La lista de libros que viene a ser un modelo y referencia imprescindible a la hora de analizar la evolución de la biografía, su “canon”, se compone de obras que de un modo u otro rompieron el molde de lo establecido para el género, redefiniendo sus expectativas, ampliando sus posibilidades epistemológicas, su perímetro de acción o la naturaleza de lo decible en el seno de su escritura. Es decir que, quizá de una forma más acusada que en otros géneros, el canon biográfico se ha nutrido de las innovaciones y de las rupturas, más que de la tradición. Sin embargo, siempre hay un lugar de honor reservado a Plutarco, pues pocas veces un libro, sus Vidas paralelas de griegos y romanos, ha determinado con tanta intensidad la fortuna de un modelo histórico-literario. No es que Plutarco fuera el primer griego en escribir sobre la vida de los varones más sobresalientes de su época, es sencillamente que la obra de sus predecesores se ha perdido. En cualquier caso, las Vidas paralelas, y el espíritu que las inspiró –que las civilizaciones griega y romana podían y debían enriquecerse mutuamente–, brillan por la nitidez del punto de vista adoptado: “escribo vidas, no historia”, puntualiza al comienzo de su biografía de Alejandro. Considerada la obra de Plutarco a la luz del siglo XXI, podría pensarse que refleja una concepción de la cultura absolutamente patriarcal y machista: un hombre escribiendo la vida de otros hombres, presentados como único paradigma de reflexión moral y modelo de virtud. Porque en el esquema biográfico plutarquiano no caben las mujeres y las referencias muestran la actitud dubitativa, por no decir confusa, de Plutarco: ¿cómo tratar por ejemplo, a Aspasia de Mileto, esposa de Pericles pero una mujer con entidad propia? En general, se limita a verlas como madres de los héroes y como mujeres que sostienen, o no, su propia virtud a través del sexo. Sin embargo, en la última etapa de su vida escribió Mulierum virtutes concebida como complemento necesario a las Vidas paralelas. El texto, destinado a una amiga suya que ejerció una notable influencia sobre el biógrafo, quiere persuadirnos de que “una y la misma es la virtud del hombre y de la mujer” y para ello acomete la descripción de heroicidades femeninas efectuadas en grupo (las troyanas, las persas, etc.) o bien individualmente. El texto carece de la homogeneidad y la fuerza narrativa de las Vidas paralelas, pero su mérito está en fundar un criterio de igualdad –tanto hombres como mujeres pueden ser dignos de admiración y erigirse como modelo de conducta– y priorizar la fama, no la belleza, como el patrón bajo el que debe considerarse a la mujer. Sin embargo, el texto tuvo poca difusión, sin comparación posible con el éxito de sus Vidas paralelas. Ni siquiera llegó a popularizarse una traducción romance del título latino. Correrían siglos antes de que la biografía se “normalizara” en relación a la mujer. Y es que, al formar parte de un proceso intelectual hegemónico, el género solo evoluciona cuando está obligado a adoptar nuevas decisiones en función de los cambios culturales que se producen en la sociedad. Entonces cambia a su vez (como cualquier sistema inteligente) adaptándose a ellos. Durante siglos apenas existió la necesidad de incorporar la historia de vida de las mujeres (salvo en caso muy excepcionales como Isabel la Católica o Teresa de Jesús, en el ámbito hispano) y mucho menos se pensó que pudieran ser ellas las responsables del relato, asumiendo la autoridad de que dispone el biógrafo para construirlo. Sería en torno a 1640 cuando un número notable de mujeres cultas ocupó un lugar principal en la vida mundana francesa, favoreciendo un espacio de transformación: la aparición de la mujer de letras. Con ella la cultura europea daría un vuelco y surgiría una nueva dialéctica entre razón y pasión especialmente fecunda en el universo biográfico.
La incorporación de la mujer a la biografía forzosamente se produciría en un doble sentido: como sujeto biográfico y como autor de la misma. Y fue la irrupción de las escritoras como clase, a finales del siglo xviii, la que impulsó la necesidad de escribir sus biografías. ¿Cómo eran? ¿De dónde surgía su prodigioso talento? Cada vez que emerge una nueva clase de personas, nace la curiosidad por acercarse vitalmente a ellas. La Vida de Charlotte Brontë escrita por Elizabeth Gaskell y publicada en inglés (1857), marcaría un punto de inflexión: una biografía de una mujer escrita por otra mujer empleando la metodología habitual de su tiempo. La historia del libro es elocuente. A la muerte de Charlotte (la autora de Jane Eyre), su padre, estupefacto ante la celebridad de su hija, de la que nada sabía, encargó a una de sus mejores amigas, y novelista a su vez, la historia de su vida y de sus obras, “breve o larga como usted juzgue más conveniente y apropiado”. Gaskell se lanzó al proyecto, ansiosa por que el mundo conociera “su triste y desesperada vida y el hermoso carácter que forjó de ella”. Así nació una obra que ocasionó notables quebraderos de cabeza a su autora, pero que dio un paso al frente en muchos sentidos. La firmeza de Gaskell en el tratamiento de las personas que rodearon a su amiga tenía un propósito: dar cuenta del sufrimiento físico y psicológico de su querida amiga y heroína. Mientras que el (pobre) modelo biográfico aplicado hasta entonces solía distribuir a las mujeres en virtuosas, eruditas y cortesanas, Gaskell escribía en profundidad sobre la vida de una mujer a la que admiraba, poniendo énfasis en su sufrimiento. Introdujo un significado nuevo a la biografía de una mujer. La reivindicación de Mary Wollstonecraft por parte de la antropóloga Ruth Benedict (1917) sería asimismo decisiva al poner de manifiesto cómo Wollstonecraft experimentaba con su vida en busca de la verdad, desentendiéndose de los axiomas recibidos y apostando por la libertad frente a la norma. Está por estudiar la forma en que las sucesivas olas feministas han permeado la biografía, no solo en la obvia elección de personajes femeninos, restituyéndolos como sujetos históricos e historiables, sino a la hora de escribir sus vidas. Para Carolyn Heilbrun, por ejemplo, un elemento crucial es su relación con el poder. Aquello que siempre les estuvo prohibido en el pasado y que fue objeto de innumerables distorsiones biográficas. Escribir la vida de mujeres empoderadas fue el desafío de Elaine Showalter en su libro Inventing Herself (2001), una especie de revés de la trama plutarquiana. No caben dudas en cuanto a la inmensa labor realizada por la biografía feminista de las últimas décadas que muestra la vida de las mujeres sujeta a los mismos imponderables de todo ser humano. La cuestión es cómo está siendo su incorporación al canon. ¿Se ve como un apéndice, más o menos prescindible, al canon biográfico ya establecido, como una propuesta alternativa? O bien nos está exigiendo un giro radical en nuestro sistema de pensamiento, abriendo la épica al ser femenino. En eso están muchas de las biógrafas actuales. ~
(Hospitalet de Llobregat, 1954) es profesor titular de literatura española de la Universidad de Barcelona y responsable de la Unidad Estudios Biográficos. Entre sus obras están Francisco Umbral.