Más liberal que libertador, el libro con el que Xavier Reyes Matheus ganó el Premio Bicentenario 1808 y que ha publicado la editorial Gota a Gota de la Fundación faes, reconstruye la vida y las ideas de Francisco de Miranda y propone una interpretación de su peripecia que poco tiene que ver con la imagen redentora y utopista que en ocasiones se tiene de los padres de la independencia americana. Hablamos brevemente con su autor sobre el personaje y su concepción de la política.
De acuerdo con su libro, se diría que a Miranda no le interesaba tanto la independencia de América en sí misma como la creación de un marco que permitiera diseñar instituciones democráticas. ¿Es así?
Lo que es evidente es que para Miranda la independencia era solo un medio. Odiaba del régimen español lo mismo que odiaban los liberales peninsulares, pero al negociar sus planes con el gobierno británico insistía en que no se le obligase a combatir a España por ninguna otra causa que no fuera la emancipación americana.
La evolución de su pensamiento político es clara a lo largo de su carrera, porque va comprendiendo de manera progresiva que la verdadera democracia consiste en un orden de libertades: estas últimas no pueden existir más que garantizadas por lo primero.
Miranda, además, parece estar fascinado por el proceso de independencia de Estados Unidos, pero sobre todo por su Constitución y unas instituciones que contraponen sus poderes.
El proceso de Estados Unidos, bajo la dirección de los Founding Fathers, se vuelve especialmente ejemplar a los ojos de Miranda tras la experiencia de la Revolución francesa. Creo que el venezolano advirtió lúcidamente que la diferencia entre uno y otra radicaba, sobre todo, en que los norteamericanos, aun lanzados a un proyecto grandioso, supieron comprender la naturaleza del poder y de las pasiones humanas, y este sentido de la prudencia sirvió para alejarlos del frenesí ideológico que en Francia mostró por primera vez la cara más brutal de la modernidad política.
Además del caso estadounidense, Miranda también conoció de cerca otros sistemas políticos. Fue casi un turista político, un viajero que iba tomando notas de modelos institucionales para ver cuáles funcionarían mejor en América.
Es exactamente así, porque la evaluación de los distintos regímenes no es un aspecto accesorio de los viajes de Miranda, sino el propósito deliberado de un filósofo político que, como hijo de su tiempo, buscaba además la comprobación empírica de sus ideas.
Fue uno de los contados hombres que experimentó todos los sistemas de entonces, Turquía, los despotismos ilustrados, la Inglaterra liberal, la naciente república norteamericana y la Francia revolucionaria, y es admirable que lo hiciera no como simple espectador, sino de manera protagónica, pues fue coronel en Rusia y mariscal de campo en Francia, y departió con todas las grandes figuras contemporáneas: Goethe, Pitt, Napoleón, Haydn, Washington, Jefferson, Bentham, Federico el Grande… Como militar tuvo bajo sus órdenes al futuro rey Luis Felipe de Francia y a Simón Bolívar.
En su libro trata también las opiniones de Miranda acerca del comercio y la economía.
Miranda tenía muy claro que la libertad de comercio es fundamental para la creación de riqueza, y juzgaba que este último atributo era inseparable de un continente con tantas materias primas como la América meridional. Advierte que Inglaterra es la locomotora a la que debe engancharse el mercado americano, y avista ya que para la expansión de este último hay que abrirse a China y que servir de puente al tránsito interoceánico construyendo un canal en el istmo de Panamá (donde quería situar la capital del continen-
te, que pretendía denominar Colombo).
Sin embargo, no escapaba a Miranda que el desarrollo industrial de Inglaterra y su control marítimo hacían difícil la inserción del Nuevo Mundo, en condiciones que le fueran favorables, al mercado mundial. Es significativa la cercanía de Miranda a James Mill, con quien publica varios artículos, cuando este esboza la ley de la ventaja comparativa: un plan de división internacional del trabajo que permitiría a los países menos competitivos hacerse un hueco en el escenario de la productividad global.
Según su libro debemos ver en Miranda a un hombre de su tiempo, ligado a la Ilustración y a la filosofía política que más adelante daría pie a las democracias liberales. En ese sentido, la mitología americana sobre los libertadores es, cuando menos, confusa, ¿no es así?
Esto es clarísimo. La democracia liberal es un proyecto ilustrado, pero, atención: no solo en cuanto mecánica del Estado, sino en cuanto ética, es decir, ciencia de lo que, en el contexto de la naturaleza humana, debería ser. Por eso es fundamental la virtud republicana, que es un pacto social sobre los valores que resguardan el bien común.
El problema es que la generación de los libertadores, posterior a Miranda (entre él y Bolívar, por ejemplo, había una diferencia de 33 años), pertenece ya de lleno al romanticismo de signo voluntarista. Para esta mentalidad el hombre libre no es el que puede realizarse en el bien, sino el que impone su voluntad. Lo malo, claro, es que esa voluntad siempre se impone apabullando la voluntad ajena: este es el caudillo.
Miranda nació en Venezuela, hijo de canarios relativamente humildes, aunque su padre llegó a tener cierta presencia en la vida pública. Tuvo que dejar sus estudios y ni siquiera sabemos a ciencia cierta si llegó a licenciarse. ¿Cuáles son los orígenes del pensamiento de Miranda?
En cualquier caso la universidad hispana no era en aquella época fuente de ideas ilustradas, pues era una institución anacrónica, anclada en la escolástica. Como para tantos hispanoamericanos de entonces, el contacto de Miranda con las Luces comienza mediante el contrabando de libros extranjeros o traducidos clandestinamente al español para burlar el control inquisitorial. Por eso se esmerará mucho en los idiomas –Barras dijo de él que era capaz de expresarse en cualquier lengua–, y su biblioteca será una de las más celebradas del Londres donde vivió.
Algo muy notable en el pensamiento de Miranda es la forma en que se fue alejando de Rousseau, que para todos los hispanoamericanos de aquel tiempo era como la Biblia de las ideas nuevas. El buensalvajismo que persiste, por ejemplo, en un Simón Rodríguez (el maestro de Bolívar) sucumbe en Miranda a un valor que este defiende tenazmente en medio del horror jacobino: la civilización.
Miranda acabó su vida traicionado y en la cárcel. ¿Cómo cree que habría evaluado el trabajo de toda una vida dedicada a la política y la democracia en América?
Es muy conocida la frase que pronunció cuando sus propios subordinados (Bolívar entre ellos) lo arrestaron a traición: “¡Bochinche, bochinche! ¡Esta gente no sabe hacer más que bochinche!” Él, que con tantos años de exilio se expresaba sobre todo en inglés y en francés, tuvo que recurrir a una voz de su tierra para poder describirla con exactitud: bochinche es tumulto, alboroto, indisciplina, negligencia.
El fracaso de Miranda no deja de ser típico en América Latina en la medida en que es el fracaso de las ideas de la clase media, a la que él perteneció. Chocó con las oligarquías locales, que querían un cambio de régimen solo para afianzar su statu quo, y no contó en lo absoluto con un pueblo marginal cuyas mejoras habían dependido siempre de la caridad de los señores. ~
(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).