Ya lo sabemos todos: el panorama internacional está viviendo una transformación drástica. El multilateralismo “tradicional” ya no está de moda y el nacionalismo crece a ambos lados del Atlántico. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y sus políticas del America first están erosionando el orden mundial caracterizado por el multilateralismo, el libre comercio y la defensa de los valores liberales. Mientras, la Unión Europea se ve cada vez más debilitada en el ámbito de la política exterior, sin saber lidiar con los retos de su entorno y con las nuevas dinámicas. Completan esta imagen potencias emergentes como China, Irán y Rusia, que desempeñan un papel mucho más asertivo en el cambiante escenario mundial.
Trump es responsable directo del declive del multilateralismo. Ha excluido a Estados Unidos del Acuerdo de París, se ha retirado del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y ha abandonado el acuerdo nuclear con Irán así como el Tratado de las Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (inf) con Rusia. El inf entró en vigor en 1988 y eliminaba diversas armas nucleares –una enorme amenaza para la seguridad europea– del diccionario de Estados Unidos y de Rusia. Ya no es así. Y no es un secreto que el presidente estadounidense define la otan como “obsoleta” y la Unión Europea como “rival”. Pero ¿cuál es la alternativa al multilateralismo?
Las circunstancias han cambiado muchísimo desde la firma de algunos de los acuerdos mencionados. Los tratados que se firmaron después de la Segunda Guerra Mundial, durante o al final de la Guerra Fría, ya no responden a la realidad del mundo de hoy. Rusia ha cambiado. También el paisaje en Asia. Está claro que hay una necesidad de reformar el multilateralismo, pero no para derivar hacia un unilateralismo. El problema es que nos faltan líderes visionarios para guiar el proceso que reformule la cooperación internacional.
La cuestión es si se puede hacer que el multilateralismo sea más inclusivo, teniendo en cuenta que hay una great power competition. ¿Se puede convencer a Rusia o a China de que el mundo funcionaría mucho mejor si cooperáramos en diferentes ámbitos? ¿Se puede pensar en un nuevo inf, por ejemplo, que incluyera a Rusia, China, India y Corea del Norte? En un escenario de alianzas ad hoc, ¿qué se podría ofrecer a los países para convencerlos de formar parte de un proyecto más internacional?
La Unión Europea, el proyecto supranacional más ambicioso de la historia, debe intentar rediseñar sus alianzas y preparar una nueva estrategia para su proyección internacional. Puede empezar por sus vecinos más cercanos. La crisis en Siria nos demostró una vez más que la UE no está preparada para gestionar los problemas en sus fronteras. Cuando miramos a su vecindad, vemos que hay muchos frentes abiertos. Para empezar, está Turquía, el eterno candidato para la membresía de la UE y confín de la Unión con Oriente Medio. Por su importancia geoestratégica es uno de los socios más importantes para la Unión Europea. La colaboración en política exterior con este país tiene un papel muy importante, y ambas partes necesitan una relación que funcione. Si miramos hacia Oriente Medio, se ve que la región está en constante movimiento, y distintas potencias mundiales –como Rusia o Irán– miden sus fuerzas ahí. Está claro que el equilibrio en la zona es muy frágil, y se espera que la decisión de EEUU de retirarse lo debilite aún más.
Mientras, los Balcanes, cuyos países son candidatos o potenciales candidatos para ingresar en la UE, forman parte de un territorio en el que se libra una guerra de potencias. La influencia de China en la periferia inmediata de la UE se ha hecho cada vez más visible. Los Balcanes están mejor conectados gracias a la infraestructura que este país les ha dado. Estas inversiones aumentan el poder blando de China, al tiempo que desafían el dominio occidental. Por otro lado está Rusia, otro actor relevante para el futuro tanto de los Balcanes como de los países bálticos. La seguridad en la región depende de que haya buenas relaciones con Putin.
Todas estas realidades deberían forzar a la Unión Europea y sus Estados miembros a resolver sus problemas internos –empezando por el brexit– y a jugar un papel más asertivo en política exterior. El llamado orden internacional está amenazado por una gran competencia de poderes. La UE debe ganar protagonismo no en la tarea de salvarlo, sino a la hora de liderar su adaptación a las necesidades del siglo XXI. Muchos elementos del multilateralismo necesitan un reajuste. En la búsqueda del orden basado en reglas, la Unión Europea debe estar en la primera fila. En un mundo cambiante marcado por una gran competencia de poderes, la UE será poderosa cuanto más unida esté. ~
es investigadora del Real Instituto Elcano y profesora asociada en la Universidad Carlos III de Madrid