanza es que no haya un segundo aniversario. Pero la paz, cuando llega, debe ser justa y duradera. A mediados del siglo XX, los partisanos toscanos tuvieron razón al luchar contra los nazis. Hoy, el pacífico pueblo de Ucrania tiene razón en resistir a los tanques que intentan anexar su país. Lo menos que podemos hacer es ayudarlos, en las formas concretas que más importan. ~

Traducción de Emilio Rivaud Delgado.
Publicado originalmente en Persuasion y reproducido con autorización.

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Yascha Mounk es director de Persuasion.


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