Me parece fascinante que Christopher Domínguez, para escudriñar los orígenes del liberalismo mexicano, haya tenido que convertirse en una especie de teólogo. Ha practicado una extraordinaria disección del cuerpo y el alma de fray Servando Teresa de Mier para que podamos espiar los entretelones de la vida novelesca de un eterno perseguido por la Inquisición y que en su larga huida acabó descubriendo las virtudes de una concepción republicana de la política (Vida de Fray Servando, Era, México, 2004). Toda la historia tiene su origen en la extravagancia barroca de un bachiller pueblerino que inspiró en fray Servando el célebre sermón de 1794 donde afirma que la virgen de Guadalupe se había aparecido en tiempos prehispánicos antiguos al apóstol Santo Tomás, mucho antes que a Juan Diego, afirmación por la cual será perseguido durante toda su vida. Al exaltar la supuesta visita americana del apóstol, que habría cristianizado a los indios antes que los españoles, ponía en duda la necesidad de la conquista. Christopher Domínguez nos explica que este formidable tropezón de fray Servando, que hace fracasar su carrera religiosa y lo lleva a la cárcel y al destierro, revela la silueta de un rebelde barroco más que a un crítico ilustrado o a un empecinado romántico. El fraile, que ve su honor manchado y su vanidad maltratada, no cesará de luchar por restañar la herida y con ello, paradójicamente, se volverá moderno sin quererlo. Toda su vida sufrirá una tensión no resuelta, dice Domínguez, entre su herencia barroca y sus tentaciones modernas.
El mismo Mier, con sus memorias y recuerdos, se encerró a sí mismo en un código que sólo un teólogo podría descifrar gracias a artes antiguas y barrocas ya olvidadas. Y allí, a su cripta barroca fue a desenterrarlo con maestría de gran historiador Christopher Domínguez, para presentarlo como un pícaro malcontento y vejado que logra sobrevivir en las condiciones más inclementes. Este pícaro es además un rebelde que, para oponerse a las miserias de este mundo se vuelve jansenista en lugar de abrazar las ideas ilustradas. No deja de ser una amarga paradoja que en los orígenes del liberalismo mexicano haya una repulsión agustiniana por el libre albedrío. Aunque el jansenismo de Mier, apoyado en el catolicismo constitucional y republicano de Henri Gregoire, sea más político que teológico, no deja de ayudar a mantenerlo cautivo en el barroquismo del siglo XVII. La cuidadosa exploración de este enigma es uno de los más ricos aportes del libro de Domínguez. ¿Cómo entender las dimensiones modernas de este personaje anclado en el pasado barroco? “El encuentro con las ideas modernas y sus propagandistas –escribe Christopher Domínguez– lo enriqueció intelectualmente de manera irreversible, pero agudizó su sentimiento de inferioridad frailuna, estimulando su metamorfosis picaresca, la forma que mejor conocía de sobrevivir al infortunio” (p. 175). Aunque Mier se adapta a su siglo como un anticuado jeroglífico kircheriano, ha perdido el uso del lenguaje alegórico. Es un personaje barroco en la medida en que está obsesionado por la honra. Sin embargo, en su lucha por recuperarla vemos que la modernidad lo ha despojado del don de la alegoría: acaso por esta razón se sintió tan desnudo ante el siglo y por ello desarrolló una vanidosa manía por usar ropas talares. Fue un fraile que vivió preso muchos años en celdas conventuales y en prisiones, pero que soñó en secularizarse, tanto para escapar de las garras de los inquisidores y de los burócratas atrincherados en las covachas de la corte, como para convertirse en un cura republicano. Su sueño vano fue convertirse en el pacífico padre Mier y vivir desde una parroquia las tentaciones modernas del siglo. Pero ni la saña de sus perseguidores ni su espíritu picaresco se lo permitieron. Como dice Christopher Domínguez: “Exclaustrado o religioso apóstata, en la ambigüedad de su sufrimiento, será siempre fray Servando” (p. 252).
Cuando Mier se refiere al despotismo bonapartista que manipula al apoyo popular se revela su visión pesimista pero democrática: ve que “todo es fraude en el mundo político”, dice en sus Memorias. Acaso haya aquí un amargado agustiniano, pero vemos también a un orgulloso criollo americano que observa con desprecio a los salvajes europeos, como dice Christopher Domínguez. Sin embargo, para Mier la vida nace de la cárcel del mundo como si se fugase de la matriz pecaminosa.
Y así nace en 1813 su Historia de la revolución de Nueva España, publicada en Londres con un seudónimo que oculta a un doctor Mier que es ya “el principal vocero de la causa americana, un conspirador internacional” (p. 433). No deja de ser un teólogo barroco que sigue manipulando con fines cristianos la mitología nahua, pero se sumerge en las teorías políticas contractualistas. El pensamiento de Mier nunca fue sistemático y percibimos en su evolución las huellas de su vagar por Europa. En sus viajes fue como una esponja, y absorbió el republicanismo francés, el liberalismo de Cádiz, la rebeldía de sectas masónicas, el aprecio por las libertades civiles en Estados Unidos.
La Vida de fray Servando nos describe con gran habilidad como la de Mier fue una anónima y accidentada existencia de marginal, educado en otra época y en otro mundo, que gustaba de mentir y que era muy vanidoso, incoherente y contradictorio, que de fracaso en fracaso alcanza la gloria de ser el gran ideólogo de la independencia mexicana. La biografía de Mier la conocemos por él mismo, que fue escribiendo la novela de su vida. Fuera de los datos que él mismo da, hay muy poca información. Para colmo de males, Mier no fue tentado por los hábitos ilustrados y románticos de explorar y describir su paisaje interior. Tampoco les gustaban los paisajes exteriores ni aparentemente fue sensible a la música o al arte. Y sin embargo, buen escritor, fue capaz de dejarnos la novela de su vida. Los historiadores interesados en Mier no han tenido más remedio que bordar sobre la tela que ya había tejido el propio fraile. A Christopher Domínguez esto le da la oportunidad de escribir una novela sobre la novela creada por el mismo Mier y por otros. ¿Un enorme palimpsesto? Lo es, ciertamente, y construido con gran maestría: pero es mucho más, pues cada una de las partes va muy bien articulada a una sólida armazón argumental y a una formidable batería de interpretaciones. Cada persona que cruza por la vida de Mier es seguida y vigilada. Cada idea importante que aparece en los textos de fray Servando es estudiada y analizada con todo cuidado. Cada momento político es revisitado escrupulosamente. El resultado es un gran lienzo multicolor que nos da una visión creativa y estimulante de la época turbulenta de transición que vivió Mier, de la revolución francesa a las guerras napoleónicas, de Carlos IV a la constitución de Cádiz, de Voltaire a Chateaubriand, del virrey Revillagigedo a Iturbide.
Christopher Domínguez en su amplio y magnífico lienzo nos confronta con ese sintomático desfasamiento de fray Servando con respecto a su tiempo. En la época en que nuestro dominico se inflama con pasión barroca por las extravagancias filológicas de Borunda ya circula la Autobiografía de Benjamin Franklin, el marqués de Sade ha publicado su Filosofía en el tocador y se lee el Viaje en torno de mi cuarto de Xavier de Maistre. Fray Servando fue contemporáneo de Goethe, Walter Scott, Byron, de Quincey y Vigny. Mier nace con el Emilio y el Contrato social de Rousseau y muere cuando Victor Hugo presenta Cronwell. Nace con Tristam Shandy de Sterne y muere cuando se publica El último de los mohicanos de Fenimore Cooper. Con razón Germán Arciniegas describe a fray Servando como un náufrago arrojado por la gran ola del siglo XVIII en las playas del siglo siguiente. Sin haber podido entender el encrespado siglo de las luces fue lanzado con su habla imparable a pelear con la modernidad en un mundo extraño. Lo más asombroso es que ganó la batalla, pues con sus formidables Memorias, como dice Christopher Domínguez, “el antiguo se vuelve moderno y la modernidad una antigualla” (p. 558). ¿No es lo que insinuó Bustamante cuando celebraba “el candor del bendito padre Mier, que era un niño de setenta años”?
Esta transmutación tiene que ver con ese salto intelectual trágico de los sacerdotes y religiosos que lucharon por la independencia, que pasaron del jansenismo al republicanismo sin conocer o incluso aborreciendo la Ilustración. Para Christopher Domínguez esta es la “falla geológica” sobre la que se levantó el México independiente (p. 604). ¿Hasta qué punto el barroquismo como seña de identidad nacional, que todavía hoy se exalta, no es en realidad la herida mal cicatrizada de haber evadido las luces del siglo XVIII? ¿El rechazo de la modernidad global impulsada por Europa y los Estados Unidos y la desconfianza frente a la democracia no es la continuación de aquella vieja querella contra la Ilustración?
Por último, quiero destacar que la disección creativa y rigurosa de nuestros héroes nos ha de llevar a facetas de nuestra historia que han quedado ocultas por la exaltación oficial de los próceres de la patria. La peculiar mezcla de historiografía y crítica literaria que propone Christopher Domínguez es un trabajo con pocos precedentes en México. Su anatomía de fray Servando es un trabajo literario de primera magnitud y uno de esos escasos libros, que se cuentan con los dedos de las manos, que nos permiten entender las raíces de nuestra cultura y reflexionar a fondo sobre nuestra realidad como nación.
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.