Cha. Ese fue para mรญ el primer sonido de Madrid. Atocha y Chamartรญn. El aviรณn era cosa de la jet y Madrid no era todavรญa Barajas, ciudad anรณnima de reciรฉn llegados que se buscan la vida, esperan y desesperan: paciencia y barajar. Yo descubrรญa Espaรฑa en tren, con mochila y bocadillo, parada en todas las estaciones y apeaderos. De Atocha o Chamartรญn a la Gran Vรญa: sus cines con cartelones pintados de colorines, sus escaparates de pelucas sobre cabezas de cera y el aura no menos mortuoria de las vitrinas de los restaurantes: ristras de ajos, peces enormes con la boca abierta sobre lechos de hielo, y musicales en viejos teatros: terciopelo raรญdo, bullanga y araรฑas de cristal. Sรญ, Madrid era indiscutiblemente cha: pachanguero, patochada y chachachรก.
Luego fue el Madrid de los intelectuales elegantes, editores catalanes, escritores con casa en el Ampurdรกn. Parรกbamos en el Hotel Suecia y mirรกbamos Madrid por encima del hombro โยฟde veras los madrileรฑos creรญan que nosotros รฉramos los provincianos?โ, pero le reconocรญamos cierta nobleza, un aire seรฑorial de capital antigua. Cibeles y Neptuno, Prado, Serrano, Retiro, Jerรณnimos, Delicias, Recoletosโฆ evocaban monasterios, carruajes y calles empedradas, dioses paganos y fuentes dieciochescas, y algunos toques simpรกticos por lo incongruentes: Cibeles, cascabeles, Neptuno, aceituna, Recoletos, coleta, y la elegantรญsima Serrano sabรญa a bocata de jamรณn… Fuera de esa ciudadela, acechaban extrarradios รกsperos y hostiles. Aravaca olรญa a estiรฉrcol, Pozuelo rimaba con orzuelo, Hortaleza con maleza, Getafe con gafe y matarife. Fuencarral sonaba a cascarrabias, Mรณstoles a ยกcรณrcholis!, Sanchinarro a chafarrinรณn y achicharrarโฆ Sรณlo La Moraleja resplandecรญa, con un brillo irรณnico: ahรญ desembocaban, en amalgama feliz, la riqueza y la fama por cualquier medio conseguidas; ahรญ los directores de periรณdico progresista se mezclaban por fin con las folclรณricas, los altos ejecutivos nacionales y extranjeros, los magos del share y de la cirugรญa estรฉtica; ahรญ se elevรณ el emblemรกtico chalรฉ del ministro de izquierdas, encarcelado en sus dรญas de vino y rosas, y su flamante esposa (segundas y terceras nupcias respectivamente), ex de Julio Iglesias y de no sรฉ quรฉ marquรฉs, Nuestra Seรฑora de Porcelanosa, estrella de las revistas del corazรณn, cuyo embarazo, pasados los cuarenta, por obra del ex ministro fue noticia en todos los telediariosโฆ Extraiga usted mismo, si gusta, La Moraleja: es la de la Espaรฑa de los aรฑos 90.
Hasta que me vine a vivir a Madrid. Y descubrรญ otro Madrid, ya adivinado leyendo a Galdรณs, el Madrid castizo y anticuado, popular y heroico, conventual y militar, enternecedor y rancio, de Miau, La de Bringas, Fortunata y Jacinta y los Episodios Nacionales. El Madrid del Palacio de Oriente y las corralas de Lavapiรฉs, de la calle Angosta de los Mancebos, la plaza de la Paja y la del Dos de Mayo; las calles del Pez y de la Paz, de Amor de Dios y de Vรกlgame Dios; de Las Descalzas, Las Salesas y Las Comendadoras, de Almirante y Conde Duque, Concepciรณn Jerรณnima
y Noviciado y la inolvidable Desengaรฑo, un callejรณn oscuro por detrรกs de los aurigas de bronce y las araรฑas de cristal de la Gran Vรญa, vanidad de vanidades y todo es vanidad, el Madrid de โLos seรฑores de Tal reciben en sus salonesโ, asรญ en plural, y me comprรฉ un piso con cien aรฑos y tres salones, encima de la Casa de Leรณn, donde los domingos enseรฑaban bailes regionales, y en frente habรญa un convento de clausura โcuyas severas ventanas enrejadas daban al restaurante erรณtico โLa Olla Calienteโ, del otro lado de la calleโ, y oรญa la campanita del convento, y las castaรฑuelas de los bailes tรญpicos, y a veces la pianola, desafinada y chirriante, de unos gitanos que paseaban una cabra. Aquello fue mi barrio, y por mi barrio las calles se llamaban Tesoro, Minas y Molino de viento, y un poco mรกs allรก estaba de nuevo Gran Vรญa, y Sol, y Arenal, y Carretas: Madrid era un pueblo manchego, con paredes encaladas y tejados, un pueblo soleado con arenales y molinos y carretas tiradas por bueyes y mi barrio se llamaba, aunque nadie, mรกs que la secta de los lectores de Rosa Chacel, se acordase, Barrio de Maravillas.
Y todo lo que no conozco todavรญa, me digo, mirando el plano de metro: Pirรกmides, Las Musas, Mar de Cristal, Cuatro Vientos, Esperanza, Colonia Jardรญn, Pan Benditoโฆ Ah, los hermosos nombres de Madrid, como
de Andalucรญa y de Castilla: Madrigal de las Altas Torres, Zahara de los Atunes, Zorita de los Canes… tan distintas en esto de la humilde โo prosaica, segรบn se mireโ Cataluรฑa… Un dรญa me encontrรฉ en una plaza de cemento y asfalto, entre bloques de pisos, con un inmenso Carrefour y una estaciรณn de metro, y me enterรฉ de que era esa Glorieta Mar de Cristal con la que soรฑaba a veces, en los dรญas de calor: un mar glorioso, verde, cristalinoโฆ Ya nos lo avisรณ Proust con sus Noms de pays: una cosa es el nom y otra, a veces muy distinta, el pays. Desde entonces saboreo los nombres, pero procuro no hacer expediciones. ~