La ciudad de Esmógico no es sólo jungla de asfalto, no sólo espacio de botín de la delincuencia organizada y desorganizada, no sólo capital de la criminalidad y de la lenta pero segura asfixia, no sólo paulatina zona de desastre ecológico y paraíso del automóvil e infierno del peatón y capital mundial del esmog, o neblumo, o humión, y de la basura volátil y del ruido, sino además terreno libre de la pregonería (¿o fregonería?) mercantil.
No sirvió de nada una campaña gubernamental (del GDF) que pasó como una ráfaga con declaraciones de oficina o de banqueta para los medios impresos y para la tele: la jactanciosa pregonería según la cual se prohibían los anuncios espectaculares, o simplemente los espectaculares (como la lengua citadina los llama sustantivando el adjetivo). Y ahora yo no sabría decir si esa campaña existió o fue un fugaz delirio, pero…
Pero sé, pues lo veo, lo vivo, lo tengo cerca, que los espectaculares ya están sitiando nuestra casa, están quitándonos la luz del día y la pequeña parte de paisaje urbano que María y yo veíamos y que ya no vemos desde la ventana de nuestro departamento en el cuarto piso de este edificio de modestos condóminos en que vivimos, pues desde hace unos años un inmueble de 28 pisos que hoy es de Telmex (es decir de uno de los dueños de México, el tal Slim), y ahora esos cartelones metálicos, nos roban a los de mi casa nuestro único lujo visual: un cabal horizonte con los lejanos pero muy distinguibles Iztaccíhuatl y Popocatépetl. Ahora, por si algo faltaba, tenemos erigidas ante nuestra ventana sureña un par de altos, gruesos, insolentes cilindros de metal que sostienen enormes rectángulos de lámina en cuyas superficies campean anuncios comerciales visibles para los automovilistas que en avalancha vienen desde la avenida Río Churubusco y cruzan por un puente la avenida Universidad y por Río Mixcoac van hacia Insurgentes. Allí están esos gigantes “espectaculares” de la grande y chingona mercachiflería robándonos los últimos restos de paisaje y de cielo que veíamos desde nuestra ventana…
Y ni modo, aquí nos tocó, en Esmógico City, Detrito Funeral: la ciudad que el Pejefe Central cínicamente subtituló “de la Esperanza” y en la que de día en día y de mil maneras el ciudadanaje va perdiendo no sé si esperanza (que se pierde al último) pero sí calidad de vida.
Aquí, en Esmógico City… ¡Y ni modo!
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.