Los mexicanos tenemos la tendencia a reducir nuestra idea de justicia al asunto de encerrar o no personas, según consideremos buenas o malas sus acciones. La frase “Se hizo justicia” involucra con una frecuencia preocupante el encierro o la libertad de alguien. La reciente detención de Elba Esther Gordillo –y su consecuente linchamiento público– evidenció el lugar preponderante que tiene el encarcelamiento en nuestra idea de justicia.
“No hay intereses intocables”, advirtió el presidente y los comentarios acerca de a quiénes falta por poner tras las rejas no se hicieron esperar.
Este panorama dice mucho de nosotros. La cárcel se ha vuelto nuestra primera opción, no la última. Tan adentrados estamos en el debate de qué falla en un sistema que tiene a tantos inocentes presos y a tantos corruptos fuera que no hemos discutido lo suficiente para qué estamos utilizando las cárceles. El problema no contempla solo las condiciones denigrantes de los internos o la escuela del crimen en que se han convertido los penales, sino el uso que les hemos dado como instituciones para infligir el dolor. Es nuestra intención, a través de las penas carcelarias, que todos esos delincuentes la pasen realmente mal.
Pero, ¿han servido las prisiones como instrumento inteligente para combatir el crimen, o han respondido más bien a la idea de que es necesario castigar a todo aquel que haya violado las leyes, se trate de pequeños, medianos y grandes infractores?
Para nuestro número dedicado a “Cárceles” pocos expertos tan acreditados como Nils Christie para darnos una perspectiva crítica. El criminólogo noruego –autor de volúmenes como Los límites del dolor o La industria del control del delito – ha propuesto en sus libros repensar el concepto mismo de castigo. Christie asegura que las cárceles no pueden ser consideradas instrumentos racionales para luchar contra el crimen. Las sociedades con un alto porcentaje de encarcelamiento no son, de ninguna manera, sociedades más seguras. ¿Por qué, entonces, seguimos considerando a las cárceles nuestra primera opción para aplicar la ley?
Para nuestro número, Christie ha escrito “El umbral del dolor”, un esclarecedor texto donde discute la utilidad real de la prisión, examina las diferencias entre los grandes y pequeños encarceladores, y aboga por un uso inteligente de las penas. Este es el inicio: